Todos tenemos experiencia de haber perdido la paciencia en algunos momentos. Y hemos experimentados que, cuando nos apegamos a nuestras pasiones y apetitos, sufrimos terriblemente cuando todo nos sale al revés. Son esos momentos donde nuestros planes, intereses y proyectos priman y desplazan los planes de Dios para con cada uno de nosotros. Es entonces cuando añoramos el calor de una madre que nos acoja y nos dé ternura y nos infunda paciencia.
María sabe mucho de eso. No obstante, ella pasó por muchos momentos de esos, donde los planes de Dios no los entendía y le ponían en aprietos. La Anunciación tuvo que ser un desafío enorme para ella. ¿Cómo presentarse en cinta ante su familia y conocidos? Sin embargo, ella siempre confío en el Señor y en su Palabra. María se sostuvo hasta el final, al pie de la Cruz junto a su Hijo. Y también está junto a nosotros, porque también es Madre de todos nosotros.
Ella nos recibe y nos atiende y nos da su paz. Nos enseña a ser pacientes y a no desesperar. Pero, sobre todo, a confiar en Jesús. Ella es el ejemplo y el testimonio. María cree en la Palabra del Señor y nos marca el camino. ¿Crees tú en la Palabra del Señor? La tienes a tu lado; la escuchas en cada homilía; la lee en las Escrituras. Quizás puede ayudarte esta humilde reflexión.
María no desespera y nos acoge para darnos paciencia y esperanza. Ella es la Madre que nos sale al pazo y nos habla con su vida, con su ejemplo, con su testimonio y con sus sufrimientos y riesgos. Pero, sobre todo, con su resultado. Ha vencido al miedo, al peligro y sobre todo, al pecado.
Ella nos recibe y nos atiende para llevarnos a su Hijo, para que en Él descarguemos todas nuestras impaciencias y desesperanza y, como ella, confiemos y creamos en su Palabra. Palabra que nos salva y nos da Vida Eterna. Amén.