Para comprender correctamente la sexualidad humana hay que comprender el amor como esa entrega libre del corazón. Nada hay tan bonito en la vida como estar lleno de amor: “vivo por ella”, dice Andrea Bocelli hablando del amor del cantante por la música; también los que se dedican a los demás como Teresa de Calcuta tienen esa mirada gozosa que da el amor; dos amigos que descubren que viven uno en el otro descubren que la amistad es lo mejor de la vida… así también puede surgir entre un hombre y una mujer algo especial, que hace que se entreguen mutuamente para siempre, que se digan “soy tuyo” y así vivan lo que es Dios en su intimidad, un amor de comunión, intercambio, entrega. Y es que cuanto más ama el hombre, más divino se hace. Sobre todo cuando perdona.
La donación física, sin todo esto, es un engaño. Si falta algún ingrediente, como el “para siempre”, hay algo de mentira en ese encuentro. En cambio, cuando hay amor fiel y seguro, la unión sexual es de las cosas más bonitas del mundo, expresión corporal y sensual del afecto, ternura, cariño, placer, amor, comunicación, procreación y familia. Sin una visión de conjunto de estos aspectos se cae en una polarización de un aspecto de la sexualidad, se absolutiza algo que hace daño. El amor verdadero a la larga es lo único que da felicidad, al superar todo egoísmo y amargura con el don generoso de sí.
Por: Llucià Pou Sabaté