1 de noviembre de 2010
PONIENDO CADA COSA EN SU LUGAR. BENEDICTO XVI NOS HABLA DEL PURGATORIO Y EL INFIERNO
Benedicto XVI: Pecado, juicio, purgatorio, infierno, paraíso
Encuentro del Papa con los párrocos y el clero de Roma (IV)
(CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 14 febrero 2008 )
Actualmente se suele pensar: qué es el pecado, Dios es grande, nos conoce, así que el pecado no cuenta, al final Dios será bueno con todos. Es una bella esperanza. Pero existe la justicia y existe la verdadera culpa. Quienes han destruido al hombre y la tierra no pueden sentarse de inmediato en la mesa de Dios junto a las víctimas. Dios crea justicia. Debemos tenerlo presente. Por ello me parecía importante escribir este texto también sobre el purgatorio, que para mí es una verdad tan obvia, tan evidente y también tan necesaria y consoladora, que no puede faltar. He intentado decir: tal vez no son muchos los que se han destruido así, los que son insanables para siempre, los que carecen de elemento alguno sobre el que pueda apoyarse el amor de Dios, los que no tienen en sí mismos una mínima capacidad de amar. Esto sería el infierno. Por otra parte, son ciertamente pocos -o en cualquier caso no demasiados-- los que son tan puros que pueden entrar inmediatamente en la comunión de Dios. Muchísimos de nosotros esperamos que haya algo sanable en nosotros, que haya una voluntad final de servir a Dios y de servir a los hombres, de vivir según Dios. Pero hay tantas y tantas heridas, tanta inmundicia. Tenemos necesidad de ser preparados, de ser purificados. Ésta es nuestra esperanza: incluso con tanta suciedad en nuestra alma, al final el Señor nos da la posibilidad, nos lava por fin con su bondad que viene de su cruz. Nos hace así capaces de existir eternamente para Él. Y de tal forma el paraíso es la esperanza, es la justicia por fin cumplida. Y nos da también los criterios para vivir, para que este tiempo sea de alguna forma paraíso, una primera luz del paraíso. Donde los hombres viven según estos criterios, aparece un poco de paraíso en el mundo, y esto es visible. Me parece también una demostración de la verdad de la fe, de la necesidad de seguir el camino de los mandamientos, de los que debemos hablar más. Estos son realmente indicadores del camino y nos muestran cómo vivir bien, cómo elegir la vida. Por ello debemos también hablar del pecado y del sacramento del perdón y de la reconciliación. Un hombre sincero sabe que es culpable, que debería recomenzar, que debería ser purificado. Y ésta es la maravillosa realidad que nos ofrece el Señor: existe una posibilidad de renovación, de ser nuevos. El Señor comienza con nosotros de nuevo y nosotros podemos recomenzar así también con los demás en nuestra vida.
Este aspecto de la renovación, de la restitución de nuestro ser después de tantos errores, después de tantos pecados, es la gran promesa, el gran don que la Iglesia ofrece. Y que, por ejemplo, la psicoterapia no puede ofrecer. La psicoterapia hoy está muy difundida y es también necesaria ante tantas psiquis destruidas o gravemente heridas. Pero las posibilidades de la psicoterapia son muy limitadas: sólo puede intentar un poco reequilibrar un alma desequilibrada. Pero no puede brindar una verdadera renovación, una superación de estas graves enfermedades del alma. Y por eso sigue siendo siempre provisional, jamás definitiva. El sacramento de la penitencia nos da la ocasión de renovarnos hasta el fondo con el poder de Dios --ego te absolvo-- que es posible porque Cristo cargó sobre sí estos pecados, estas culpas. Me parece que ésta es precisamente hoy una gran necesidad. Podemos ser sanados. Las almas que están heridas y enfermas, como es la experiencia de todos, necesitan no sólo consejos, sino una verdadera renovación que sólo puede venir del poder de Dios, del poder del Amor crucificado. Me parece éste el gran nexo de los misterios que al final inciden realmente en nuestra vida. Nosotros mismos debemos volver a meditarlos y así acercarlos de nuevo a nuestra gente.
Traducción del original italiano por Marta Lago