Una de las virtudes que más resaltan en san
José es, sin duda, la humildad. Y es natural. Si la humildad es hermana siamesa
de la caridad, del amor. San José tenia abismos de amor en su corazón y en todo
su ser. No puede haber humildad sin amor ni amor sin humildad, dice santa
Teresa (C 16,2) y si el amor es abismal, abismal es la humildad.
“No
hay dama-dice también santa Teresa- que así le haga acudir como la humildad;
esta le trajo del cielo en las entrañas de la Virgen y con ella le traeremos
nosotros de un cabello a nuestras almas” (C 16,2). Está usando el símil el
juego del ajedrez.
San
José tiene esta virtud de la humildad, que es andar en la verdad de nosotros
mismos y en la verdad de Dios, en grado sumo como todas las demás virtudes.
Basta fijarnos en que san José es descendiente del rey David que, por eso, como
esposo de María, ha podido trasmitir a su hijo Jesús la realeza davídica. Nunca
se le vio hacer alarde de su origen. Vive como un pobre carpintero ¡Qué
maravilla de sincera humildad! Por sus venas corría sangre real, descendiente
de lo más granado del pueblo de Israel, heredero legítimo del reino de Judá, ve
cómo ha venido a parar en una condición humilde y sin brillo. Jamás se quejó de
la disposición de Dios, viviendo feliz en la condición de vida que el Señor le
ha dado.
Él sabe, por otra
parte, que el Altísimo le ha enriquecido con gracias abundantísimas, con
privilegios singulares, con bendiciones de toda clase, muy semejantes a las de
su esposa María, pues como dice san Juan Pablo II, “ya que el matrimonio es el
máximo consorcio y amistad –al que de por sí va unida la comunión de
bienes- se sigue, que si dios ha dado a
José como esposo a la Virgen, solo has
dado no solo como compañero de vida, testigo de la virginidad, tutor de la honestidad,
sino también para que participase por
medio del pacto conyugal en la excelsa grandeza de ella” (RC 20). Y la grandeza
de María es ser Madre de Dios y ser corredentora con Cristo, y la grandeza de
José es ser padre de Jesús, por su matrimonio con María, y ser cooperador del
gran misterio de la redención y verdaderamente ministro de la salvación (RC 8).
También José puede cantar su Magnificat como
María: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi
Salvador, porque ha mirado la humillación de su siervo. Desde ahora me
felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes
por mi. Sí, El Poderoso ha hecho obras grandes por José, como por María y ha
hecho cosas grandes en él: le ha hecho esposo de María, Padre de Jesús, el Hijo
de Dios encarnado en el seno de su esposa María por obra del Espíritu Santo, le
ha colmado de toda clase de gracias, bendiciones y privilegios que le hacen
semejantísimo a María. Y san José no se envanece ni se ensoberbece, sino que
todo se le atribuye al poder y a la misericordia de Dios ¿Qué tienes que nos
hayas recibido? y si lo has recibido ¿a qué gloriarte como si no lo hubieses
recibido? (1Cor 4,7).
Que humildad es andar en la verdad de Dios. Y
la verdad es que todo lo bueno, absolutamente todo, lo hemos recibido de la
bondad. Sin Jesús no podemos hacer nada bueno. San José lo sabe y todo se lo
atribuye a Dios. Nada de amor propio, nada de orgullo, nada de soberbia, nada
de vanagloria, sencillamente vivencia altísima de una profundísima humildad.
Todo es obra de la misericordia de Dios y cuanto más profunda es la humildad, y
la de José a imitación de la e su esposa María, es profundísima, mas alta es la
exaltación que Dios da al que se humilla ante él.
San
José, el siervo sencillo y humilde de Dios, para nada presumido, vivió una vida
corriente, recatada, oculta en su oficio de carpintero con Jesús y María y para nada alardeó y se jacto de sus
grandezas y virtudes, antes, como dice san Francisco de Sales: “porque era
vigilantísimo en guardar sus brillantes prendas debajo de la llave de su
profundísima humildad, por eso tenía particularísimo cuidado en esconder la
preciosa perla de su voto de virginidad, y por lo mismo consintió en casarse,
con el fin de que persona ninguna pudiese admirarle, y que debajo de santo velo del matrimonio pudiera
vivir escondido a las alabanzas mundanas”.
P. Román Llamas, ocd.