El poder, en cuanto capacidad de someter la voluntad ajena, genera periferias |
El poder humano genera periferias; el servicio, las redime. No se trata de una regla ni pretende ser un principio universal. Se trata simplemente de una reflexión en voz alta.
El poder humano genera periferias: el servicio, las redime. Una frase que merece una explicación o mejor que pretende ser una explicación de esa idea que está en la mente y en la predicación del Papa Francisco. Porque basta que nos pongamos a pensar en el concepto de "periferias existenciales" y surge una conexión con las nociones de poder y de servicio.
Si entendemos el poder como la capacidad de vincular la voluntad de los demás, ya sea por la fuerza o por otros medios efectivos, es comprensible que los círculos o ámbitos en donde se ejercita sean limitados, también en el espacio. Allí donde no llega el látigo, allí se sienten expulsados a morar los que no reconocen la legitimidad del poder. No es casualidad que sean las periferias de las grandes ciudades lugares en los que abunda la delincuencia. Tampoco lo es que los Estados se configuren con criterios de territorialidad, que establezcan sus fronteras y determinen las leyes que deben ser cumplidos en su circunscripción jurisdiccional. La jurisdicción es precisamente eso: la posibilidad de hacer justicia en un determinado territorio, es decir, de hacer cumplir la ley, de hacer efectivo el poder.
La jurisdicción no es universal. Tiene unos límites. Sólo algunos locos han pretendido levantar imperios universales y tener el mundo bajo su bota. Quien osara establecer una jurisdicción mundial o universal sería tildado de loco o de tirano. Y con razón. El poder de los hombres no es universal, por definición. De hecho, ejerce tal fascinación en quienes gozan de él que la filosofía política debe buscar los medios de limitar su ejercicio. Sólo habría una manera de conseguirlo de manera radical. Consistiría en convertir el poder en servicio. Puede parecer una auténtica utopía y probablemente lo sea. No me imagino un poder humano vivido en clave de servicio. En el estado de naturaleza caída, no es posible.
Sin embargo, es precisamente eso lo que ha planteado el Papa Francisco desde el principio de su pontificado: el poder es servicio. Esa es la vocación de todo poder humano, el sentido de la autoridad conferida por Dios a todos cuantos gozan de algún poder en la Tierra. Y su consecuencia correlativa: el deber de las personas de obedecer a los legítimos gobernantes. Esta obediencia encuentra su fundamento en el hecho de que el poder es por naturaleza un servicio a las personas.
En el ámbito de la sociedad y de su actual configuración política -el Estado- esta afirmación del Papa es realmente utópica, pero debería reconocerse como un principio hermenéutico del poder. Ahora bien, de lo que habla realmente el Papa Francisco es del poder en la Iglesia: en la medida que ésta es el Reino de Dios en la tierra, su ejercicio debe brillar por su naturaleza ministerial, es decir, de servicio.
Lo maravilloso es que los últimos Papas han dado un magnífico ejemplo. Han gobernado la Iglesia con un poder que ha brillado como un servicio efectivo a la Iglesia y al mundo. La diferencia está en que el Papa Francisco ha tomado este aspecto como principal objetivo de su pontificado. Todo poder eclesial debe ser comprendido desde su naturaleza más íntima -el servicio- y así debe de ser ejercido. Es una tarea que nos compete a todos: descubrir aquellos ámbitos en los que el poder es ejercido como dominio y control; advertir cuáles son las periferias existenciales en las que este ejercicio ha recluido a muchos fieles. Yo me siento comprometido en esta tarea.
Este post ha sido precedido por otros que siguen una misma línea argumentativa:
1. Lo que no va a cambiar el Papa Francisco
2. Fronteras y periferias
3. Ni repulsivos ni expulsivos
Joan Carreras