Se percibe y se respira en el mundo en que vivimos. A pesar de la indiferencia, de las injusticias y desigualdades que vivimos cada día, en el corazón del hombre hay deseos de amar y de vivir en la verdad y la justicia. Hay hambre, como nos explica el Santo Padre, y deseos de hacer el bien y de conseguir un mundo mejor y más justo. Pero, también percibimos que, lejos de Dios, el pecado invade nuestro corazón y nos invierte nuestras buenas intenciones. Los resultados están a la vista.
PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Biblioteca del Palacio Apostólico
Miércoles, 11 de marzo de 2020
Miércoles, 11 de marzo de 2020
Catequesis sobre las bienaventuranzas: 5. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia
Queridos hermanos y hermanas:
Nuestra reflexión de hoy nos lleva a considerar la bienaventuranza: «Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados», que no se refiere a un deseo genérico sino a una exigencia vital, cotidiana de todo ser humano: la necesidad de nutrirse para sobrevivir.
Pero aquí se habla de hambre y sed de justicia. ¿Qué quiere decir hambre y sed de justicia? No es la sed de venganza, tampoco es sólo el dolor de los pobres y de los oprimidos, que Dios conoce bien y que no le es indiferente. Es una justicia más grande, más grande que el derecho humano a la equidad, la verdad y la justicia social, más grande también que la perfección personal. Se trata de la justicia que viene de Dios: de esa inquietud, de ese anhelo que está presente en lo más hondo del corazón, aún en el corazón del más corrupto y alejado del Señor.
Es la sed de bien, de verdad, que el mal no puede borrar. Es la sed de Dios, suscitada por el Espíritu Santo, que todos llevamos en lo más íntimo de nuestro ser, y que san Agustín nos recuerda cuando escribe: «para ti nos has hecho, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti».
Saludos:
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Pidamos al Señor Jesús que nunca nos haga faltar el agua viva del Evangelio, única capaz de saciar nuestra sed de Dios, y nos conceda también su Espíritu Santo para poder cumplir la voluntad del Padre, con un corazón lleno del amor de Dios y bien dispuesto al servicio de los hermanos. Que Dios los bendiga.