El discurso de Benedicto XVI en la Abadía de Westminster ha sido emocionante. En el mismo lugar donde la conciencia fue mancillada -en la persona de Tomás Moro- Benedicto XVI ha reivindicado su dignidad ante las autoridades civiles y religiosas de Inglaterra. Viendo este vídeo me da la impresión de que los asistentes al acto son conscientes de la trascendencia del momento. El Papa de Roma está de pie pronunciando un discurso a la altura de un gran Pontífice. No habla de política, pero sí de los límites de la política; no habla de economía, pero sí de la necesidad de una ética universal que limite a los poderosos y sirva de defensa de los intereses de los más necesitados.
Sin embargo, abundan los medios de comunicación -me refiero sólo a los españoles- que prefieren ser altavoz de unos grupos minoritarios.
Así como hace XX siglos hubo fariseos que se rasgaron las vestiduras ante la persona y el mensaje de Jesucristo, así también ahora algunos han hecho lo mismo ante algunas declaraciones del Papa. ¿Motivo? Que hay una continuidad o semejanza entre el nazismo y el ateísmo o laicismo extremo. Hay un dicho catalán - Qui té cua de palla, por té al foc - que expresa bien esta actitud. El Papa no ha hablado del laicismo, sino del laicismo ateo extremo.
Los que se han sentido aludidos por las palabras del Papa son los mismos que acusan a la Iglesia y a los creyentes en general de las mayores atrocidades y genocidios, presentándolos como los principales enemigos de la democracia y de la civilización occidental. Es curioso lo corta que es la memoria de estas personas.
Son capaces de recordar las guerras de Religión para poner a los creyentes en el banquillo y acusarles de aquellos "delitos" cometidos hace siglos. El silogismo que emplean es elemental. Si no hubiera existido la Religión, evidentemente no se hubiera producido las guerras de Religión. Luego éstas son causadas por los creyentes, que son un peligro público.
Olvidan, en cambio, dos datos importantes:
- Que las mayores matanzas se han producido hace menos de un siglo en el altar del ateísmo que ha alimentado las ideologías totalitarias de izquierdas o derechas.
- Que el único que ha reconocido los errores de forma pública ha sido Juan Pablo II al cruzar el umbral del nuevo milenio y lo hizo sobre una culpas que no eran propiamente suyas, sino especialmente de los cristianos de otras épocas.
Benedicto XVI ha puesto el dedo en la llaga, pero no para herir u ofender, sino para extender el bálsamo curativo. La verdad ha sido proclamada por Benedicto XVI. Quien quiera rasgarse las vestiduras con furor farisaico, allá él.