No me atrevo a decirlo, puesto que carezco de la fuente escrita, pero sí a insinuarlo pues me fío de quien me lo ha contado. Si alguien tiene algo más concreto, en favor o en contra de lo que digo, rectificaré sin pensarlo dos veces. Antes de ser elegido Papa, el Cardenal Bergoglio estuvo rezando ante los restos de san Josemaría en Villatevere (Roma). Esto es algo cierto y podríamos decir que indiscutible, puesto que hay testimonios. ¿Por qué estuvo rezando? Porque san Josemaría le había concedido años atrás un favor muy especial. Como lo sé únicamente por referencias, no me atrevo a escribir aquí cuál fue ese favor especial, pero desde luego es algo curioso y llamativo. Me propongo decirlo en el momento en que me entere, siempre que no constituya una imprudencia.
El caso es que esto me ha traído a la mente lo mucho que san Josemaría rezó e hizo rezar por los romanos Pontífices. Tenía una fe que se podía cortar, decía él con gracia. Una fe petrina y mariana. Una fe -a prueba de bomba- en la Iglesia, a la que enseñó a muchos a amar con todo el alma.
De hecho, en la bula de canonización la jaculatoria con que titulamos este post fue citada por Juan Pablo II como una de las que compendian la entera vida de este santo contemporáneo nuestro:
Domine, ut videam! (cfr. Lc 18, 41),Domina, ut sit! , Omnes cum Petro ad Iesum per Mariam! , Regnare Christum volumus! (cf. 1 Cor 15, 25),Deo omnis gloria! (cf. Canon Romano, doxología). La biografía del Beato Josemaría se puede compendiar en estas jaculatorias. Comenzó a rezar las dos primeras cuando contaba apenas dieciséis años, al percibir los primeros barruntos de la llamada divina. De este modo expresaba el ardiente deseo de su corazón: ver lo que Dios quería de su vida, para tratar de cumplir amorosamente la voluntad del Señor. La tercera jaculatoria, que aparece con frecuencia en los escritos de sus primeros años de sacerdocio, revela cómo su celo por las almas iba unido a una firme fidelidad a la Iglesia y a una profunda devoción a la Virgen Maria, Madre de Dios. Regnare Christum volumus! : estas palabras resumen su constante preocupación pastoral por difundir, entre todos los hombres y mujeres, la llamada a participar, en Cristo, de la dignidad de los hijos de Dios, viviendo sólo para servirle: Deo omnis gloria! (1)
Efectivamente, uno de los escrito en los que aparece esta jaculatoria es en el punto 833 de Camino:
"Si tú quieres..., llevarás la Palabra de Dios, bendita mil y mil veces, que no puede faltar. Si eres generoso..., si correspondes, con tu santificación personal, obtendrás la de los demás: el reinado de Cristo: que "omnes cum Petro ad Jesum per Mariam" (2).No me cabe duda de que le debo a san Josemaría mi amor al santo Padre y mi deseo inquebrantable de que la Fe se apoye en quien es la Piedra o fundamento de la unidad de la Iglesia. Él le inculcó a todos sus hijos esta fe y este amor a la Iglesia, que son teologales, es decir, que forman parte del don de la gracia de Dios y no se basan en razones humanas.
Desde ese día, y durante los veintinueve años que vivió en la Ciudad Eterna, el Fundador del Opus Dei acudió muchas veces a rezar ante la basílica vaticana y el apartamento papal. Cuando se desplazaba por Roma, procuraba siempre que era posible pasar por San Pedro y, desde el borde de la plaza, sin descender del coche, rezaba un Credo por la Iglesia y el Romano Pontífice. Don Álvaro contó en alguna ocasión san Josemaría intercalaba algunas palabras: al llegar a "Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica", decía tres veces seguidas: "Creo en mi Madre la Iglesia Romana, y añadía: a pesar de los pesares". Un día, creyó oportuno contar esta devoción suya a Mons. Tardini, que fue Cardenal y desempeñó el cargo de Secretario de Estado en el Vaticano. Éste le preguntó qué quería decir con esa expresión."Sus errores personales y los míos", respondió san Josemaría (Monseñor Álvaro Del Portillo, Entrevista sobre el fundador del Opus Dei, Rialp, Madrid 1993, pp. 14-15.) (3).San Josemaría creía en la Santidad de la Iglesia, pero no era ingenuo. La Iglesia es inmaculata ex maculatis -sin mancha pero formada por pecadores-. Aunque nosotros -quienes la componemos podamos pecar y pecar muchas veces al día- ella sigue siendo inmaculada. Desde el Romano Pontífice hasta el último de los fieles no se escapa nadie. Ahora bien, es frecuente oír hablar de los pecados de la Iglesia, incluso entre los predicadores y los teólogos. La Iglesia es santa y meretriz, se dice a veces, con frase de sabor protestante que no tiene ningún apoyo ni en las Escrituras ni en la Tradición ni en el Magisterio de la Iglesia. La conciencia de nuestros pecados no debe hacernos perder este punto de la Fe teologal que expresamos en el Credo y que san Josemaría repetía tres veces seguidas, añadiendo esa apostilla: a pesar de los pesares.
Esta mañana he estado predicando a un curso de alumnos de trece años de edad acerca del Papa Francisco. Al acabar, les he pedido que formulasen las preguntas que quisieran. Entonces, uno me ha preguntado si a mí me gustaba este Papa. Se ve que algo de mi discurso le ha podido hacer pensar que sintiera disgusto por él. Y le he respondido de corazón: este Papa me gusta muchísimo. Eso no significa que me guste más que los que hemos tenido. Cada uno es distinto y todos me han gustado mucho.
Luego, he escuchado cómo mons. Munilla hacía una valoración interesante en su homilía de ayer en la catedral de Sansebastián: Juan Pablo II simbolizaba la Esperanza; Benedicto XVI, la Fe y el papa Francisco, la Caridad. Me parece muy bien visto.
Joan Carreras del Rincón
Sacerdote incardinado en el Opus Dei
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(1) Beato Juan Pablo II, Bula de Canonización de Josemaría Escrivá
(2) Camino, 833.