Tu camino, Señor, es camino de humildad, de sencillez
y de pobreza. Ese fue el camino que recorrió María y que nos enseña e invita
también recorrer a nosotros. Posiblemente todavía no la hayamos comprendido,
porque no está la salvación que nos trae Jesús en el poder, las riquezas, el
prestigio o la fama. Simplemente, está en el amor.
Así, María nos regala humildad y sencillez bañada de
amor. Un amor que se concreta en su silencio amoroso en muchas cosas que no
entendía, pero que obedecía. Porque se fía del que se las ofrece y cree
firmemente en su Palabra. También José escucha la voz en sueño y se fía del
Señor. Sabe de la pureza e inocencia de María y entiende que lo que ocurre es
cosa de Dios.
Mi humilde reflexión me lleva a preguntarme: ¿Estoy yo
en la misma actitud de José y María? ¿Estoy abierto a los cambiós que la vida
me ofrece, a veces amargos y duros, para, aceptándolos, vivirlos en la
presencia de Dios y según su Voluntad? ¿Y creo que con la asistencia del
Espíritu Santo, injertado en Él y por su Gracia podemos alcanzar la promesa que
el Señor nos ha prometido?
La pregunta es, ¿quiero como José y María dejarme
guiar por el Espíritu de Dios con, dónde y cómo Él disponga en mi vida? Y la
respuesta si es "sí" tendremos que hacerlo unidos íntimamente en Él.
Pidámoselo confiando en la promesa que Él mismo nos ha hecho.