3 de septiembre de 2016

EL MAGNIFICAT




El canto del Magnificat  es una maravilla y un asombro el imaginarlo proclamar de labios de María. No se puede explicar de ninguna manera sino por la Gracia de Dios. Cada palabra exige una meditación profunda y es una obra hermosa del poder y maravilla del Espíritu de Dios.

Experimentar esa grandeza del Señor es algo inaudito, inimaginable y nos conduce al éxtasis. Sentirlo es caer rendido a los pies de nuestro Señor. Así nuestro espíritu, como canta María, se alegra en Dios, mi salvador. Pero no, por mis méritos, ni por mis cualidades, sino por mi humillación, por mi pobreza, por mi pequeñez. Son esos, los pequeños y humildes a los que Dios revela su secretos.

Y María tuvo que ser así, sencilla, pequeña, pobre y humilde. Por eso, porque estaba adornada de esas cualidades, Dios puso su mirada en ella. Cuanto envidio a María en el buen sentido, y cuanto le pido que, por su intercesión, me ayude a ser humilde y sencillo como ella. Madre reza por mí para que siga tu camino y llegue al encuentro con tu Hijo.

Y se ha cumplido el canto del Magnificat en María, porque desde ese momento le felicitan todas las generaciones. No por sus méritos, sino porque el Poderoso ha hecho obras grandes en Ella. Su nombre, el del Señor, es Santo y su Misericordia llega a todos sus fieles de generación en generación.

Gracias Señor, porque tu Madre, al cantar el Magnificat, nos revela a quienes tu dispersas y derribas del trono. No escuchas a los soberbios de corazón; ni tampoco quieres cuenta con los poderosos y autosuficientes. En cambio, enalteces a los humildes y satisface a los hambrientos despidiendo a los ricos vacíos. Haznos, Señor, humildes y sencillos como tu Madre, y despójanos de toda ambición.

Gracias, Madre, por recordarnos cada día cuando rezamos tu hermoso y revelador canto del Magnificat el auxilio del Señor y su Infinita Misericordia. Porque es promesa a nuestros padres, y Tú, mi Dios, cumples siempre lo que dices. Así, también a tu Hijo le has dado esa autoridad con la que asombraba a todos los que le escuchaban.

Gracias, Señor, por María, y por las obras que el Espíritu Santo ha hecho en Ella. Gracias, Señor, por tu Madre, porque ser Madre tuya no podía ser de otra forma. Amén.