A raíz de un comentario que hice
en la entrada “Historia de las JMJ”, narrando una anécdota personal, un
bloguero sugirió que sería bueno contarla en una entrada propia y, como me
quedan 2 días de estar de Rodríguez, lo voy a hacer.
No es fácil remontarse 26 (Roma),
21 (Santiago de Compostela), 19 años atrás (Częstochowa) y recordar lo que viví
en las Jornadas Mundiales de la Juventud en las cuales participé. Pero si bien
he olvidado muchos detalles, ha quedado lo esencial, finalmente lo que importa.
La primera vez que un Papa, Juan
Pablo II, convocó a jóvenes de todo el mundo fue en 1984 y se llamó a aquello
Jubileo Internacional de la Juventud. Este fue el germen de lo que luego se han
denominado JMJ, jornadas mundiales de la juventud.
Parece ser que, a priori, según
muchos entendidos de dentro y de fuera de la Iglesia, aquello iba a ser un
fracaso. Esta es la diferencia entre los santos y los entendidos; los
entendidos intentan explicar la realidad y anticiparla; los santos la cambian.
Esto es lo que sucedió el Domingo de Ramos de 1984 en la Plaza de San Pedro; un
santo a la antigua, es decir, por aclamación popular, como es Juan Pablo II,
llamó y acudimos 300.000 jóvenes, cosa inaudita para la época.
Tenía yo entonces solo 16 años y
era un converso reciente, desde un cristianismo sociológico a un cristianismo
personificado en Cristo real y resucitado. Por tanto, estaba lleno de
entusiasmo por el mundo nuevo que estaba descubriendo y aquel Jubileo significó
un refrendo, un sello de autenticidad, de que el encuentro con Cristo que yo
estaba viviendo era real y operaba en otros jóvenes como yo.
Como dije en el comentario antes
citado, de lo que dijo el Papa en aquella ocasión, no recuerdo nada; costaba
seguirle el discurso, pues entonces no teníamos traductores y además había
demasiados estímulos a mi alrededor, chicas incluidas, y demasiadas hormonas
dentro como para ser consciente de lo que nos decía Juan Pablo II.
Anécdotas de aquel encuentro,
muchas, pero sobre todo recuerdo el regalazo, soy un mimado de Dios, que me
esperaba el Domingo de Ramos y que consistió en lo siguiente:
Entre los jóvenes peregrinos del
Camino Neocatecumenal, al que pertenezco, se sorteó dos invitaciones por
autocar para ayudar a los sacerdotes a distribuir la comunión el Domingo de
Ramos. A mí me tocó una de las invitaciones de mi autocar; la otra le tocó a un
hermano de mi Comunidad. Era un chollo, pues estaríamos en primera fila, debajo
del altar. La invitación ponía textualmente “Servizio Comunione” y era un a
tarjetita de color amarillo, pero la de mi compañero, aunque ponía lo mismo era
de color azul. Total que cuando nos presentamos a la mañana del domingo en la
puerta del Vaticano, empezamos a pasar controles vaticanos y en el último, el
de la Guardia Suiza, pasó algo extraordinario. Delante de mí, había una chica
con una invitación del mismo color que la mía pero que ponía “Comunione Santa”
y el guardia pensó que ella y yo veníamos juntos y nos mandaron a la izquierda.
A mi compañero, como tenía la tarjeta de color azul, lo mandaron a la derecha y
le perdí de vista. Me hicieron sentar en un lateral y maldije mi suerte pues
veía al Papa de espaldas y no sabía que tipo de invitación era aquella con la
que habían confundido la mía. Total que cuando llega la hora de comulgar veo
que tres filas más adelante se levantan, que los de la segunda fila se levantan
también y que yo también estoy levantado dirigiéndome tras los demás
directamente hacia el Papa. Yo alucinaba; estaba tan nervioso que cuando llegué
ante Juan Pablo abrí la boca y cerré los ojos. Cuánto me arrepiento ahora de no
haberle mirado fijamente a esos ojos santos.
Después de la ceremonia, nos
volvíamos inmediatamente a Madrid y no tuve tiempo de pedir la foto. Y cuando
contaba lo sucedido en el autocar mis compañeros pensaban que estaba vacilándoles.
Muchos años más tarde, como 15
años después, mi hermano, seminarista entonces, fue a Roma y tuvo el detalle de
ir al archivo fotográfico del Vaticano y preguntar por las fotos de los comulgantes
del Domingo de Ramos de 1984. Recuperó mi foto con el Papa y con ella y un
bonito marco me hizo uno de los mejores regalos de cumpleaños que he tenido
nunca.
En la foto se me ve con una
chaqueta blanca de franjas rojas y azules horterísima, prueba de que estaba
allí por error humano y gracia divina, pues la gente solicita comulgar con el
Papa con años de antelación y cuando les toca se presentan de tiros largos.
Esta foto es que la aparece en mi
perfil y esta es su historia, una de tantas entre los millones de historias de
Gracia que han vivido y vivirán los jóvenes en las Jornadas Mundiales de la
Juventud.
Yo he abierto el fuego. Ahora os
toca a vosotros contar vuestra experiencia.
PD. No os podré agradecer ni
contestar a ningún comentario pues tengo vacas pastando en el Campo de Montiel
«Y comencé a caminar por él, antiguo y conocido, y era verdad que por él
camino.». A buen entendedor...
Autor: José María A.V.
Esta historia fue contada en este mismo blog en 2010 Aquí.