Benedicto XVI: la perfección cristiana en santa Teresa de Ávila
Hoy en la Audiencia General
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 2 de febrero de 2011 (ZENIT.org).-
Ofrecemos a continuación la catequesis que el Papa Benedicto XVI
dirigió hoy a los peregrinos congregados en el Aula Pablo VI para la
audiencia general, y que dedicó a la santa española Teresa de Jesús,
doctora de la Iglesia.
* * * * *
Queridos hermanos y hermanas,
en
el curso de las Catequesis que he querido dedicar a los Padres de la
Iglesia y a grandes figuras de teólogos y de mujeres de la Edad Media,
he podido detenerme también en algunos Santos y Santas que han sido
proclamados Doctores de la Iglesia por su eminente doctrina. Hoy
quisiera iniciar una breve serie de encuentros para completar la
presentación de los Doctores de la Iglesia. Y comienzo con una Santa que
representa una de las cumbres de la espiritualidad cristiana de todos
los tiempos: santa Teresa de Jesús.
Nace en Ávila, en España,
en 1515, con el nombre de Teresa de Ahumada. En su autobiografía ella
misma menciona algunos detalles de su infancia: el nacimiento de “padres
virtuosos y temerosos de Dios”, dentro de una familia numerosa, con
nueve hermanos y tres hermanas. Aún niña, con al menos 9 años, pudo leer
las vidas de algunos mártires que le inspiran el deseo del martirio,
tanto que improvisa una breve fuga de casa para morir mártir y subir al
Cielo (cfr Vida 1, 4); “quiero ver a Dios” dice la pequeña a sus padres.
Algunos años después Teresa habló de sus lecturas de la infancia y
afirmó haber descubierto la verdad, que resume en dos principios
fundamentales: por un lado “el hecho de que todo lo que pertenece a este
mundo, pasa”, por el otro que sólo Dios es para “siempre, siempre,
siempre”, tema que recupera en su famosísimo poema “Nada te turbe, nada
te espante; todos se pasa,/ Dios no se muda, la paciencia todo lo
alcanza, /quien a Dios tiene nada le falta, ¡Sólo Dios basta!”. Se quedó
huérfana de madre a los 12 años, le pidió a la Virgen Santísima que
fuera su madre (cfr. Vida 1,7).
Si en la adolescencia la lectura
de libros profanos la había llevado a las distracciones de la vida
mundana, la experiencia como alumna de las monjas agustinas de Santa
María de las Gracias de Ávila y la lectura de libros espirituales, sobre
todo clásicos de espiritualidad franciscana, le enseñan el recogimiento
y la oración. A la edad de 20 años entra en el monasterio carmelita de
la Encarnación, siempre en Ávila. Tres años después, enferma gravemente,
tanto que permanece durante cuatro días en coma, aparentemente muerta
(cfr Vida 5, 9). También en la lucha contra sus propias enfermedades la
Santa ve el combate contra las debilidades y las resistencias a la
llamada de Dios. Escribe: “Deseaba vivir porque comprendía bien que no
estaba viviendo, sino que estaba luchando con una sombra de muerte, y no
tenía a nadie que me diese vida, y ni siquiera yo me la podía tomar, y
Aquel que podía dármela tenía razón en no socorrerme, dado que tantas
veces me había vuelto hacia Él, y yo le había abandonado” (Vida 8, 2) .
En 1543 pierde la cercanía de sus familiares: el padre muere y todos sus
hermanos emigran uno detrás de otro a América. En la Cuaresma de 1554, a
los 39 años, Teresa llega a la cumbre de su lucha contra sus propias
debilidades. El descubrimiento fortuito de “un Cristo muy llagado” marca
profundamente su vida (cfr Vida 9). La Santa, que en aquel periodo
siente en profunda consonancia con el san Agustín de las Confesiones,
describe así la Jornada decisiva de su experiencia mística: “Sucedió...
que de repente me vino un sentimiento de la presencia de Dios, que de
ninguna forma podía dudar que estaba dentro de mí o que yo estaba toda
absorbida en Él” (Vida 10, 1).
Paralelamente a la maduración de
su propia interioridad, la Santa comienza a desarrollar de forma
concreta el ideal de reforma de la Orden Carmelita: en 1562 funda en
Ávila, con el apoyo del Obispo de la ciudad, don Álvaro de Mendoza, el
primer Carmelo reformado, y poco después recibe también la aprobación
del Superior General de la Orden, Giovanni Battista Rossi. En años
sucesivos continuó la fundación de nuevos Carmelos, en total diecisiete.
Fue fundamental su encuentro con san Juan de la Cruz, con el que, en
1568, constituyó en Duruelo, cerca de Ávila, el primer convento de
carmelitas descalzas. En 1580 obtiene de Roma la erección en Provincia
autónoma para sus Carmelos reformados, punto de partida de la Orden
Religiosa de los Carmelitas Descalzos. Teresa termina su vida terrena
justo cuanto está ocupándose de la fundación.
En 1582, de hecho,
tras haber constituido el Carmelo de Burgos y mientras está realizando
el viaje de vuelta hacia Ávila, muere la noche del 15 de octubre en Alba
de Tormes, repitiendo humildemente dos expresiones: “Al final, muero
como hija de la Iglesia” y “Ya es hora, Esposo mío, de que nos veamos”.
Una existencia consumada dentro de España, pero empeñada por toda la
Iglesia. Beatificada por el papa Pablo V en 1614 y canonizada en 1622
por Gregorio XV, fue proclamada “Doctora de la Iglesia” por el Siervo de
Dios Pablo VI en 1970.
Teresa de Jesús no tenía una formación
académica, pero siempre atesoró enseñanzas de teólogos, literatos y
maestros espirituales. Como escritora, se atuvo siempre a lo que
personalmente había vivido o había visto en la experiencia de otros (cfr
Prólogo al Camino de Perfección), es decir, a partir de la experiencia.
Teresa consigue entretejer relaciones de amistad espiritual con muchos
santos, en particular con san Juan de la Cruz. Al mismo tiempo, se
alimenta con la lectura de los Padres de la Iglesia, san Jerónimo, san
Gregorio Magno, san Agustín. Entre sus obras mayores debe recordarse
ante todo su autobiografía, titulada Libro de la vida, que ella llama
Libro de las Misericordias del Señor. Compuesta en el Carmelo de Ávila
en 1565, refiere el recorrido biográfico y espiritual, escrito, como
afirma la misma Teresa, para someter su alma al discernimiento del
“Maestro de los espirituales”, san Juan de Ávila. El objetivo es el de
poner de manifiesto la presencia y la acción de Dios misericordioso en
su vida: por esto, la obra recoge a menudo el diálogo de oración con el
Señor. Es una lectura que fascina, porque la Santa no solo narra, sino
que muestra revivir la experiencia profunda de su amor con Dios. En
1566, Teresa escribe el Camino de Perfección, llamado por ella
Admoniciones y consejos que da Teresa de Jesús a sus monjas. Las
destinatarias con las doce novicias del Carmelo de san José en Ávila.
Teresa les propone un intenso programa de vida contemplativa al servicio
de la Iglesia, a cuya base están las virtudes evangélicas y la oración.
Entre
los pasajes más preciosos está el comentario al Padrenuestro, modelo de
oración. La obra mística más famosa de santa Teresa es el Castillo
interior, escrito en 1577, en plena madurez. Se trata de una relectura
de su propio camino de vida espiritual y, al mismo tiempo, de una
codificación del posible desarrollo de la vida cristiana hacia su
plenitud, la santidad, bajo la acción del Espíritu Santo. Teresa se
remite a la estructura de un castillo con siete estancias, como imágenes
de la interioridad del hombre, introduciendo, al mismo tiempo, el
símbolo del gusano de seda que renace en mariposa, para expresar el paso
de lo natural a lo sobrenatural. La Santa se inspira en la Sagrada
Escritura, en particular en el Cantar de los Cantares, para el símbolo
final de los “dos Esposos”, que le permite describir, en la séptima
estancia, el culmen de la vida cristiana en sus cuatro aspectos:
trinitario, cristológico, antropológico y eclesial. A su actividad de
fundadora de los Carmelos reformados, Teresa dedica el Libro de las
fundaciones, escrito entre el 1573 y el 1582, en el que habla de la vida
del naciente grupo religioso. Como en la autobiografía, el relato se
dedica sobre todo a evidenciar la acción de Dios en la fundación de los
nuevos monasterios.
No es fácil resumir en pocas palabras la
profunda y compleja espiritualidad teresiana. Podemos mencionar algunos
puntos esenciales. En primer lugar, santa Teresa propone las virtudes
evangélicas como base de toda la vida cristiana y humana: en particular,
el desapego de los bienes o pobreza evangélica (y esto nos concierne a
todos); el amor de unos a otros como elemento esencial de la vida
comunitaria y social; la humildad como amor a la verdad; la
determinación como fruto de la audacia cristiana; la esperanza teologal,
que describe como sed de agua viva. Sin olvidar las virtudes humanas:
afabilidad, veracidad, modestia, cortesía, alegría, cultura. En segundo
lugar, santa Teresa propone una profunda sintonía con los grandes
personajes bíblicos y la escucha viva de la Palabra de Dios. Ella se
siente en consonancia sobre todo con la esposa del Cantar de los
Cantares, con el apóstol Pablo, además de con el Cristo de la Pasión y
con el Jesús eucarístico.
La Santa subraya después cuán esencial
es la oración: rezar significa “frecuentar con amistad, pues
frecuentamos de tú a tú a Aquel que sabemos que nos ama” (Vida 8, 5) .
La idea de santa Teresa coincide con la definición que santo Tomás de
Aquino da de la caridad teologal, como amicitia quaedam hominis ad Deum,
un tipo de amistad del hombre con Dios, que ofreció primero su amistad
al hombre (Summa Theologiae II-ΙI, 23, 1). La iniciativa viene de Dios.
La oración es vida y se desarrolla gradualmente al mismo paso con el
crecimiento de la vida cristiana: comienza con la oración vocal, pasa
por la interiorización a través de la meditación y el recogimiento,
hasta llegar a la unión de amor con Cristo y con la Santísima Trinidad.
Obviamente no se trata de un desarrollo en el que subir escalones
significa dejar el tipo de oración anterior, sino que es una
profundización gradual de la relación con Dios que envuelve toda la
vida. Más que una pedagogía de la oración , la de Teresa es una
verdadera “mistagogia”: enseña al lector de sus obras a rezar, rezando
ella misma con él; frecuentemente, de hecho, interrumpe el relato o la
exposición para realizar una oración.
Otro tema querido a la
Santa es la centralidad de la humanidad de Cristo. Para Teresa, de
hecho, la vida cristiana es relación personal con Jesús, que culmina en
la unión con Él por gracia, por amor y por imitación. De ahí la
importancia que ella atribuye a la meditación de la Pasión y a la
Eucaristía, como presencia de Cristo, en la Iglesia, para la vida de
cada creyente y como corazón de la liturgia. Santa Teresa vive un amor
incondicional a la Iglesia: ella manifiesta un vivo sensus Ecclesiae
frente a episodios de división y conflicto en la Iglesia de su tiempo.
Reforma la Orden Carmelita con la intención de servir y defender mejor a
la “Santa Iglesia Católica Romana”, y está dispuesta a dar la vida por
ella (cfr Vida 33, 5).
Un último aspecto esencial de la doctrina
teresiana, que quisiera subrayar, es la perfección, como aspiración de
toda la vida cristiana y meta final de la misma. La Santa tiene una idea
muy clara de la “plenitud” de Cristo, revivida por el cristiano. Al
final del recorrido del Castillo interior, en la última “estancia”,
Teresa describe esa plenitud, realizada en la inhabitación de la
Trinidad, en la unión a Cristo a través del misterio de su humanidad.
Queridos
hermanos y hermanas, santa Teresa de Jesús es verdadera maestra de vida
cristiana para los fieles de todo tiempo. En nuestra sociedad, a menudo
carente de valores espirituales, santa Teresa nos enseñan a ser
testigos incansables de Dios, de su presencia y de su acción, nos enseña
a sentir realmente esta sed de Dios que existe en nuestro corazón, este
deseo de ver a Dios, de buscarlo, de tener una conversación con Él y de
ser sus amigos. Esta es la amistad necesaria para todos y que debemos
buscar, día a día, de nuevo.
Que el ejemplo de esta Santa,
profundamente contemplativa y eficazmente laboriosa, nos impulse también
a nosotros a dedicar cada día el tiempo adecuado a la oración, a esta
apertura a Dios, a este camino de búsqueda de Dios, para verlo,
para encontrar su amistad y por tanto la vida verdadera; porque muchos
de nosotros deberíamos decir: “no vivo, no vivo realmente, porque no
vivo la esencia de mi vida”. Porque este tiempo de oración no es un
tiempo perdido, es un tiempo en el que se abre el camino de la vida, se
abre el camino para aprender de Dios un amor ardiente a Él y a su
Iglesia y una caridad concreta hacia nuestros hermanos. Gracias.
[En español dijo]
Saludo
cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los
grupos provenientes de España, Chile, México y otros países
latinoamericanos. Invito a todos, a ejemplo de Santa Teresa de Jesús, a
crecer siempre en la oración y en las virtudes cristianas, hasta llegar a
la plenitud del encuentro con el Señor. Muchas gracias.