El pasado día 24 de junio escribí un post titulado "los desagües".
Gracias a las observaciones de un amigo que me insistió para que rectificara y reconociera mi error de planteamiento, decidí eliminarlo, dada la dificultad de establecer un diálogo constructivo con quien no tiene voluntad de comprender ni la intención ni las opiniones del otro. Haber eliminado ese post no fue suficiente. Mi amigo me pedía que rectificase y que intentase paliar el grave escándalo que, a buen seguro, habría producido con mi escrito.
Pero no lo hice. Tampoco hablé con él sobre el fondo del asunto, porque entendía yo que un diálogo sólo es posible cuando existe el respeto entre las personas. No habiendo ese respeto, preferí callar y seguir viviendo mi vida.
Mi actitud fue valorada por mi amigo como un desprecio.
Ahora lanza una ofensiva contra el blog Blogueros con el Papa y la Asociación que lo dirige. Tiene razón en una cosa. Este blog no dice expresamente que no se hace responsable de las opiniones vertidas por los autores. Lo da por supuesto: cada uno debe responder por sí mismo y sólo en el caso de que efectivamente las opiniones aquí vertidas fuesen evidentemente contrarias a la doctrina y magisterio de la Iglesia, entonces la junta directiva de esta Asociación debería tomar cartas en el asunto.
He hablado de "ofensiva" porque mi amigo no sólo ataca a la Asociación con un título claramente denigratorio para un católico -Blogueros con el Papa defiende el aborto- sino también porque difunde a través de mail masivos ese post a todos sus contactos y lo intenta extender por las redes sociales.
Hablo ahora yo personalmente, en mi calidad de autor de este blog y con el deseo de exculpar a la Asociación de Blogueros con el Papa.
Sostuve en mi escrito que yo defiendo la libertad de conciencia de una persona que decide llevar a cabo un aborto. Y lo sigo sosteniendo, sabiendo que la teología moral está en mi favor. La conciencia errónea es siempre norma de conducta.
Enseña la encíclica Veritatis splendor, 63:
"La dignidad de la conciencia deriva siempre de la verdad: en el caso de la conciencia recta, se trata de la verdad objetiva acogida por el hombre; en el de la conciencia errónea, se trata de lo que el hombre, equivocándose, considera subjetivamente verdadero. Nunca es aceptable confundir un error subjetivo sobre el bien moral con la verdad objetiva, propuesta racionalmente al hombre en virtud de su fin, ni equiparar el valor moral del acto realizado con una conciencia verdadera y recta, con el realizado siguiendo el juicio de una conciencia errónea. El mal cometido a causa de una ignorancia invencible, o de un error de juicio no culpable, puede no ser imputable a la persona que lo hace; pero tampoco en este caso aquél deja de ser un mal, un desorden con relación a la verdad sobre el bien. Además, el bien no reconocido no contribuye al crecimiento moral de la persona que lo realiza; éste no la perfecciona y no sirve para disponerla al bien supremo".Si, a pesar de mis intentos de que una amiga mía -o una hermana o una prima- no logro que ceje en su decisión de cometer un aborto, yo no me apartaré de ella en ese momento. Viviré la misericordia que todo discípulo de Cristo tiene que vivir con los pecadores, siguiendo su maestro. Estaré junto a ella y le diré que tengo un respeto infinito por su conciencia y por su libertad, porque son los mayores dones que Dios nos ha dado. Sin ellos no podríamos caminar ni responder a los otros dones que Dios nos da: la fe, la vocación, la familia. Respetar la conciencia invenciblemente errónea también lo hace Dios, puesto que -como enseña este pasaje de la encíclica- la persona que infringe la ley moral con conciencia invenciblemente errónea no pierde por eso la comunión con Dios, puesto que no es imputable. Ciertamente, no por eso deja de ser un acto gravemente desordenado. Pero no es el objeto del acto lo que está en discusión, sino la conciencia subjetiva de quien lo hace. Eso sólo Dios puede juzgarlo.
Esto es lo que quise decir con mi escrito.
Mi amigo está en desacuerdo conmigo. Si estoy dispuesto a respetar la conciencia de una persona que ha decidido terminar con la vida del hijo que lleva en sus entrañas, ¿cómo no voy a respetar también la conciencia y la libertad de un sacerdote que quiere defender la doctrina de la Iglesia y evitar el escándalo?
Escribo estas líneas porque me siento obligado en conciencia. Él no ha revelado mi nombre ni mis apellidos. Tampoco yo lo haré. Pero cualquiera que haya leído su alegato, podrá oír mi opinión al respecto. Quien piense que yo defiendo el aborto anda muy descaminado. Es un pecado que clama al Cielo.
Pero me sitúo en la línea en la que el Papa ha insistido últimamente: en la Evangelización hay que ir a lo esencial y para mí no entra en esta categoría la insistencia en establecer una ley que condene a las mujeres que abortan a sus hijos.
En todo caso, para que se sepa qué es lo que publiqué en aquella ocasión, lo he vuelto a reeditar con la fecha de 24 de junio: lo podéis ver aquí si os parece interesante, con los comentarios que siguen.
Joan Carreras del Rincón