El mundo no para y camina siempre adelante. Sin embargo, por eso, no deja de pararse para mucha gente su esperanza. Y esa pérdida de esperanza le nubla la vista y se pierde en la oscuridad. Buscar la luz se hace necesario, pero la indiferencia de muchos impide que otros la puedan encontrar. Seguir a Jesús, nos dice el Papa Francisco hoy, es no pasar indiferente ante esos ciegos que demandan luz, porque Jesús se acerca y restituye la vista. La vista de vivir en la esperanza del amor misericordioso y salvación de Dios.
Seguir, pues, a Jesús es imitarle y dar sus mismos pasos. Es hacernos servidores, nos dice el Papa Francisco, como nuestro Señor, y en Él experimentar el Amor de Dios que, por su Misericordia, nos perdona nuestros pecados y nos salva.
PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 15 de junio de 2016
El Evangelio que escuchamos nos muestra a Jesús que, acercándose a Jericó, restituye la vista a un ciego que mendigaba en el orilla del camino. La figura de este hombre representa tristemente a tantas personas que, aún hoy, sufren discriminación y rechazo por parte de los demás. Es llamativo que este marginado a las puertas de Jericó, ciudad bíblica que simboliza la entrada a la tierra prometida, en lugar de encontrar compasión y ayuda del prójimo, como pide la ley que Dios dio a su pueblo, encuentra en cambio insensibilidad y rechazo.
Como entonces, también ahora la indiferencia y la hostilidad causan ceguera y sordera, que impiden percibir las necesidades de los hermanos y reconocer en ellos la presencia del Señor. En contraste con esta actitud, Jesús que pasa, no es indiferente al grito del ciego que, movido por la fe, quiere encontrarlo e invoca su ayuda. El Señor, como humilde servidor, escucha la súplica del ciego y le devuelve la vista. Gracias a su fe, el hombre ve, pero sobre todo, experimenta el amor de Dios que, en Jesús, se hace siervo de todos nosotros pecadores.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Que Cristo, en el que brilla la fuerza de la misericordia de Dios, ilumine y sane también nuestros corazones, para que aprendamos a estar atentos a las necesidades de nuestros hermanos y celebremos las maravillas de su amor misericordioso. Muchas gracias.