Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales
Internet debe estar al servicio de la persona
CIUDAD DEL VATICANO, lunes 24 de enero de 2011 (ZENIT.org).-
Ofrecemos a continuación el Mensaje del Papa Benedicto XVI para la XLV
Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que ha sido hecho
público hoy por el Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales,
con motivo de la fiesta de san Francisco de Sales, patrón de los
escritores y periodistas católicos.
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Verdad, anuncio y autenticidad de vida en la era digital
Queridos hermanos y hermanas
Con ocasión de la XLV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales,
deseo compartir algunas reflexiones, motivadas por un fenómeno
característico de nuestro tiempo: la propagación de la comunicación a
través de internet. Se extiende cada vez más la opinión de que,
así como la revolución industrial produjo un cambio profundo en la
sociedad, por las novedades introducidas en el ciclo productivo y en la
vida de los trabajadores, la amplia transformación en el campo de las
comunicaciones dirige las grandes mutaciones culturales y sociales de
hoy. Las nuevas tecnologías no modifican sólo el modo de comunicar, sino
la comunicación en sí misma, por lo que se puede afirmar que nos
encontramos ante una vasta transformación cultural. Junto a ese modo de
difundir información y conocimientos, nace un nuevo modo de aprender y
de pensar, así como nuevas oportunidades para establecer relaciones y
construir lazos de comunión.
Se presentan a nuestro alcance
objetivos hasta ahora impensables, que asombran por las posibilidades de
los nuevos medios, y que a la vez exigen con creciente urgencia una
seria reflexión sobre el sentido de la comunicación en la era digital.
Esto se ve más claramente aún cuando nos confrontamos con las
extraordinarias potencialidades de internet y la complejidad de
sus aplicaciones. Como todo fruto del ingenio humano, las nuevas
tecnologías de comunicación deben ponerse al servicio del bien integral
de la persona y de la humanidad entera. Si se usan con sabiduría, pueden
contribuir a satisfacer el deseo de sentido, de verdad y de unidad que
sigue siendo la aspiración más profunda del ser humano.
Transmitir información en el mundo digital significa cada vez más
introducirla en una red social, en la que el conocimiento se comparte en
el ámbito de intercambios personales. Se relativiza la distinción entre
el productor y el consumidor de información, y la comunicación ya no se
reduce a un intercambio de datos, sino que se desea compartir. Esta
dinámica ha contribuido a una renovada valoración del acto de comunicar,
considerado sobre todo como diálogo, intercambio, solidaridad y
creación de relaciones positivas. Por otro lado, todo ello tropieza con
algunos límites típicos de la comunicación digital: una interacción
parcial, la tendencia a comunicar sólo algunas partes del propio mundo
interior, el riesgo de construir una cierta imagen de sí mismos que
suele llevar a la autocomplacencia.
De modo especial, los
jóvenes están viviendo este cambio en la comunicación con todas las
aspiraciones, las contradicciones y la creatividad propias de quienes se
abren con entusiasmo y curiosidad a las nuevas experiencias de la vida.
Cuanto más se participa en el espacio público digital, creado por las
llamadas redes sociales, se establecen nuevas formas de relación
interpersonal que inciden en la imagen que se tiene de uno mismo. Es
inevitable que ello haga plantearse no sólo la pregunta sobre la calidad
del propio actuar, sino también sobre la autenticidad del propio ser.
La presencia en estos espacios virtuales puede ser expresión de una
búsqueda sincera de un encuentro personal con el otro, si se evitan
ciertos riesgos, como buscar refugio en una especie de mundo paralelo, o
una excesiva exposición al mundo virtual. El anhelo de compartir, de
establecer "amistades", implica el desafío de ser auténticos, fieles a
sí mismos, sin ceder a la ilusión de construir artificialmente el propio
"perfil" público.
Las nuevas tecnologías permiten a las
personas encontrarse más allá de las fronteras del espacio y de las
propias culturas, inaugurando así un mundo nuevo de amistades
potenciales. Ésta es una gran oportunidad, pero supone también prestar
una mayor atención y una toma de conciencia sobre los posibles riesgos.
¿Quién es mi "prójimo" en este nuevo mundo? ¿Existe el peligro de estar
menos presentes con quien encontramos en nuestra vida cotidiana
ordinaria? ¿Tenemos el peligro de caer en la dispersión, dado que
nuestra atención está fragmentada y absorta en un mundo "diferente" al
que vivimos? ¿Dedicamos tiempo a reflexionar críticamente sobre nuestras
decisiones y a alimentar relaciones humanas que sean realmente
profundas y duraderas? Es importante recordar siempre que el contacto
virtual no puede y no debe sustituir el contacto humano directo, en
todos los aspectos de nuestra vida.
También en la era digital,
cada uno siente la necesidad de ser una persona auténtica y reflexiva.
Además, las redes sociales muestran que uno está siempre implicado en
aquello que comunica. Cuando se intercambian informaciones, las personas
se comparten a sí mismas, su visión del mundo, sus esperanzas, sus
ideales. Por eso, puede decirse que existe un estilo cristiano de
presencia también en el mundo digital, caracterizado por una
comunicación franca y abierta, responsable y respetuosa del otro.
Comunicar el Evangelio a través de los nuevos medios significa no sólo
poner contenidos abiertamente religiosos en las plataformas de los
diversos medios, sino también dar testimonio coherente en el propio
perfil digital y en el modo de comunicar preferencias, opciones y
juicios que sean profundamente concordes con el Evangelio, incluso
cuando no se hable explícitamente de él. Asimismo, tampoco se puede
anunciar un mensaje en el mundo digital sin el testimonio coherente de
quien lo anuncia. En los nuevos contextos y con las nuevas formas de
expresión, el cristiano está llamado de nuevo a responder a quien le
pida razón de su esperanza (cf. 1 P 3,15).
El compromiso
de ser testigos del Evangelio en la era digital exige a todos el estar
muy atentos con respecto a los aspectos de ese mensaje que puedan
contrastar con algunas lógicas típicas de la red. Hemos de tomar
conciencia sobre todo de que el valor de la verdad que deseamos
compartir no se basa en la "popularidad" o la cantidad de atención que
provoca. Debemos darla a conocer en su integridad, más que intentar
hacerla aceptable, quizá desvirtuándola. Debe transformarse en alimento
cotidiano y no en atracción de un momento.
La verdad del
Evangelio no puede ser objeto de consumo ni de disfrute superficial,
sino un don que pide una respuesta libre. Esa verdad, incluso cuando se
proclama en el espacio virtual de la red, está llamada siempre a
encarnarse en el mundo real y en relación con los rostros concretos de
los hermanos y hermanas con quienes compartimos la vida cotidiana. Por
eso, siguen siendo fundamentales las relaciones humanas directas en la
transmisión de la fe.
Con todo, deseo invitar a los cristianos a
unirse con confianza y creatividad responsable a la red de relaciones
que la era digital ha hecho posible, no simplemente para satisfacer el
deseo de estar presentes, sino porque esta red es parte integrante de la
vida humana. La red está contribuyendo al desarrollo de nuevas y más
complejas formas de conciencia intelectual y espiritual, de comprensión
común. También en este campo estamos llamados a anunciar nuestra fe en
Cristo, que es Dios, el Salvador del hombre y de la historia, Aquél en
quien todas las cosas alcanzan su plenitud (cf. Ef 1, 10). La
proclamación del Evangelio supone una forma de comunicación respetuosa y
discreta, que incita el corazón y mueve la conciencia; una forma que
evoca el estilo de Jesús resucitado cuando se hizo compañero de camino
de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35), a quienes mediante
su cercanía condujo gradualmente a la comprensión del misterio,
dialogando con ellos, tratando con delicadeza que manifestaran lo que
tenían en el corazón.
La Verdad, que es Cristo, es en definitiva
la respuesta plena y auténtica a ese deseo humano de relación, de
comunión y de sentido, que se manifiesta también en la participación
masiva en las diversas redes sociales. Los creyentes, dando testimonio
de sus más profundas convicciones, ofrecen una valiosa aportación, para
que la red no sea un instrumento que reduce las personas a categorías,
que intenta manipularlas emotivamente o que permite a los poderosos
monopolizar las opiniones de los demás. Por el contrario, los creyentes
animan a todos a mantener vivas las cuestiones eternas sobre el hombre,
que atestiguan su deseo de trascendencia y la nostalgia por formas de
vida auténticas, dignas de ser vividas. Esta tensión espiritual
típicamente humana es precisamente la que fundamenta nuestra sed de
verdad y de comunión, que nos empuja a comunicarnos con integridad y
honradez.
Invito sobre todo a los jóvenes a hacer buen uso de su
presencia en el espacio digital. Les reitero nuestra cita en la próxima
Jornada Mundial de la Juventud, en Madrid, cuya preparación debe mucho a
las ventajas de las nuevas tecnologías. Para quienes trabajan en la
comunicación, pido a Dios, por intercesión de su Patrón, san Francisco
de Sales, la capacidad de ejercer su labor conscientemente y con
escrupulosa profesionalidad, a la vez que imparto a todos la Bendición
Apostólica.
Vaticano, 24 de enero 2011, fiesta de san Francisco de Sales.
BENEDICTUS PP. XVI