Siempre el mes de marzo ha sido un
mes rico de sucesos: un cofre de esperanzas. En el mes de marzo se abre la
estación primaveral, cae el equinoccio de primavera, el día 21: San José,
esposo de María, iguala las noches con los días. Algún año se celebra en marzo
la Pascua del Señor y cada año celebramos gozosamente la Fiesta de la
Encarnación del Verbo de Dios en el seno de la Virgen María, el día 25 de
marzo.
Y, sobre todo, en el mes de marzo,
unos días antes de la Encarnación, la Iglesia católica ha celebrado y celebra
con gozo la solemnidad de San José,
proclamado Patrono de la misma Iglesia por el Beato Pío IX el día 8 de
diciembre de 1870, Patrono de los seminarios, Padre de todos e Intercesor
universal. Todo el mes de marzo está dedicado a la memoria, amor y devoción a
san José con ejercicios piadosos, como el de los siete dolores y gozo de san
José en los siete domingos que preceden a su fiesta, tres de los cuales caen en
le mes de marzo, la solemne novena en su honor y los personales de cada devoto
josefino.
Hace ahora dos años el día 13 de
marzo tuvo lugar la elección del Papa Francisco para presidir y dirigir la
Iglesia católica, que en su escudo lleva junto a la estrella: María la flor del
nardo: San José, expresión de su amor a una y a otro, porque María y José son
inseparables. Dios los unió en un matrimonio singular y ejemplarísimo.
Es muy significativo que el Papa
Francisco haya querido iniciar oficialmente su ministerio pastoral, petrino de
Sumo Pontífice justamente en la solemnidad de san José.
En esa ocasión el
Papa Francisco, “Obispo de Roma, venido de los confines del mundo” ha proclamado
a san José, en la homilía preciosa de la misa, padre solícito y marido amoroso
que se ha dedicado con generoso empeño a educar y cuidar de Jesús y todavía hoy
“custodia y protege a su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen María,
su esposa, es figura y modelo”.
En esta bella homilía el Papa ha
recalcado la misión de san José de
Custodio de Jesús y María y se ha explayado sobre el estilo con el que ha
ejercido este inestimable ministerio que el Señor le ha encomendado.
San José desempeña esta inestimable
misión con discreción y humildad, en silencio, pero con una presencia constante
y continua y una fidelidad total, aunque a veces no comprende. En la niñez y
juventud de Jesús les acompaña en todo momento con esmero y amor. Está junto a
María, su esposa, en los momentos serenos d la vida y en los difíciles, como el
del viaje a Belén para empadronarse, según el mandato del Emperador de Roma, en
las horas temblorosa y gozosas del nacimiento de Jesús, en los momentos dramáticos
de la huida y estancia en Egipto, los tres día de la afanosa y dolorosísima
búsqueda del Niño perdido en Jerusalén, y luego en la vida cotidiana en su casa
y taller de carpintero de Nazaret. San José solo vive para Jesús y María
Y todo este cuidado y custodia lo
vive y ejerce con bondad y ternura, dos condiciones indispensables de la
verdadera custodia. Custodiar estos dos preciosos tesoros, Jesús y María, los
mejores que tiene Dios en todos los sentidos, no podía san José llevarlo a cabo
sin mucha bondad y ternura. En el Evangelio san José aparece como el hombre
fuerte, trabajador, constante, pero en su alma se percibe una gran ternura que
no es virtud de débiles sino de fuertes: denota fortaleza de ánimo, capacidad
de atención, de compasión entrañable, de total apertura y dedicación al otro,
de dulce amor. No debemos tener miedo a la bondad y a la ternura, dice el Papa,
ya que esta es la condición de Dios: tu misericordia y tu ternura son eternas
(Sal 25,8). Dios es tierno, clemente y justo (Sal 112,4).Clemente y compasivo
es el Señor, lento a la cólera y rico en misericordia, bueno es Yahvé para con
todos, sus ternuras sobre todas sus obras (Sal
145,8)..
El
mes de marzo es el mes de san José. Él solo da un realce especial a este mes.
Es también el mes de sus devotos para que explayen en él toda su ternura,
devoción y amor al santo Patriarca “en los servicios y en la imitación” (Santa
Tersa) de sus virtudes sencillas, evangélicas, pero fuertes y heroicas.
P. Román
Llamas, ocd