1. Evangelio y Evangelización
La Evangelización es la tarea y el fruto de la
predicación del Evangelio o Buena Noticia. La tarea, porque los cristianos son
discípulos de Cristo y han sido enviados por Él hasta los confines de la
Tierra: "Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura"
(Mc 16, 15). El fruto, porque el Evangelio del Reino tiene una virtud
transformadora de la sociedad, que el mismo Jesús expresó con distintas
imágenes: la levadura en la masa, la semilla enterrada que da mucho fruto, la
construcción de un edificio. La Palabra de Dios es fecunda.
El Papa Benedicto XVI explica bien qué debe entenderse por Evangelio, esta palabra griega que literalmente se podría
traducir como Buena Noticia, pues se compone de εὐ, «bien» y αγγέλιον,
«mensaje»:
"Recientemente se ha traducido como «Buena Noticia»; sin embargo, aunque suena bien, queda muy por debajo de la grandeza que encierra realmente la palabra «evangelio». Este término forma parte del lenguaje de los emperadores romanos, que se consideraban señores del mundo, sus salvadores, sus libertadores. Las proclamas que procedían del emperador se llamaban «evangelios», independientemente de que su contenido fuera especialmente alegre y agradable. Lo que procede del emperador —ésa era la idea de fondo— es mensaje salvador, no simplemente una noticia, sino transformación del mundo hacia el bien.
Cuando los evangelistas toman esta palabra —que desde entonces se convierte en el término habitual pa ra definir el género de sus escritos—, quieren decir que aquello que los emperadores, que se tenían por dioses, reclamaban sin derecho, aquí ocurre realmente: se trata de un mensaje con autoridad que no es sólo palabra, sino también realidad. En el vocabulario que utiliza hoy la teoría del lenguaje se diría así: el Evangelio no es un discurso meramente informativo, sino operativo; no es simple comunicación, sino acción, fuerza eficaz que penetra en el mundo salvándolo y transformándolo. Marcos habla del «Evangelio de Dios»: no son los emperadores los que pueden salvar al mundo, sino Dios. Y aquí se manifiesta la palabra de Dios, que es palabra eficaz; aquí se cumple realmente lo que los emperadores pretendían sin poder cumplirlo. Aquí, en cambio, entra en acción el verdadero Señor del mundo, el Dios vivo. .El contenido central del «Evangelio» es que el Reino de Dios está cerca. Se pone un hito en el tiempo, sucede algo nuevo. Y se pide a los hombres una respuesta a este don: conversión y fe. El centro de esta proclamación es el anuncio de la proximidad del Reino de Dios; anuncio que constituye realmente el centro de las palabras y la actividad de Jesús. Un dato estadístico puede confirmarlo: la expresión «Reino de Dios» aparece en el Nuevo Testamento 122 veces; de ellas, 99 se encuentran en los tres Evangelios sinópticos y 90 están en boca de Jesús. En el Evangelio de Juan y en los demás escritos del Nuevo Testamento el término tiene sólo un papel marginal. Se puede decir que, mientras el eje de la predicación de Jesús antes de la Pascua es el anuncio de Dios, la cristología es el centro de la predicación apostólica después de la Pascua" (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, p. 27).
2. La Evangelización como tarea
En cuanto tarea, lo principal de la Evangelización es
la fidelidad en la comunicación de lo transmitido: no tanto como adecuación
perfecta a la doctrina recibida sino más bien como testimonio vital, como
seguimiento de una Persona. Los primeros cristianos comprendieron que el
cumplimiento de esa misión -"Como el Padre me envió, así también yo os
envío a vosotros" (Jn 20, 21)- se reducía a la predicación del kerigma (palabra
griega que significa, anuncio o proclama y que ha adquirido un significado
técnico. El anuncio de la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo.
"Israelitas, oíd estas palabras: A Jesús el Nazareno, hombre
acreditado por Dios ante vosotros por los milagros, signos y
prodigios que realizó Dios a través de Él entre vosotros (como bien sabéis), lo
matásteis clavándolo por manos impías, entregado conforme al designio previsto
y aprobado por Dios. Pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte
(.../..) Por lo tanto, todo Israel esté en lo cierto de que al mismo Jesús, a
quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha
constituido Señor y Mesías. (Hch 2, 22-25.36).
En su famoso discurso en Les Bernadins, Benedicto XVI explicaba cuáles
fueron los orígenes de la cultura europea, dirigiéndose precisamente al lugar
del que ésta surgió. "A tenor de la historia de las
consecuencias del monaquismo cabe decir que, en la gran fractura cultural
provocada por las migraciones de los pueblos y el nuevo orden de los Estados
que se estaban formando, los monasterios eran los lugares en los que
sobrevivían los tesoros de la vieja cultura y en los que, a partir de ellos, se
iba formando poco a poco una nueva cultura. ¿Cómo sucedía esto? ¿Qué les movía
a aquellas personas a reunirse en lugares así? ¿Qué intenciones tenían? ¿Cómo
vivieron?" (Encuentro con el mundo de la cultura, Colegio les Bernardins, París). Lo
curioso del caso es que aquellos hombres no pretendieron hacer una cultura
nueva ni tampoco preservar o conservar la antigua. Por poco que se piense, esta
afirmación de Benedicto XVI es paradójica e importante. Ellos buscaban
únicamente a Dios. Y para encontrarle siguieron el camino que Dios mismo
les había dejado en la Tierra: " El camino era su Palabra que, en los
libros de las Sagradas Escrituras, estaba abierta ante los hombres. La búsqueda
de Dios requiere, pues, por intrínseca exigencia una cultura de la
palabra" (loc. cit.). De ese "culto" a la Palabra surgieron la
retórica, la gramática, la literatura, la música... y casi sin darse
cuenta de ello habían puesto las bases de una cultura multisecular.
3. La Evangelización como fruto del Evangelio
Puesto que el Evangelio consiste en la predicación de una Palabra que es
por sí misma eficaz, la tarea evangelizadora da su fruto que es principalmente
la santidad de quienes la comunican y la de quienes se dejan transformar por ella y, secundariamente,
cultura humana. El mismo san Pablo contemplaba la sociedad -el amplio mundo al
que él se dirigía- con esta imagen: "Nosotros somos colaboradores de Dios
y vosotros campo de Dios, edificio de Dios" (1 Cor 3, 9). La metáfora es
interesante, porque en un campo puede repetirse cíclicamente la labor del
campo: roturación, arado, siembra, abono, cosecha...
Así, en la Historia de las civilizaciones pueden advertirse momentos en los que se aprecia el nacimiento, el desarrollo y el declive de las culturas. Quien confunde la Fe con las ideologías podría estar tentado a pensar en términos de "postcristianismo". Sin embargo, el Evangelio de Cristo no se confunde con la cultura. Es más, esa confusión sería fatal para el Evangelio.
4. Evangelización y cultura
Ya hemos dicho que el primer fruto de la Evangelización es la santidad
personal de quienes acogen el Evangelio, y que secundariamente se refleja en
las estructuras temporales, puesto que la fe vivida está llamada a convertirse
en cultura. Hasta el punto que en una ocasión Juan Pablo II llegó a afirmar que
una fe que no se traduce en cultura es una fe muerta. Es una afirmación fuerte
que no debe de entenderse de manera personal, sino social: no significa
necesariamente que esté muerta la fe personal de los cristianos que viven en un
contexto secularizado y ateo y no logran que brille el Evangelio en las
costumbres, instituciones, leyes y valores culturales. Eso sí, desde el punto
de vista eclesial una situación de este tipo -que es justo la que estamos
viviendo en este comienzo de milenio en Occidente- supone un desafío a la Fe
vivida por los cristianos. Entiendo que la distinción entre la tarea y el fruto
de la Evangelización puede servirnos para enjuiciar de manera justa esta
situación. En un momento en que la cultura cristiana -entendiendo por ella la
que los cristianos han levantado como un edificio construido pacientemente
durante siglos- ha dejado de servir a la Evangelización, no significa que los
cristianos que viven en dicha época carezcan de Fe: incluso puede decirse que
su esfuerzo por evangelizar (la tarea) puede ser mayor que en otros tiempos: en
este sentido, el fruto de la Evangelización se estaría cumpliendo con creces,
puesto que en dichos esfuerzos estarían santificándose a sí mismos y a los
demás. Sin embargo, el fruto secundario de tal actividad sería todavía
inapreciable. Precisamente, en esos momentos es cuando surge la expresión Nueva
Evangelización, la cual no sugiere únicamente en que hay que esforzarse de
nuevo en Evangelizar -eso sería absurdo, la tarea es permanente y siempre
nueva, pues hay que comunicar la Fe a todas las generaciones y a todos los
pueblos- sino más bien en que debe conseguirse un nuevo fruto secundario de la
predicación del Evangelio, es decir, que se debería conseguir que la Fe se
traduzca en cultura que facilite la comprensión del Evangelio a todos cuantos
viven en la sociedad.
En la encíclica Evangelium nutiandi Pablo VI afirmaba:
"se está volviendo cada vez más necesario, a causa de las situaciones de
descristianización frecuentes en nuestros días, para gran número de personas que
recibieron el Bautismo, pero viven al margen de toda vida cristiana; para las
gentes sencillas que tienen una cierta fe, pero conocen poco los fundamentos de
la misma; para los intelectuales que sienten necesidad de conocer a
Jesucristo bajo una luz distinta de la enseñanza que recibieron en su infancia,
y para otros muchos" (EN 52). He transcrito en negrita las palabras que me
han llamado la atención, porque son un tanto equívocas. Pueden interpretarse de
distintos modos, pero entiendo precisamente que se está refiriendo a aquellos
intelectuales que descubren la incompatibilidad entre lo que enseña la Fe y
"la luz distinta de la enseñanza que recibieron en la infancia", es
decir, los valores culturales que pertenecen a la cultura realizada por los
cristianos en el pasado. En definitiva, se advierte la necesidad de forjar
nuevos parámetros culturales que no sean opacos a la Fe, sino que permitan que
llegue a todos abundantemente.
¿Cómo se ha podido llegar a una situación de este tipo? La perplejidad de los
cristianos de nuestro tiempo refleja muy bien el estado de los trabajadores del
campo que al levantarse una mañana y observar los sembrados: "los siervos
del amo de la casa fueron a decirle: 'Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu
campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?" (Mt 13, 27). Es evidente que a esa
situación se ha llegado no sólo por la apatía, acedia o sueño de los hijos de
la luz, sino también por la acción del príncipe de este mundo: "mientras
dormían los hombres, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se
fue".
Es paradójico: los monjes que forjaron la cultura occidental lo hicieron
sin pretenderlo. Buscaban a Dios y lo encontraron y, de paso, facilitaron que
la Humanidad se favoreciese de unos frutos culturales que estaban embebidos por
la fe que ellos tenían. Ahora podría decirse que ha ocurrido lo contrario.
Durante siglos, los hombres han buscado crear una civilización que pudiera
llamarse cristiana en virtud de los valores del Evangelio. Quizá llenos de
buena intención, la mayoría construía un edificio que pudiera ser coronado por
una cruz. Otros quizá pretendían precisamente lo que buscaban: una sociedad sin
Dios. Henri de Lubac describió la situación generada por estos últimos en una
gran obra: "el drama del humanismo ateo". Unos porque daban a Dios
por supuesto y otros porque lo negaban, parece que el fruto de la desidia de
los primeros y la actividad decidida de los segundos explica suficientemente la
situación en que nos encontramos.
En definitiva, en la Nueva Evangelización no podemos dar por supuesto a
Dios, sino que debemos buscarlo apasionadamente. ¿Cómo? Dejamos la respuesta
para otro momento.
Joan Carreras
Voz Evangelización en la Wiki de Nupcias de Dios.