22 de agosto de 2016

ABIERTA DE PAR EN PAR

El Papa Francisco en el Angelus del domingo nos invita a la reflexión, nos anima a seguir adelante, a no dejarnos vencer por las dificultades. A cruzar la puerta de la Misericordia para encontrarnos con Dios y para ser misericordiosos también nosotros.


«Queridos hermanos y hermanas, buenos días
La página del evangelio de hoy nos exhorta a meditar sobre el tema de la salvación. El evangelista Lucas cuenta que Jesús está en viaje hacia Jerusalén y durante el recorrido se le acerca un tal que le plantea esta pregunta: “¿Señor, son pocos los que se salvan?”.
Jesús no da una respuesta directa, pero desplaza el debate a otro plano, con un lenguaje sugestivo: “Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán”.
Con la imagen de la puerta, Èl quiere hacer entender a quienes le escuchan que no es cuestión de números, no importa saber cuantos se salvan. Lo importante es que todos sepan cuál es el camino que conduce a la salvación, a la puerta.
Y tal recorrido prevé que se cruce una puerta. ¿Pero dónde está la puerta, quién es la puerta? Jesús mismo es la puerta. Nos los dice Él en el evangelio de San Juan: ‘Yo soy la puerta’. Él nos conduce a la comunión con el Padre, donde encontramos amor, comprensión y protección. ¿Pero por qué esta puerta es angosta?, nos podemos preguntar.
Es una puerta angosta no porque sea opresora, sino porque pide restringir y contener nuestro orgullo y nuestro miedo, para abrirnos con corazón humilde y confiado a Él, reconociéndonos pecadores, necesitados de su perdón. Por esto es estrecha, para contener nuestro orgullo que nos hincha.

¡La puerta de la Misericordia es Dios, es estrecha pero está siempre y enteramente abierta para todos! Dios no tiene preferencias, sino que recibe siempre a todos sin distinciones. Una puerta estrecha para contener nuestro orgullo y nuestro miedo; una puerta amplia porque Dios recibe a todos sin distinción.

Y la salvación que Él nos da es un flujo incesante de misericordia que derrumba todas las barreras y abre sorprendentes perspectivas de luz y de paz. La puerta es estrecha pero siempre abierta, no se olviden de ésto.
Hoy Jesús nos dirige, una vez más, una invitación insistente para ir hacia Él, para atravesar la puerta de la vida plena, reconciliada y feliz. Él nos espera, a cada uno de nosotros, a pesar de cualquier pecado que hayamos cometido, para abrazarnos, para ofrecernos su perdón.
Solamente Él puede transformar mi corazón. Solamente Él puede dar sentido pleno a nuestra existencia, donándonos la verdadera alegría. Entrando por la puerta de Jesús, la puerta de la fe y del evangelio, nosotros podremos salir de las actitudes mundanas, de las malas costumbres, de los egoísmos y del cerrarnos en nosotros mismos.
Cuando hay un contacto con el amor y la misericordia de Dios hay un cambio auténtico. Y nuestra vida es iluminada por la luz del Espíritu Santo: ¡una luz inextinguible!
Quiero hacerles una propuesta: pensemos ahora en silencio y por algunos instantes en las cosas que tenemos dentro de nosotros y que nos impiden cruzar la puerta: mi orgullo, mi soberbia, mis pecados. Y después pensemos en otra puerta, esa abierta de la misericordia de Dios que del otro lado nos espera para darnos el perdón.
El Señor nos ofrece muchas ocasiones para salvarnos y entrar a través de la puerta de la salvación. Esta puerta es una ocasión que no debemos desperdiciar: no debemos hacer discursos académicos sobre la salvación, como el de aquel tal que se dirigió a Jesús, sino que debemos aferrar las ocasiones de salvación. Porque en un determinado momento “el patrón de la casa se levantará y cerrará la puerta”, como nos ha recordado el Evangelio.
Pero si Dios es bueno y nos ama, ¿por qué cierra la puerta? Porque nuestra vida no es un videojuego o una telenovela; nuestra vida es seria y el objetivo importante que debemos alcanzar es la salvación eterna.
A la Virgen María, Puerta del Cielo, le pedimos que nos ayude a no perder las ocasiones que el Señor nos ofrece para cruzar la puerta de la fe y así entrar en un camino ancho: es el camino de la salvación, capaz de recibir a todos quienes se dejan abrazar por el amor.
Es el amor que salva, el amor que ya en la tierra es fuente de la bienaventuranza de quienes, en la mansedumbre, en la paciencia y en la justicia se olvidan de sí mismos y se dan a los otros, especialmente a los más débiles.