23 de septiembre de 2017

EL SILENCIO DE MARÍA

Es difícil permanecer en silencio. Al menos, no es fácil. Permanecer no sólo callado, sino en paz y dejando que el tiempo se pare, permaneciendo absorto, mudo, vacío de todo lo del mundo, para llenarte de Dios. Sí, realmente se hace difícil. Y la Virgen, dice la Escritura que permanecía en silencio guardando todo aquello que le sorprendía en silencio -Lc 2, 16-21-.

Mirando a María, mi Madre, aprendo de ella que guardar silencio es muy bueno y provechoso. Sobre todo cuando no entiendo y cuando lo comunicado viene de Dios. Porque, Dios, nuestro Padre también, no se equivoca y siempre quiere lo mejor para cada uno de sus hijos. Somos criaturas del Señor. Nos ha creado con mucho amor y, por lo tanto, nos quiere salvar.

Y ha empezado su Plan de Salvación escogiendo a María. María, nuestra Madre, distinguida por su humildad. María que hizo de su vida un silencio de servicio y de entrega. María, que ofreció su vida según la propuesta que Dios le hizo. María, que ofreció su joven cuerpo para que fuese la morada del Dios encarnado, hecho Hombre, y bajado a la tierra para salvarnos a ti y a mí. A todos los hombres y mujeres del mundo.

A hombres y mujeres abiertos a su Palabra, y dispuestos a guardar silencio conservando esta Palabra de Dios en nuestros corazones. A ejemplo de María, que hablando poco ha llegado al corazón de todos, y nos anima a seguir a su Hijo para, imitándole, seamos capaces de llevar su Palabra, como su Madre, a todos aquellos con los que nuestras vidas se cruzan.

María, que habló, mas que con sus palabras, con su cuerpo, con su mirada, con sus gestos, con su servicio, con su misericordia, con su entrega y, sobre todo con su amor. Aprendamos a hablar como María. Contemplemos su silencio y sepamos ponerles palabras humildes con la sabiduría bajada del cielo para que, como ella, llevemos a su Hijo a todos los que se presentan en nuestras vidas.