Era la primera vez que sentía de cerca la presencia del Papa y como un amigo esperando ansioso mi llegada me recibió. Hasta entonces pensaba que el Papa era el representante de una institución más, algo normal en el funcionamiento de cualquier tipo de organización.
Sin embargo, el día 9 de agosto de 2007, me di cuenta de que el Papa no sólo era el representante de la Iglesia Católica, era mucho más. Ese año era el año de la Misión Joven y la Diócesis de Getafe peregrinaba a Roma para encontrarse con Benedicto XVI bajo el lema “Vive”.
Preparé la mochila y tras esa invitación decidí encaminarme con mi parroquia al encuentro con el Papa. Después de un largo viaje y de tantas experiencias vividas, llegamos a Castelgandolfo donde el Papa nos recibiría en su residencia de verano en una audiencia privada. Mientras esperábamos el momento de entrar, la emoción nos iba envolviendo cada vez más, algo había que me hacía cantar y saltar con tanta alegría. Al entrar y tomar mi sitio entre tantos jóvenes repletos de gozo, me hacía esperar, todavía más, con gran nerviosismo el momento esperado: la salida del Papa al balcón. Recuerdo que no podía apartar mi mirada de aquel balcón y al cabo de unos minutos, Benedicto XVI apareció, extendió los brazos y con un rostro lleno de amor y alegría nos recibió. Me dio un vuelco el corazón. ¿Cómo explicar lo que sentí? No sabría decirlo con palabras, pero puedo decir que fue algo que llegó al fondo de mi corazón. Sí, al fondo de mi corazón, donde descubrí que estaba escondido Dios, y el Papa fue quien me hizo llegar hasta ahí. Fue en ese momento cuando encontré la respuesta a tantas preguntas que antes me había hecho. Me di cuenta de que el Papa no era ni más ni menos que el Vicario de Cristo, el único que te puede hacer llegar hasta el Dios Padre. Entonces entendí esas palabras de Jesús cuando decía: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre. Desde ahora le conocéis y le habéis visto”. Y desde ese momento le conocí y supe que era el mismo Cristo el que me recibía, el que extendía los brazos en la Cruz y el que con un rostro de amor me miraba hasta morir por mí para luego decirme: ¡Vive! A partir de ahí puedo decir que reaccioné y me puse a vivir la vida auténtica a la que está llamado cualquier ser humano, la vida de hijos de Dios. Es en esas ocasiones cuando tienes la oportunidad de experimentar en primera persona la realidad viva de la Iglesia y la presencia misma de Cristo dentro de ella. Para eso mismo viene el Papa a Madrid a celebrar la Jornada Mundial de la Juventud, para hacernos partícipes de esa vida preciosa que la Iglesia nos ofrece y atraer hacia Cristo a tantos jóvenes que se ven arrastrados por una sociedad que les impide conocer la verdadera felicidad. Con mi experiencia quiero transmitir que la vida sí tiene un sentido, que todos estamos hechos para algo grande, que llegar hasta Dios no es algo imposible y que esto es posible si nos dejamos adentrar en el corazón de Cristo, la gran respuesta de nuestra vida y el único que nos ha mostrado cual es el camino que tenemos que seguir para vivir en plenitud. Después de haber llegado hasta aquí todo se te hace sorprendente, día a día te llenas de alegría y felicidad al saber que hay un Dios que te ama hasta el extremo, y que no hace falta esperar al cielo sino que ya se te está regalando aquí en la Tierra. Puedes ver como las palabras de Jesús continúan teniendo vida y es que ya nos lo prometió: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. ¿Qué te puede hacer más feliz? No dejes que te lo cuenten: ¡Vive!
José Manuel Jiménez Palenzuela
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