El Evangelio no habla directamente de la fe de San José, pero la afirma claramente cuando dice que José es un hombre justo: siendo justo. Porque el justo vive de la fe. Esta frase, esta verdad la pronuncia el Espíritu Santo por el profeta Habacud y la recoge por San Pablo en dos ocasiones (Rom 1,17;5,15). El justo vive de la fe, de la vivencia de la fe, por el abandono en manos de Dios, por la entrega total a él en cada momento. San José iba de fe en fe. Porque esa es la fe en Dios: una actitud ininterrumpida de confianza y abandono total en Dios, en sus planes, en sus caminos, en sus palabras, en su modo de proceder con nosotros, aunque a la lógica humana le parezca absurdo y disparatado. Es la plena adhesión a Dios, creyendo ciegamente en él. Es la actitud de los enfermos y necesitados del Evangelio en Cristo Jesús cuando iban a que les curase. Y es la actitud del mismo Jesús, el Justo por antonomasia (Act 3,14; 7,52), que vive por el Padre (Jn 58), de confianza plena en su Padre. En el momento mismo de la muerte, desde esta plena confianza y abandono en él, dice a su Padre: En tus manos, Padre, pongo mi espíritu (Lc 23,46), cuando está sintiendo el abandono de Dios. (Mt 27,46).
Una fe que es fidelidad, que es amor, que es esperanza, Esta fe abarca y compromete a toda la persona en todas sus dimensiones y se prueba por las obras –la fe que obra por la caridad- (Gal 5,6), porque la fe sin obras está muerta (Sant 2,11.20)
Esta es la fe de San José, probada especialmente en las dificultades, contrariedades y peligros con hechos, porque aunque san José no habló, pero hizo. Demostró esta fe en la prueba durísima de encontrar María, sus esposa, en cinta. José entra en una noche oscura terrible: ¿qué hago? ¿la abandono en secreto?. Está en esto pensamientos, pero al mismo tiempo confía en su Dios. El sabe y cree firmemente que Dios no abandona al que confía en él –el que confía en Dios nunca será defraudado-. Y estando en esos pensamientos vino el ángel del Señor a dar respuesta a su fe en su Dios: José, hijo de David, no temas tomar a María, tu mujer, en tu casa, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo (Mt 1,20).
Otra prueba dura de su fe es el mandato del Señor de que huya a Egipto con su mujer y su Hijo, porque Herodes quiere matar al Niño. Ante esta orden de Dios, sin pérdida de tiempo, tomó a su mujer y al Niño y se encaminó a Egipto, confiando únicamente en Dios y permaneció unos años en Egipto, viviendo de una fe total. No pensó en las dificultades, porque la fe las supera todas. Su confianza en Dios le hace vivir seguro, tranquilo, alegre con María y Jesús.
En el largo periodo de la vida oculta en Nazaret, el evangelista San Lucas solo relata un hecho en el.que aparece valerosa y entera su confianza den Dios: el de la pérdida del Niño Jesús en el templo, cuando el niño tiene 12 Años. Al encontrarle entre los Doctores de la ley, después de una búsqueda muy angustiosa y dolorosa de tres días, su madre le dice dulcemente: Pero, hijo, ¿cómo has hecho esto con nosotros? Tu padre y yo te buscábamos llenos de dolor. Y ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que tengo que estar en las cosas de mi padre?. Y ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Pero creyeron y aceptaron las palabras del Hijo (Lc 2,48-50). Confiaron plenamente en él y volvieron con él a Nazaret y allí les está obediente
Y esta fe la vive a lo largo de los 30 años de vida oculta en la que, sin duda, no faltaron ocasiones en las que le joven Jesús obraba de modo sorprendente que le dejaba maravillado y sorprendido y acrecentaba su fe. San José vivía de fe e iba de pasmo en pasmo. Una fe más grande que la de Abraham, solo inferior a la de la Virgen y Jesús.
P. Román Llamas, ocd