Dentro de unos días hará un año que Benedicto XVI clausuró el año sacerdotal en Roma. Ha sido un año muy duro para el Santo Padre y para todos los sacerdotes, pero tenemos que decir que ha sido un año de gracia y florecimiento para todos.
Primeramente hemos dado gracias a Dios por nuestra vocación y hemos renovado nuestro deseo, ante el Señor, de ser santos, porque a pesar de nuestra debilidad sigue llamando a hombres de este mundo para el ejercicio del ministerio sacerdotal.
Durante todo este año la Iglesia, consciente de la misión y de la necesidad del sacerdote, ha estado suplicando en la oración y en la Eucaristía por la santidad y perseverancia de todos aquellos que se están preparando en los seminarios y por aquellos que ya están ejerciendo el ministerio en el mundo como sacerdotes.
Nosotros, por nuestra parte, también hemos suplicado al Padre del Cielo que nos conceda un corazón sacerdotal como el suyo, que nos enseñe a ser verdaderos sacerdotes, que nos conceda las mismas actitudes de su corazón, para que de esta forma seamos testigos valientes de su misericordia en el mundo y nunca seamos impedimento alguno para que otras personas se acerquen a este Corazón que mana.
En las intenciones del Santo Padre para este mes de junio, mes dedicado al Sagrado Corazón, ha pedido a todos los cristianos que recen por la santidad y fidelidad de todos los sacerdotes y lo ha pedido de esta forma: “Para que los sacerdotes, unidos al Corazón de Cristo, siempre sean verdaderos testigos del amor solícito y misericordioso de Dios”.
Pidamos al dueño de la mies que envíe obreros a su mies, que envíe sacerdotes santos según su corazón para que en todos los rincones de la tierra suene la Palabra del Evangelio que corresponde con lo que el corazón humano busca y desea.