La
condición humilde de Jesús – hijo del carpintero – se le presenta como un
primer obstáculo a la hora de anunciar la Buena Noticia. No se acepta que un
aprendiz de carpintero y obrero de la madera y construcción, tal como nos
explica el santo Padre, venga a enseñar el camino de la salvación y a anunciar
el Amor Misericordioso del Padre.
Posiblemente, hoy nos ocurre algo parecido.
Al parecer todos sabemos más que la Iglesia sin ni siquiera conocerla. Y,
también, hay muchos obreros explotados y sin trabajo que sufren y lo pasan mal.
El Papa nos pide oración por todas esas personas del mundo del trabajo.
PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Aula Pablo VI
Miércoles, 12 de enero de 2022
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Catequesis sobre san José 7. San José el carpintero
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Los evangelistas Mateo y Marcos definen a José como “carpintero” u
“obrero de la madera”. Hemos escuchado hace poco que la gente de
Nazaret, escuchando a Jesús hablar, se preguntaba: «¿No es éste el hijo
del carpintero?» (13,55; cf. Mc 6,3). Jesús practicó el oficio de su padre.
El término griego tekton, usado para indicar el trabajo de
José, ha sido traducido de varias maneras. Los Padres latinos de la
Iglesia lo hicieron con “carpintero”. Pero tengamos presente que en la
Palestina de los tiempos de Jesús la madera servía, además de para
fabricar arados y muebles varios, también para construir casas, que
tenían ventanas de madera y techos de terraza hechos de vigas conectadas
entre sí con ramas y tierra.
Por tanto, “carpintero” u “obrero de la madera” era una calificación
genérica, que indicaba tanto a los artesanos de la madera como a los
trabajadores que se dedicaban a actividades relacionadas con la
construcción. Un oficio bastante duro, teniendo que trabajar materiales
pesados, como madera, piedra y hierro. Desde el punto de vista económico
no aseguraba grandes ganancias, como se deduce del hecho de que María y
José, cuando presentaron a Jesús en el Templo, ofrecieron solo un par
de tórtolas o pichones (cf. Lc 2,24), como prescribía la Ley para los pobres (cf. Lv 12,8).
Por tanto, Jesús adolescente aprendió del padre este oficio. Por eso,
cuando de adulto empezó a predicar, sus paisanos asombrados se
preguntaban: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros?» (Mt
13,54), y se escandalizaban a causa de él (cf. v. 57), porque era el
hijo del carpintero, pero hablaba como un doctor de la ley, y se
escandalizaban de esto.
Este dato biográfico de José y de Jesús me hace pensar en todos los
trabajadores del mundo, de forma particular en aquellos que hacen
trabajos duros en las minas y en ciertas fábricas; en aquellos que son
explotados con el trabajo en negro; en las víctimas del trabajo ―hemos
visto que en Italia últimamente ha habido varias―; en los niños que son
obligados a trabajar y en aquellos que hurgan en los vertederos en busca
de algo útil para intercambiar... Me permito repetir esto que he dicho:
los trabajadores escondidos, los trabajadores que hacen trabajados
duros en las minas y en ciertas fábricas: pensemos en ellos. En aquellos
que son explotados con el trabajo en negro, en aquellos que dan el
sueldo de contrabando, a escondidas, sin la jubilación, sin nada. Y si
no trabajas, tú, no tienes ninguna seguridad. El trabajo en negro hoy
existe, y mucho. Pensemos en las víctimas del trabajo, de los accidentes
en el trabajo; en los niños que son obligados a trabajar: ¡esto es
terrible! Los niños en la edad del juego deben jugar, sin embargo, se
les obliga a trabajar como personas adultas. Pensemos en esos niños,
pobrecitos, que hurgan en los vertederos para buscar algo útil para
intercambiar. Todos estos son hermanos y hermanas nuestros, que se ganan
la vida así, ¡con trabajos que no reconocen su dignidad! Pensemos en
esto. Y esto sucede hoy, en el mundo, ¡esto sucede hoy! Pero pienso
también en quien está sin trabajo: cuánta gente va a llamar a las
puertas de las fábricas, de las empresas: “Pero, ¿hay algo que hacer?” –
“No, no hay, no hay…”. ¡La falta de trabajo! Y pienso también en los
que sienten heridos en su dignidad porque no encuentran este trabajo.
Vuelven a casa: “¿Has encontrado algo?” ― “No, nada… he ido a Cáritas y
traigo pan”. Lo que te da dignidad no es llevar el pan a casa. Puedes
tomarlo en Cáritas: no, esto no da dignidad. Lo que te da dignidad es
ganar el pan, y si nosotros no damos a nuestra gente, a nuestros hombres
y a nuestras mujeres, la capacidad de ganar el pan, esto es una
injusticia social en ese lugar, en esa nación, en ese continente. Los
gobernantes deben dar a todos la posibilidad de ganar el pan, porque
esta ganancia les da dignidad. El trabajo es una unción de dignidad y
esto es importante. Muchos jóvenes, muchos padres y muchas madres viven
el drama de no tener un trabajo que les permita vivir serenamente, viven
al día. Y muchas veces la búsqueda se vuelve tan dramática que los
lleva hasta el punto de perder toda esperanza y deseo de vida. En estos
tiempos de pandemia muchas personas han perdido el trabajo ―lo sabemos― y
algunos, aplastados por un peso insoportable, han llegado al punto de
quitarse la vida. Quisiera hoy recordar a cada uno de ellos y a sus
familias. Hagamos un momento de silencio recordando a esos hombres, esas
mujeres, desesperados porque no encuentran trabajo.
No se tiene lo suficientemente en cuenta el hecho de que el trabajo
es un componente esencial en la vida humana, y también en el camino de
santificación. Trabajar no solo sirve para conseguir el sustento
adecuado: es también un lugar en el que nos expresamos, nos sentimos
útiles, y aprendemos la gran lección de la concreción, que ayuda a que
la vida espiritual no se convierta en espiritualismo. Pero
lamentablemente el trabajo es a menudo rehén de la injusticia social y,
más que ser un medio de humanización, se convierte en una periferia
existencial. Muchas veces me pregunto: ¿con qué espíritu hacemos nuestro
trabajo cotidiano? ¿Cómo afrontamos el esfuerzo? ¿Vemos nuestra
actividad unida solo a nuestro destino o también al destino de los
otros? De hecho, el trabajo es una forma de expresar nuestra
personalidad, que es por su naturaleza relacional. El trabajo es también
una forma para expresar nuestra creatividad: cada uno hace el trabajo a
su manera, con el propio estilo; el mismo trabajo, pero con un estilo
diferente.
Es hermoso pensar que Jesús mismo trabajó y que aprendió este arte
propio de san José. Hoy debemos preguntarnos qué podemos hacer para
recuperar el valor del trabajo; y qué podemos aportar, como Iglesia,
para que sea rescatado de la lógica del mero beneficio y pueda ser
vivido como derecho y deber fundamental de la persona, que expresa e
incrementa su dignidad.
Queridos hermanos y hermanas, por todo esto hoy deseo recitar con
vosotros la oración que san Pablo VI elevó a san José el 1 de mayo de
1969:
Oh, san José,
patrón de la Iglesia,
tú que junto con el Verbo encarnado
trabajaste cada día para ganarte el pan,
encontrando en Él la fuerza de vivir y trabajar;
tú que has sentido la inquietud del mañana,
la amargura de la pobreza, la precariedad del trabajo;
tú que muestras hoy el ejemplo de tu figura,
humilde delante de los hombres,
pero grandísima delante de Dios,
protege a los trabajadores en su dura existencia diaria,
defiéndelos del desaliento,
de la revuelta negadora,
como de la tentación del hedonismo;
y custodia la paz del mundo,
esa paz que es la única que puede garantizar el desarrollo de los pueblos. Amén
Saludos:
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Los animo a
reflexionar sobre el sentido que damos al propio trabajo, a verlo como
un servicio, como un modo de ayudar a los demás con nuestro esfuerzo.
Que el Señor los bendiga y bendiga todas sus tareas, de modo que sean
siempre para la mayor gloria de Dios. Muchas gracias.
Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy reflexionamos en nuestra catequesis sobre el trabajo de san José,
que era “artesano”, un obrero de la madera que podría ocuparse tanto de
la fabricación de utensilios y muebles como de la construcción de las
casas. Un trabajo duro y poco retribuido, que Jesús aprendió de su
padre.
Esta condición de obrero pobre provoca escándalo entre los coetáneos
de Jesús, que no aceptan su enseñanza y no se explican las obras
extraordinarias que realiza. También hoy existen muchas personas que
sufren a causa del trabajo, personas explotadas o que no encuentran un
trabajo digno. Hoy quiero rezar por todas ellas y por sus familias.
Debemos recuperar el sentido del trabajo, como elemento esencial que
dignifica al hombre y coopera a su santificación. Trabajar, como lo
hicieron José y Jesús, más allá de darnos la posibilidad de ganarnos la
vida y de sostener a nuestras familias, nos permite realizarnos
concretamente, sentirnos útiles y colaborar en un proyecto que a fin de
cuentas es el proyecto de Dios.