La audiencia del Papa Francisco de hoy, describe la vida de un cristiano. Y digo y comparto esto desde mi experiencia personal. La vida de un cristiano se concreta y realiza en su relación - oración - diaria con el Señor. Y eso, con gran regocijo, lo comparto y la descubro hoy en mi vida con lo que nos transmite y comparte el santo Padre en su audiencia. Vivir en, con y por nuestro Padre Dios es estar en constante y perseverante contacto con Él, y eso se llama "oración".
Y así, con toda humildad, transcurre mi vida en esta última etapa. Mis blogs son verdaderos testigos de mis reflexiones diarias sobre, con y en el Señor por tratar de vivir en su Voluntad. Es verdad que no doy la talla, que mi vida va muy por debajo de lo que me gustaría que fuese, pero, bien lo sabe mi Padre Dios, que todos mis esfuerzos van dirigidos a ponerme en sus brazos y dejarme dirigir por su Gracia. Gracias santo Padre.
PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Biblioteca del Palacio Apostólico
Miércoles, 10 de febrero de 2021
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Catequesis 24. La oración en la vida cotidiana
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la catequesis precedente
vimos cómo la oración cristiana está “anclada” a la Liturgia. Hoy
destacaremos cómo desde la Liturgia esta vuelve siempre a la vida
cotidiana: por las calles, en las oficinas, en los medios de transporte…
Y ahí continúa el diálogo con Dios: quien reza es como el enamorado,
que lleva siempre en el corazón a la persona amada, donde sea que esté.
De hecho, todo es asumido en este diálogo con Dios: toda alegría se
convierte en motivo de alabanza, toda prueba es ocasión para una
petición de ayuda. La oración está siempre viva en la vida, como una
brasa de fuego, también cuando la boca no habla, pero el corazón habla.
Todo pensamiento, incluso si es aparentemente “profano”, puede ser
impregnado de oración. También en la inteligencia humana hay un aspecto
orante; esta de hecho es una ventana asomada al misterio: ilumina los
pocos pasos que están delante de nosotros y después se abre a la
realidad toda entera, esta realidad que la precede y la supera. Este
misterio no tiene un rostro inquietante o angustiante, no: el
conocimiento de Cristo nos hace confiados que allí donde nuestros ojos y
los ojos de nuestra mente no pueden ver, no está la nada, sino que hay
alguien que nos espera, hay una gracia infinita. Y así la oración
cristiana infunde en el corazón humano una esperanza invencible:
cualquier experiencia que toque nuestro camino, el amor de Dios puede
convertirlo en bien.
Al respecto, el Catecismo
dice: «Aprendemos a orar en ciertos momentos escuchando la Palabra del
Señor y participando en su Misterio Pascual; pero, en todo tiempo, en
los acontecimientos de cada día, su Espíritu se nos ofrece para
que brote la oración. […] El tiempo está en las manos del Padre; lo
encontramos en el presente, ni ayer ni mañana, sino hoy» (n. 2659). Hoy
encuentro a Dios, siempre está el hoy del encuentro.
No existe otro maravilloso día que el hoy que estamos viviendo. La
gente que vive siempre pensando en el futuro: “Pero, el futuro será
mejor…”, pero no toma el hoy como viene: es gente que vive en la
fantasía, no sabe tomar lo concreto de la realidad. Y el hoy es real, el
hoy es concreto. Y la oración sucede en el hoy. Jesús nos viene al
encuentro hoy, este hoy que estamos viviendo. Y es la oración que
transforma este hoy en gracia, o mejor, que nos transforma: apacigua la
ira, sostiene el amor, multiplica la alegría, infunde la fuerza para
perdonar. En algún momento nos parecerá que ya no somos nosotros los que
vivimos, sino que la gracia vive y obra en nosotros mediante la
oración. Y cuando nos viene un pensamiento de rabia, de descontento, que
nos lleva hacia la amargura. Detengámonos y digamos al Señor: “¿Dónde
estás? ¿Y dónde estoy yendo yo?” Y el Señor está ahí, el Señor nos dará
la palabra justa, el consejo para ir adelante sin este zumo amargo del
negativo. Porque la oración siempre, usando una palabra profana, es
positiva. Siempre. Te lleva adelante. Cada día que empieza, si es
acogido en la oración, va acompañado de valentía, de forma que los
problemas a afrontar no sean estorbos a nuestra felicidad, sino llamadas
de Dios, ocasiones para nuestro encuentro con Él. Y cuando uno es
acompañado por el Señor, se siente más valiente, más libre, y también
más feliz.
Por tanto, recemos siempre por todo y por todos, también por los
enemigos. Jesús nos ha aconsejado esto: “Rezad por los enemigos”.
Recemos por nuestros seres queridos, pero también por aquellos que no
conocemos; recemos incluso por nuestros enemigos, como he dicho, como a
menudo nos invita a hacer la Escritura. La oración dispone a un amor
sobreabundante. Recemos sobre todo por las personas infelices, por
aquellos que lloran en la soledad y desesperan porque todavía haya un
amor que late por ellos. La oración realiza milagros; y los pobres
entonces intuyen, por gracia de Dios, que, también en esa situación suya
de precariedad, la oración de un cristiano ha hecho presente la
compasión de Jesús: Él de hecho miraba con gran ternura a la multitud
cansada y perdida como ovejas sin pastor (cf. Mc 6,34). El Señor
es – no lo olvidemos – el Señor de la compasión, de la cercanía, de la
ternura: tres palabras para no olvidar nunca. Porque es el estilo del
Señor: compasión, cercanía, ternura.
La oración nos ayuda a amar a los otros, no obstante sus errores y
sus pecados. La persona siempre es más importante que sus acciones, y
Jesús no ha juzgado al mundo, sino que lo ha salvado. Es una vida fea la
de las personas que siempre están juzgando a los otros, siempre están
condenando, juzgando: es una vida fea, infeliz. Jesús ha venido a
salvarnos: abre tu corazón, perdona, justifica a los otros, entiende,
también tú sé cercano a los otros, ten compasión, ten ternura como
Jesús. Es necesario querer a todos y cada uno recordando, en la oración,
que todos somos pecadores y al mismo tiempo amados por Dios uno a uno.
Amando así este mundo, amándolo con ternura, descubriremos que cada día y
cada cosa lleva escondido en sí un fragmento del misterio de Dios.
Escribe el Catecismo:
«Orar en los acontecimientos de cada día y de cada instante es uno de
los secretos del Reino revelados a los “pequeños”, a los servidores de
Cristo, a los pobres de las bienaventuranzas. Es justo y bueno orar para
que la venida del Reino de justicia y de paz influya en la marcha de la
historia, pero también es importante impregnar de oración las humildes
situaciones cotidianas. Todas las formas de oración pueden ser la
levadura con la que el Señor compara el Reino» (n. 2660).
El hombre —la persona humana, el hombre y la mujer— es semejante a un soplo, como la hierba (cf. Sal
144,4; 103,15). El filósofo Pascal escribía: «No es necesario que el
universo entero se arme para aplastarlo: un vapor, una gota de agua
bastan para matarlo»[1].
Somos seres frágiles, pero sabemos rezar: esta es nuestra dignidad más
grande, también es nuestra fortaleza. Valentía. Rezar en cada momento,
en cada situación, porque el Señor está cerca de nosotros. Y cuando una
oración es según el corazón de Jesús, obtiene milagros.
[1] Pensamientos, 186.
Saludos:
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Mañana
celebramos la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, patrona de los
enfermos. Pidamos por su intercesión que el Señor conceda la salud del
alma y cuerpo a todos los que sufren a causa de alguna enfermedad y de
la actual pandemia, y fortalezca a quienes los asisten y los acompañan
en este tiempo de prueba que atraviesan en sus vidas. Que Dios los
bendiga a todos.
LLAMAMIENTO
1. Expreso mi cercanía a las víctimas de la calamidad ocurrida hace
tres días en el norte de la India, donde parte de un glaciar se
desprendió provocando una violenta inundación, que destruyó dos
centrales eléctricas en construcción. Rezo por los trabajadores difuntos
y por sus familiares, y por todas las personas heridas y dañadas.
2. En Extremo Oriente y en varias partes del mundo, el próximo
viernes 12 de febrero muchos millones de hombres y mujeres celebrarán el
fin de año lunar. A todos ellos y a sus familias deseo enviar mi
cordial saludo, junto al deseo de que el nuevo año traiga frutos de
fraternidad y solidaridad. En este momento particular, en el cual son
fuertes las preocupaciones para afrontar los desafíos de la pandemia,
que toca no solo el físico y el alma de las personas, sino que influye
también en las relaciones sociales, formulo el deseo de que cada uno
pueda gozar de buena salud y serenidad de vida. Mientras invito,
finalmente, a rezar por el don de la paz y de todos los demás bienes,
recuerdo que estos se obtienen con bondad, respeto, amplitud de miras y
valentía, sin olvidar nunca tener un cuidado preferencial hacia los más
pobres y los más débiles.
Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
Reflexionamos hoy sobre la oración en la vida cotidiana. El que reza
es como un enamorado: lleva siempre en el corazón a la persona amada,
vaya donde vaya. Por eso, podemos rezar en cualquier momento, en los
acontecimientos de cada día: en la calle, en la oficina, en el tren; con
palabras o en el silencio de nuestro corazón. Incluso un pensamiento
aparentemente “profano” puede estar impregnado de oración. El Espíritu
del Señor siempre se nos ofrece para que brote el diálogo con Él.
La oración nos va transformando: calma la ira, mantiene el amor,
multiplica la alegría, infunde la fuerza de perdonar. En la oración se
nos concede la gracia para afrontar cada día con esperanza y valentía,
como llamadas de Dios y ocasiones para encontrarnos con Él. Además, la
oración nos ayuda a amar a los demás, conscientes de que todos somos
pecadores y, al mismo tiempo, amados personalmente por el Señor. Somos
seres frágiles, pero sabemos rezar: esta es nuestra mayor dignidad.
Por tanto, recemos por todo y por todos: por nuestros seres queridos,
y también por las personas que no conocemos, incluso por nuestros
enemigos. Recemos especialmente por los que más sufren a causa del dolor
y la enfermedad, de la soledad y la precariedad. Rezando y amando así
este mundo, amándolo con compasión y ternura, como Jesús, descubriremos
que cada día lleva escondido en sí un fragmento del misterio de Dios.