Benedicto XVI: “He podido experimentar el afecto de los españoles”
Hoy en la audiencia general
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 10 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).-
Ofrecemos a continuación la intervención del Papa Benedicto XVI esta
mañana durante la Audiencia General, que tuvo dos momentos: un primer
saludo, en la Basílica de San Pedro, a los peregrinos procedentes de
Carpineto Romano y de la República Checa, y una segunda parte, en el
Aula Pablo VI.
* * * * *
[Dentro de la basílica vaticana]
Estoy
contento de acogeros y de dirigir a cada uno de vosotros mi cordial
bienvenida. En particular os saludo a vosotros, los fieles de Carpineto
Romano, llegados aquí con vuestro pastor monseñor Lorenzo Loppa, para
devolverme la visita, breve pero intensa, que tuve la alegría de
realizar en vuestra tierra, el pasado mes de septiembre, con ocasión del
bicentenario del nacimiento del papa León XIII.
Queridos amigos, deseo
renovaros a todos mi vivo agradecimiento por la calurosa acogida que me
reservasteis en aquella circunstancia. Pienso en la disponibilidad de
las Autoridades civiles, especialmente del alcalde y del Concejo, como
también en el diligente empeño de vuestro obispo, del párroco y de sus
colaboradores, especialmente en la preparación de la Celebración
eucarística, tan bien cuidada y participada. El recuerdo de aquel
evento, lleno de significado eclesial y espiritual, reavive en cada uno
el deseo de profundizar cada vez más la vida de fe, en el surco de las
enseñanzas de vuestro ilustre conciudadano el papa León XIII, cuya
valiente acción pastoral suscitó una renovación providencial del
compromiso de los católicos en la sociedad.
Queridos amigos, no
os canséis de confiaros a Cristo y de anunciarlo con vuestra vida, en la
familia y en cada ambiente. Esto es lo que los hombres, también hoy,
esperan de la Iglesia. Con estos sentimientos os imparto de corazón a
todos mi bendición, que de buen grado extiendo a vuestras familias y a
todos vuestros seres queridos.
[En checo dijo]
Os
saludo cordialmente a vosotros los peregrinos procedentes de la
República Checa, llegados aquí en gran número para devolverme la visita
que tuve la alegría de realizar en vuestro país el año pasado. Queridos
amigos, ¡sed bienvenidos! Conservo un querido y grato recuerdo de aquel
agradable viaje mío a vuestra hermosa tierra. Pienso en particular en la
deferente cortesía de las distinguidas autoridades; en la calurosa
acogida que recibí de los venerados Hermanos en el Episcopado, de los
sacerdotes, de las personas consagradas y de todos los fieles, que
quisieron expresarme con entusiasmo su fe, en torno al sucesor de Pedro.
Me impresionó también la atenta consideración que me reservaron también
cuantos, aun estando alejados de la Iglesia, están con todo en búsqueda
de valores humanos espirituales auténticos, de los que la misma
comunidad católica quiere ser testigo gozoso. Rezo para que el Señor
haga fructificar las gracias de aquel viaje, y auguro que el pueblo
cristiano de la República Checa prosiga, con renovado empuje, dando por
todas partes un valiente testimonio evangélico. A todos os imparto de
corazón una especial Bendición Apostólica, extensible a vuestras
familias y a toda vuestra patria.
[Posteriormente, en el Aula Pablo VI]
¡Queridos hermanos y hermanas!
Hoy quisiera recordar con vosotros el Viaje Apostólico a Santiago de
Compostela y Barcelona, que tuve la alegría de realizar el sábado y el
domingo pasados. Me dirigí allí para confirmar en la fe a mis hermanos
(cfr Lc 22,32); lo hice como testigo de Cristo resucitado, como
sembrador de la esperanza que no desilusiona y no engaña, porque tiene
su origen en el amor infinito de Dios por todos los hombres.
La
primera etapa fue Santiago. Desde la ceremonia de bienvenida, pude
experimentar el afecto que las gentes de España nutren hacia el Sucesor
de Pedro. Fui acogido verdaderamente con gran entusiasmo y calor. En
este Año Santo Compostelano, he querido hacerme peregrino junto con
cuantos, numerosísimos, se han dirigido a ese célebre Santuario. Pude
visitar la "Casa del Apóstol Santiago el Mayor", el cual sigue
repitiendo, a quien llega allí necesitado de gracia, que en Cristo, Dios
vino al mundo para reconciliarlo consigo, no imputando a los hombres
sus culpas.
En la imponente catedral de Compostela, dando, con
emoción, el tradicional abrazo al Santo, pensaba en cómo este gesto de
acogida y amistad es también un modo de expresar la adhesión a su
palabra y la participación en su misión. Un signo fuerte de la voluntad
de conformarse al mensaje apostólico, el cual por un lado, nos
compromete a ser fieles custodios de la Buena Noticia que los Apóstoles
transmitieron, sin ceder a la tentación de alterarla, disminuirla o
plegarla a otros intereses, y por otro, nos transforma a cada uno de
nosotros en anunciadores incansables de la fe en Cristo, con la palabra y
el testimonio de la vida en todos los campos de la sociedad.
Viendo el número de peregrinos presentes en la Santa Misa solemne que
tuve la gran alegría de presidir en Santiago, meditaba que lo que empuja
a tanta gente a dejar las ocupaciones cotidianas y emprender el camino
penitencial hacia Compostela, un camino a veces largo y fatigoso: es el
deseo de llegar a la luz de Cristo, a quien anhelan en lo profundo de su
corazón, aunque a menudo no sepan expresarlo bien con las palabras. En
los momentos de extravío, de búsqueda, de dificultad, como también en la
aspiración a reforzar la fe y a vivir de una forma más coherente, los
peregrinos en Compostela emprenden un profundo itinerario de conversión a
Cristo, que asumió en sí la debilidad, el pecado de la humanidad, las
miserias del mundo, llevándolas donde el mal ya no tiene poder, donde la
luz del bien lo ilumina todo. Se trata de un pueblo de caminantes
silenciosos, procedentes de cada parte del mundo, que redescubren la
antigua tradición medieval y cristiana de la peregrinación, atravesando
pueblos y ciudades permeados de catolicismo.
En esa solemne
Eucaristía, vivida por tantísimos fieles presentes con intensa
participación y devoción, pedí con fervor que cuantos se dirigen en
peregrinación a Santiago puedan recibir el don de llegar a ser
verdaderos testigos de Cristo, a quien han redescubierto en las
encrucijadas de los sugerentes caminos hacia Compostela. Recé también
para que los peregrinos, siguiendo las huellas de numerosos santos que
en el transcurso de los siglos han hecho el "Camino de Santiago", sigan
manteniendo vivo su genuino significado religioso, espiritual y
penitencial, sin ceder a la banalidad, a la distracción, a la modas. Ese
camino, entretejido de vías que surcan vastas tierras formando una red a
través de la Península Ibérica y Europa, fue y sigue siendo lugar de
encuentro de hombres y mujeres de las más diversas procedencias, unidos
por la búsqueda de la fe y de la verdad sobre sí mismos, y suscita
experiencias profundas de compartir, de fraternidad y de solidaridad.
Es precisamente la fe en Cristo la que da sentido a Compostela, un
lugar espiritualmente extraordinario, que sigue siendo punto de
referencia para la Europa de hoy en sus nuevas configuraciones y
perspectivas. Conservar y reforzar la apertura a lo trascendente, así
como un diálogo fecundo entre fe y razón, entre política y religión,
entre economía y ética, permitirá construir una Europa que, fiel a sus
imprescindibles raíces cristianas, pueda responder plenamente a su
propia vocación y misión en el mundo. Por ello, seguro de las inmensas
posibilidades del continente europeo y confiado en un futuro de
esperanza para él, invité a Europa a abrirse cada vez más a Dios,
favoreciendo así las perspectivas de un auténtico encuentro, respetuoso y
solidario, con las poblaciones y las civilizaciones de los demás
Continentes.
El domingo, después, tuve la alegría verdaderamente
grande de presidir, en Barcelona, la Dedicación de la iglesia de la
Sagrada Familia, que declaré Basílica Menor. Al contemplar la
grandiosidad y la belleza de ese edificio, que invita a elevar la mirada
y el alma hacia lo Alto, hacia Dios, recordaba las grandes
construcciones religiosas, como las catedrales del Medioevo, que
marcaron profundamente la historia y la fisionomía de las principales
ciudades de Europa. Esa obra espléndida opera – riquísima en simbología
religiosa, preciosa en el entretejido de las formas, fascinante en el
juego de luces y colores – casi una inmensa escultura en piedra, fruto
de la profunda fe, de la sensibilidad espiritual y del talento artístico
de Antoni Gaudí, remite al verdadero santuario, el lugar del culto
real, el Cielo, donde Cristo entró para aparecer ante Dios en nuestro
favor (cfr Hb 9,24). El genial arquitecto, en ese magnífico
templo, supo representar admirablemente el misterio de la Iglesia, a la
que los fieles son incorporados con el Bautismo como piedras vivas para
la construcción de un edificio espiritual (cfr 1Pe 2,5).
La iglesia de la Sagrada Familia fe concebida y proyectada por Gaudí
como una gran catequesis sobre Jesucristo, como un cántico de alabanza
al Creador. En ese edificio tan imponente, él puso su propia genialidad
al servicio de lo bello. De hecho, la extraordinaria capacidad expresiva
y simbólica de las formas y de los motivos artísticos, como también las
innovadoras técnicas arquitectónicas y esculturales, evocan la Fuente
suprema de toda belleza. El famoso arquitecto consideró este trabajo
como una misión en la que estaba implicada toda su persona. Desde el
momento en que aceptó el encargo de construcción de esa iglesia, su vida
fue marcada por un cambio profundo. Emprendió así una intensa práctica
de oración, ayuno y pobreza, advirtiendo la necesidad de prepararse
espiritualmente para lograr expresar en la realidad material el misterio
insondable de Dios. Se puede decir que, mientras Gaudí trabajaba en la
construcción del templo, Dios construía en él el edificio espiritual
(cfr Ef 2,22), reforzándolo en la fe y acercándolo cada vez más a
la intimidad de Cristo. Inspirándose continuamente en la naturaleza,
obra del Creador, y dedicándose con pasión a conocer la Sagrada
Escritura y la liturgia, supo realizar en el corazón de la Ciudad un
edificio digno de Dios y, por ello mismo, digno del hombre.
En Barcelona, visité también la Obra del "Nen Déu",
una iniciativa ultracentenaria, muy ligada a esa archidiócesis, donde
se cuida, con profesionalidad y amor, a niños y jóvenes discapacitados.
Sus vidas son preciosas a los ojos de Dios y nos invitan constantemente a
salir de nuestro egoísmo. En esa casa, fui partícipe de la alegría y de
la caridad profunda e incondicionada de las Hermanas Franciscanas de
los Sagrados Corazones, del generoso trabajo de médicos, educadores y de
tantos otros profesionales y voluntarios, que trabajan con dedicación
encomiable en esa Institución. También bendije la primera piedra de una
nueva Residencia que formará parte de esta Obra, donde todo habla de
caridad, de respeto de la persona y de su dignidad, de alegría profunda,
porque el ser humano vale por lo que es, y no solo por lo que hace.
Mientras estaba en Barcelona, recé intensamente por las familias,
células vitales y esperanza de la sociedad y de la Iglesia. Recordé
también a aquellos que sufren, en particular en estos momentos de serias
dificultades económicas. Tuve presente, al mismo tiempo, a los jóvenes –
que me acompañaron en toda la visita a Santiago y Barcelona con su
entusiasmo y su alegría – para que descubran la belleza, el valor y el
compromiso del Matrimonio, en el que un hombre y una mujer forman una
familia, que con generosidad acoge la vida y la acompaña desde su
concepción hasta su término natural. Todo lo que se haga para apoyar el
matrimonio y la familia, para ayudar a las personas más necesitadas,
todo lo que acrecienta la grandeza del hombre y su dignidad inviolable,
contribuye al perfeccionamiento de la sociedad. Ningún esfuerzo es vano
en este sentido.
Queridos amigos, doy gracias a Dios por las
jornadas intensas que he transcurrido en Santiago de Compostela y en
Barcelona. Renuevo mi agradecimiento al Rey y a la Reina de España, a
los Príncipes de Asturias y a todas las Autoridades. Dirijo una vez más
mi pensamiento con reconocimiento y afecto a los queridos hermanos
arzobispos de esas dos Iglesias particulares y a sus colaboradores, como
también a cuantos se han prodigado generosamente para que mi visita a
esas dos maravillosas ciudades fuese fructífera. ¡Han sido días
inolvidables, que quedarán impresos en mi corazón! En particular, las
dos Celebraciones eucarísticas, cuidadosamente preparadas e intensamente
vividas por todos los fieles, también a través de los cantos, tomados
tanto de la gran tradición de la Iglesia, como de la genialidad de
autores modernos, fueron momentos de verdadera alegría interior. Que
Dios recompense a todos, como sólo Él sabe hacer; que la Santísima Madre
de Dios y el Apóstol Santiago sigan acompañando con su protección su
camino. El año que viene, si Dios quiere, me dirigiré de nuevo a España,
a Madrid, para la Jornada Mundial de la Juventud. Confío desde ahora a
vuestra oración esta iniciativa providencial para que sea ocasión de
crecimiento en la fe para tantos jóvenes.
[En español dijo]
Saludo a los peregrinos de lengua española, invitándolos a dar gracias a
Dios por el Viaje Apostólico a Santiago de Compostela y Barcelona.
Conservo un inolvidable recuerdo de la amabilidad con la que me
acogieron en Compostela Sus Altezas Reales los Príncipes de Asturias y
con la que Sus Majestades los Reyes de España me despidieron en
Barcelona. Deseo también agradecer vivamente a las Autoridades y a las
Fuerzas de Seguridad todo el trabajo llevado a cabo con eficacia para
que mi estancia en esos lugares se desarrollara felizmente. Reitero mi
afectuoso agradecimiento a los Arzobispos de esas dos Iglesias
particulares, así como a quienes numerosos me han acompañado con suma
cordialidad en los actos celebrados en esas dos emblemáticas ciudades.
Pido al Señor que bendiga copiosamente a los Pastores y fieles de esas
nobles tierras, para que aviven su fe y la transmitan con valentía,
siendo cristianos como ciudadanos y ciudadanos como cristianos. Volveré a
España para la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud. De
nuevo, muchas gracias a todos los españoles.
[En italiano dijo]
Mi pensamiento se dirige ahora a los jóvenes, a los enfermos y a los
recién casados. En la liturgia de ayer celebramos la fiesta de la
Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, caput et mater omnium ecclesiarum. Junto
con ella recordamos también las iglesias en las que se reúnen vuestras
comunidades y también aquellas que esperan aún ser construidas en Roma y
en el mundo. Queridos jóvenes, enfermos y esposos cristianos, os
exhorto a colaborar con todo el pueblo d Dios y con todos los hombres de
buena voluntad a realizar la Casa del Señor. Sed siempre “piedras
vivas” del edificio espiritual que es la Iglesia, caminando juntos en el
servicio al Evangelio, en el ofrecimiento de la oración y en la
participación en la caridad.