Históricamente, y en las distintas culturas el cuerpo ha sido visto de muy distintas formas. El en el mundo griego el cuerpo era visto como sepulcro del alma, la concha que encierra el espíritu, como obstáculo para el acceso a la verdad, la belleza y la bondad, de aquí que la liberación del hombre se entendiese como liberación del cuerpo. Se decía del filósofo Plotino que “parecía un hombre que se avergonzaba de existir en el cuerpo”
Poco a poco esta concepción del cuerpo como enemigo, cárcel o tumba del alma fue prendiendo en el cristianismo, que comenzó a ver al cuerpo como algo que hay que aborrecer: “No me aflijo de esto, oh Señor, antes bien me place que esta carne, que me ha hecho perder vuestra amistad, deba un día corromperse y consumirse. No era infrecuente encontrarse en los tratados de ascética y de piedad destinados a los fieles afirmaciones como “ese abominable vestido del alma”, referida al cuerpo.
El cristianismo, más allá de algunas afirmaciones y prácticas negativas frente al cuerpo, que las ha habido, lleva en su entraña un gran respeto por el cuerpo como lo pone de manifiesto algunos de sus ritos, el asperje y la incensación del cuerpo de los difuntos, con lo cual esta manifestando la sacralidad del cuerpo que está llamado a la resurrección, la veneración hacia as reliquias de los santos. En el centro del mensaje cristiano nos encontramos no con el desprecio del cuerpo, sino una valoración positiva del mismo y con una reacción frente a todo lo que es profanación y utilización indebida del cuerpo.
En los primeros siglos del cristianismo Tertuliano afirmaba que “caro cardo salutis”, “la carne es el quicio de la salvación”. No podemos olvidar que una afirmación fundamental del cristianismo es la encarnación del Verbo, de la Palabra de Dios, “la palabra se ha hecho carne”, como afirma el cuarto evangelio, hace referencia al cuerpo, con lo cual se nos está diciendo que parea Dios ha sido necesario la corporeidad, el tener cuerpo, para manifestarse, para darse a conocer. Más allá de lo que algunos puedan pensar sobre la encarnación como una degradación, hemos de decir que la encarnación es una epifanía, manifestación de Dios, porque ha posibilitado el contacto entre Dios y el ser humano, por desde la fe cristiana afirmado que nunca Dios es él más mismo que cuando se entrega, cuando se da a conocer.
Toda nuestra liturgia, desde Navidad a Pascua, que nos recuerda y actualiza el misterio de Cristo, es una llamada a contemplar el cuerpo de Jesucristo, donde ha aparecido “el amor y la bondad de Dios para todos”. Desde el niño en el pesebre, hasta Cristo resucitado, pasando por el “crucificado por amor”, es todo una contemplación del cuerpo a través del cual Dios se ha acercado a nosotros.
La lectura del evangelio, en el que el cuerpo de Cristo está en el centro del mensaje, no sólo nos presenta doctrina abstracta, sino que nos muestra los gestos de Jesús, a través de los cuales nos dio a conocer cómo y quién es Dios para nosotros. Podemos decir que al contemplar al Jesús que camina de pueblo en pueblo, que come con unos y bebe con otros, que tiende la mano a los enfermos y besa a los niños, que escucha a la gente y les dirige la palabra, que en el gesto de partir el pan en la última cena les da su cuerpo, nos encontramos con un evangelio muy corporal, con que la buena noticia de la salvación ha necesitado de las medicaciones del cuerpo humano para llegar hasta nosotros los humanos. En este sentido podemos afirmar que el cristianismo es la religión del Dios hecho carne.
Más allá de las afirmaciones teóricas el cristianismo a lo largo de los tiempos ha desarrollado la devoción hacia el cuerpo de Cristo, cuerpo que se, come y revela a partir de lo real de la carne, el cuerpo martirizado de Cristo en la pasión, el cuerpo glorioso en la resurrección. Y ha considerado el cuerpo, creado por Dios a su imagen, como templo, tabernáculo que recibe el cuerpo eucarístico de Cristo.
De todo lo dicho podemos sacar una conclusión, que el cuerpo, la realidad físico biológica, el gesto, es nuestra hechura, “la vivienda donde habito en el espacio”, nuestra forma de estar en el mundo, de expresarnos y relacionarnos con los demás, de ser vistos como significantes y deseados. El cuerpo no es, como algunas veces se ha afirmado, un añadido a la persona, es la persona misma, que se exterioriza, se expresa y se comunica, ya que es a través de los gestos del cuerpo: la mirada, el tacto, la palabra, como me comunico y se comunican conmigo los otros. En este sentido la corporalidad, la vida humana en cuanto ligada al ser corporal del hombre, se constituye en el instrumento de expresión de nuestra propia personalidad, y de toma de contacto con el mundo exterior que nos rodea.
Javier de la Cruz