Los que han conocido a Benedicto XVI en su etapa académica cuentan que, pese a ser una autoridad mundialmente conocida en las materias que impartía, no era excesivamente exigente con los alumnos y tendía a elevar sus notas.
En esto me ha recordado al fallecido sacerdote Pablo Domínguez, profesor y Rector de la Facultad San Dámaso de Madrid, al que muchos han conocido a raíz de la estupenda película “La última cima”, una película que habla bien de los curas. Resulta que Don Pablo fue profesor de mi hermano cuando era seminarista y este me cuenta que a pesar de no ser muy buen estudiante le puso un 9 en su asignatura.
Al respecto, tengo la teoría de que los seres que están cerca de Dios valoran más a los otros y eso explica las notas excelentes que el profesor Ratzinger y Pablo Domínguez daban a sus alumnos.
Esta benignidad adquirida en el trato con Dios de Benedicto XVI debió sufrir horrores en su penúltima etapa vital como Cardenal Prefecto para la Doctrina de la Fe. Creo que le tuvo que ser muy difícil sancionar doctrinas de colegas y compañeros teólogos a los que, en muchos casos, conocía y apreciaba: Hans Kung y Leonardo Boff son quizás los más conocidos. El primero, además de compatriota, fue quien propuso al doctor Ratzinger para la cátedra en la Universidad de Tubinga y mantuvieron durante años una relación de aprecio mutuo y de respeto a pesar de las diferencias académicas entre ambos. El otro, Leonardo, fue discípulo de Ratzinger en la Universidad de Munich.
Sin duda, Joseph Ratzinger era el hombre más preparado en la Iglesia para discernir la recta doctrina. Pero, a la vez, era el menos riguroso de los censores. Solo su inmenso amor a la Iglesia de Cristo le hizo sobreponerse a la magnitud e ingratitud del cargo y desempeñarlo con una caridad y una insobornabilidad absolutas.
A pesar de ello, el estereotipo que nos trasladaban los medios era la de una persona intransigente y dura. Nada más lejos de la realidad, como estamos comprobando los cristianos que disfrutamos actualmente de su pontificado.
Para ilustrarlo, traemos una anécdota que Josep Ignasi Saranyana cuenta en”Diálogos Almudí 2006” y que transcribimos a continuación:
“Leonardo Boff tuvo un encontronazo en 1984 con el cardenal Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. De oficio el cardenal Ratzinger tuvo que tomar una medida disciplinaria importante con respecto a Leonardo, imponiéndole como pena medicinal un año de silencio, a raíz de la publicación de un libro de Boff muy sesgado. Me refiero al famoso libro Igreja: carisma e poder, aparecido en 1981. Pues bien, los periodistas acudieron a Boff a raíz de la elección pontificia y le preguntaron: "¿Usted qué opina de la elección de Ratzinger?", esperando que Boff respondiera que era el hombre que le había perseguido y que le redujo a silencio durante un año, etc. Y Boff se limitó a recordar que era la única persona que le había echado una mano cuando lo necesitaba, siendo él estudiante en Munich; que fue el profesor Ratzinger quien le asesoró en la redacción de su tesis doctoral. De las palabras de Boff podía incluso deducirse que Ratzinger pagó de su bolsillo la publicación de la tesis o, al menos, contribuyó a ella. En la edición de El País, de 6 de julio 2006, se afirmaba que entregó 14.000 DM a Boff para que editase inmediatamente su trabajo doctoral”.
En definitiva, calificar a Benedicto XVI de intransigente es un insulto a la inteligencia o, peor aún, un atentado contra la verdad. Quién lo quiera ver así o no tiene luces o proyecta sombras para hacer caer a los demás y está, por tanto, en las antípodas de Benedicto, cuya doctrina es luminosa, cuya persona esta pronta a levantar y acompañar a quien lo necesita.