Sin paz es imposible amar y experimentar gozo y felicidad. Diríamos que la paz es el resultado de vivir en la verdad, en la justicia y en el amor. Los pueblos hacen la paz cuando son capaces de actuar en la verdad y en la justicia, y como consecuencia, nace el amor entre ellos. El amor que genera respeto, comprensión, sinceridad y fraternidad.
La paz es la primera palabra que Jesús pronuncia cuando se aparece a sus apóstoles. La paz sea con todos ustedes, porque el camino de paz es el que hace que los hombres se respeten, se traten en verdad y justicia y convivan en armonía y amor. Cuando se romper la paz se pierde todo lo que une y favorece la convivencia. El pecado es el fruto de la desaparición de la paz. Sin paz reina el pecado y la muerte.
María, reina de la paz, pues tuvo a la Paz con mayúscula dentro de su vientre. María fue bendecida con la paz, porque de ella nacería Aquel que sembró paz en el mundo. Y María, nuestra Madre, no dejó que sus propios interrogantes le quitaran la paz. Ella guardaba todo en su corazón y confiaba con perseverante paciencia en las promesas del Señor.
Ella vivió al lado del Señor de la Paz, y, de niño le educó en la paz, pues para ser Madre de Dios fue llena de Gracia, o lo que es lo mismo de Paz. De esa Paz que viene de arriba y nos invade de gozo y alegría para soportar con paciencia y humildad todas las adversidades del mundo sin romperla ni alterarla. María fue llena de paz, porque en su vientre traía al verdadero Rey de la Paz.
Madre bendita del Cielo, tú que fuiste elegida para ser la Madre del Rey de la Paz, enséñanos el camino para también nosotros vivir en la paz. Ese camino que nos lleva al encuentro con tu Hijo, Señor de Paz, de donde brota toda verdad, toda misericordia, toda justicia y todo amor. Pidamos, por intercesión de nuestra Madre María, que sepamos perseverar en la paz. Esa paz que viene del Señor y que nos la da en todo momento que le buscamos y nos ponemos en su presencia.