El tiempo de Adviento del año litúrgico está plasmado
sobre la larga espera del Mesías y Salvador del pueblo de Israel. Las cuatro
semanas condensan los siglos de espera del pueblo porque el Adviento más que
tiempo significa una actitud que puede durar más o menos tiempo. Adviento
significa especialmente espera y esperanza de alguien que tiene que venir.
Adviento es esperanza viva y activa que se hace oración de petición ardiente de
que el va a venir llegue cuanto antes. Era la actitud de esperanza y petición
de las almas selectas del A. T., en particular los profetas, condensada en
estas palabras del profeta Isaías: Rociad, cielos desde arriba y las nubes
lluevan al Salvador. Abrase la tierra y germine la salvación (Is 45,8), recogidas
en la liturgia actual de Adviento.
Cuando la historia tocaba la plenitud de los tiempos
había especialmente dos personas que vivían esta actitud de esperanza y oración
ardiente del Mesías Salvador: son María y José. En ellos se concentran, se
subliman y adquieren una altura extraordinaria las esperanzas y oraciones de
los fieles del A. T.. Ellos si que esperan y piden la venida del Salvador. ¡Oh,
si fuésemos nosotros los agraciados para ver y oír al que desearon ver y oír
muchos profetas y justos y no lo vieron
ni lo oyeron! (cfr Mt 13,17) María y José son el prototipo de los pobres de
Yahvé que confían plenamente en el Señor y viven de una vivísima y activisima
esperanza en la salvación que va a venir. Las oraciones más fervientes y
confiadas para que venga con presteza el Salvador salieron de sus corazones los
más limpios y amorosos. Con su oración singular y única merecieron que el
Mesías Salvador bajase a la tierra. Sobre todo después que el Señor les reveló
que el Salvador va nacer de ellos, en su matrimonio, de la María las oraciones se
disparan en calidad, intensidad, fuerza. Confianza y frecuencia. ¡Qué oración
brotaba de sus corazones, pidiendo la aceleración de la venida del salvador del
mundo!
El Adviento de San José pasó por un momento duro y
difícil de prueba. Él, como fiel y piadoso israelita pensaría que el Mesías
podía nacer de su matrimonio con María. La esperanza de la venida inminente del
Mesías estaba muy difundida por el ambiente del pueblo de Israel, como vemos en
el evangelio de San Juan. De ella participaban José y María. Y es en este
ambienta cuando José descubre el embarazo de su esposa, sin él saber nada. Dios
le sometió a una dura prueba para aumentarle la esperanza y el deseo ansioso de
su venida. Cuando el ángel le anuncia que el Salvador nacerá de María y que él
le pondrá el nombre de Jesús, la esperanza de José tocaba el cielo. José, con
su esposa María, debió vivir un adviento interior profundo, pletórico de alegre
esperanza ¡El Salvador hijo de su esposa, la buenísima María y nacido en su
matrimonio!
Su esperanza y oración todavía tiene que pasar por
la prueba de ir en un largo viaja a Belén para empadronarse y no encontrar
lugar en el mesón. Pero ¡qué importa un lugar más o menos acomodado si el que
va a nacer el Salvador del mundo!. Además dada su
sensibilidad y delicadeza no podía permitir
que nadie fuese testigo del alumbramiento de María. Por eso busca una
cueva en los alrededores de Belén. Vive los días cercanos al nacimiento en una
soledad grande y en un silencio profundo y lleno en la cueva. Y con esa actitud
se convierte, con María, en modelo de las almas interiores, de esos seres que
Dios ha escogido para vivir dentro de
sí, en el fondo del abismo din
fondo.
San José pensaría y soñaría: si sabré tenerle en mis
brazos, cómo le acunaría, le dormiré en mis brazos y así dormido se lo pasaré a
María, lo llenaré de besos Le llamaré Jesús. Le diré hijo mío, y él me llamará
papá. Le enseñaré a andar y me bajaré a él y le enseñaré a hablar. El hogar se
llenará de luz, de alegría, de paz. Y el corazón de José saltaba de alegría en
su esperanza inminente a cumplirse ya.
Al mismo tiempo le adoraré como Mesías y Salvador,
caeré en éxtasis de amor ante él, me embelesaré mirándole, me sonreirá, me
mirará con sus ojitos de lucero y me dejará enajenado y quedaré ensimismado.
El ejemplo de la actitud de paz de María, su rostro
transpirando serenidad y gozo, iluminado por el relámpago de una sonrisa
eterna, era para José una acicate para vivir con más entrega, donación y gozo
su adviento.
Aunque en todo este cielo claro de gozo, esperando la venida del Salvador, se
inserta una nube de dolor. El sabe, lo ha leído y meditado más de una vez que
el profeta cuando habla del Mesías Salvador, del Siervo de Yahvé, anuncia y
profetiza que vendría y acabaría su vida como un varón de dolores, entre
malhechores (Is 53,3.9); si bien así se convertiría en salvación para todo el
mundo (Is 53,11-12)
P.
Román Llamas.