21 de octubre de 2017

LA VIRGEN, AL PIE DE LA CRUZ

María al pie de la Cruz
Hoy el Señor nos promete defender a aquellos que le defiendan. Pero, también, nos advierte que no defenderá a los que le nieguen delante de los hombres. Esas Palabras del Señor deben ayudarnos a reflexionar. ¿Defiendo yo con mi vida al Señor? ¿Doy yo testimonio con mis obras y mis actos de la fe que confieso en el Señor? ¿ O, por el contrario, hago silencio, me acomodo e instalo en mi vida alineándome al margen de la Palabra del Señor?

En otras palabras, me alineo con Pilato y me lavo las manos. Algo así como si no tuviera nada con esto de la misión, que precisamente celebramos esta semana, de proclamar y defender la Palabra del Señor. Es posible imaginarnos, al hilo de estas Palabras de Jesús, que su Madre, la Virgen, fuese ejemplo y signo de admiración que Él hubiese puesto como ejemplo a seguir. Porque, su Madre, siempre estuvo donde tenía que estar, siguiendo su itinerario y preocupándose por, desde el silencio de su corazón, defendiendo las Obras y Palabras de su Hijo.

Ella no se escondió y arropó a las primeras comunidades, los apóstoles, después de la muerte y Resurrección de su Hijo. Ella fue estandarte y bandera de los primeros creyentes que se esforzaban en seguir el camino trazado por su Hijo Jesús. Ella es la Madre de la Iglesia que su Hijo dejó en sus manos al nombrarle madre de todos los hombres. Ella permaneció fiel en su defensa y testimonio de Madre hasta el momento último de la Cruz.

Ella siempre estuvo presente en la vida de su Hijo, y con su perseverancia, obediencia y fidelidad proclamaba ese testimonio de defensa por la misión de su Hijo. Ella, siempre, fue la Madre que supo estar, sin evadirse u ocultarse, en la presencia de la Pasión de su Hijo, y hasta el último suspiro fue fiel defensora con su presencia de la Obra de su Hijo, hasta el punto de ser considerada corredentora de la salvación del hombre. Gracias Madre, porque con tu fidelidad a la Palabra nos enseña el verdadero camino de salvación. Amén.