24 de diciembre de 2016

¿CÓMO HABLAR DE MARÍA?

Cuando Cristina Llano me sugirió escribir semanalmente sobre María, mi perplejidad fue manifiesta. Sí, es verdad que hago reflexiones sobre el Evangelio de cada día, pero desde la perspectiva y óptica de tu propia vivencia personal. Y, sobre todo, confiado y apoyado en la acción del Espíritu Santo que nos asiste y nos dirige, y al cual me abandono desde mi humilde pobreza.

Pero hablar de María, la Madre de Dios, no es lo mismo. Implica conocerla y en el Evangelio no destaca por sus frecuentes apariciones. Así que, sin negarme, le expresé esa dificultad que no sabía cómo solucionar. Sin embargo, confiado en su amparo y en el Espíritu Santo, acepté la invitación e inicié la aventura, no sin considerarlo un atrevimiento bien intencionado.

Tengo que manifestar que yo no era muy devoto ni admirador de la Virgen María. En mi pasado hay pocas alusiones a la Virgen y no me experimentaba devoto ni admirador. Eso no excluye mi respeto y devoción como Madre de Dios. Jesús era, es  y será lo importante, y María, simplemente su Madre. Y así es, pero en estas reflexiones, porque lo que hago es reflexionar, sobre las actitudes de María ante la respuesta a la llamada del Señor, y su papel de corredentora en la obra salvífica, me han ido dando otra visión de María.

Posiblemente por la acción del Espíritu Santo he ido apreciando y saboreando el papel mediador que María ocupa y realiza en el Plan de salvación de Dios para todos los hombres. Tengo que confesar que María, sin apenas hacer ruido, me ha ido enseñando el camino para llegar a su Hijo. Tengo que confesar que María es la criatura más hermosa de este mundo. Una belleza Inmaculada llena de virtudes y generosidad.

Tengo que confesar que María es la Madre de Dios, y fue elegida porque con su humildad, pobreza y buenas intenciones, llena de amor y generosidad, abrió su corazón y permitió la obra del Espíritu Santo en ella. Tengo que confesar que, María, me ha enseñado a preparar la venida del Niño Dios, sin palabras sino con humildad y amor; con sencillez y pobreza; con generosidad y alegría, pero sobre todo con "disponibilidad". María es la Madre abierta y disponible para dejar que Dios, como Infinito y Omnipotente Alfarero, realice en ella, llenándola de Gracia, la transformación de convertirla en la verdadera Madre de Dios.

María, intercede por nosotros y llevándonos de tu mano generosa y humilde, muéstranos el camino de nuestra disponibilidad para, como tú, dejarnos modelar por la Gracia del Espíritu Santo. Amén.