Hoy, el Papa Francisco, comparte con nosotros su viaje a Malta. Y nos recuerda que Malta recibió de san Pablo el anuncio del Evangelio como consecuencia de sufrir un naufragio cerca de la isla. Destaca la acogida, según los Hechos de los Apósotoles, de los malteses hasta el punto que la exaltan como una humanidad poco común. Y es que cuando se hacen las cosas por amor y gratuitamente nos parece algo raro y extraño.
Y eso es lo que el Papa pide, acogida y fraternidad a los problemas migratorios que ocasionan situaciones de desamparo, sufrimiento y muertes. Un mundo más fraterno y abierto a la justicia y caridad con todos aquellos que buscan una vida más humana y digna.
hOY PAPA FRANCISCO
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
El sábado y domingo pasados estuve en Malta: un viaje apostólico que estaba programado desde hace tiempo; fue pospuesto hace dos años, por el covid y sus consecuencias. Pocos saben que Malta, aun siendo una isla en medio del Mediterráneo, recibió muy pronto el Evangelio. ¿Por qué? Porque el apóstol Pablo naufragó cerca de su costa y prodigiosamente se salvó con todos los que estaban en el barco, más de doscientas setenta personas. Cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles que los malteses les acogieron a todos, y dice esta palabra: con «una humanidad poco común» (28,2). Esto es importante, no olvidarlo: “con una humanidad poco común”. He elegido precisamente estas palabras: con una humanidad poco común, como lema de mi viaje, porque indican el camino a seguir no solo para afrontar el fenómeno de los migrantes, sino más en general para que el mundo se vuelva más fraterno, más vivible, y se salve de un “naufragio” que nos amenaza a todos nosotros, que estamos —como hemos aprendido— en la misma barca, todos. Malta es, en este horizonte, un lugar-clave.
Lo es sobre todo geográficamente, por su posición en el centro del Mar que está entre Europa y África, pero que baña también Asia. Malta es una especie de “rosa de los vientos”, donde se cruzan pueblos y culturas; es un punto privilegiado para observar a 360 grados la zona mediterránea. Hoy se habla a menudo de “geopolítica”, pero lamentablemente la lógica dominante es la de las estrategias de los Estados más poderosos para afirmar sus propios intereses extendiendo su área de influencia económica, o influencia ideológica o influencia militar: lo estamos viendo con la guerra. Malta representa, en este cuadro, el derecho y la fuerza de los “pequeños”, de las Naciones pequeñas pero ricas de historia y de civilización, que deberían llevar adelante otra lógica: la del respeto y de la libertad, la del respeto y también la lógica de la libertad, de la convivialidad de las diferencias, opuesta a la colonización de los más poderosos. Lo estamos viendo ahora. Y no solo de un lado: también de otros… Después de la segunda guerra mundial se ha intentado poner las bases de una nueva historia de paz, pero lamentablemente —no aprendemos— ha ido adelante la vieja historia de grandes potencias competidoras. Y, en la actual guerra en Ucrania, asistimos a la impotencia de la Organización de las Naciones Unidas.
Segundo aspecto: Malta es un lugar-clave en lo que se refiere al fenómeno de las migraciones. En el Centro de acogida Juan XXIII encontré numerosos migrantes, que desembarcaron en la isla después de viajes terribles. No hay que cansarse de escuchar sus testimonios, porque solo así se sale de la visión distorsionada que a menudo circula en los medios de comunicación y se pueden reconocer los rostros, las historias, las heridas, los sueños y las esperanzas de estos migrantes. Cada migrante es único: no es un número, es una persona; es único como cada uno de nosotros. Cada migrante es una persona con su dignidad, sus raíces, su cultura. Cada uno de ellos es portador de una riqueza infinitamente más grande que los problemas que implica. Y no olvidemos que Europa ha sido hecha con las migraciones.
Ciertamente, la acogida debe ser organizada —es verdad, esto— debe ser gobernada, y antes, mucho antes, debe ser proyectada juntos, a nivel internacional. Porque el fenómeno migratorio no puede ser reducido a una emergencia, es un signo de nuestros tiempos. Y como tal debe ser leído e interpretado. Se puede convertir en un signo de conflicto, o en un signo de paz. Depende de cómo lo tomemos, depende de nosotros. Quien en Malta ha dado vida al Centro Juan XXIII ha elegido la opción cristiana y por eso lo ha llamado “Peace Lab”: laboratorio de paz. Pero yo quisiera decir que ¡Malta en su conjunto es un laboratorio de paz! Toda la nación con su actitud, con su propia actitud, es un laboratorio de paz. Y puede realizar esta misión suya si, desde sus raíces, toma la savia de la fraternidad, de la compasión, de la solidaridad. El pueblo maltés ha recibido estos valores junto con el Evangelio, y gracias al Evangelio podrá mantenerles vivos.
Por esto, como Obispo de Roma, fui a confirmar a ese pueblo en la fe y en la comunión. De hecho —tercer aspecto— Malta es un lugar-clave también desde el punto de vista de la evangelización. De Malta y de Gozo, las dos diócesis del país, han salido muchos sacerdotes y religiosos, pero también fieles laicos, que han llevado a todo el mundo el testimonio cristiano. ¡Cómo si el paso de san Pablo hubiera dejado la misión en el ADN de los malteses! Por eso mi visita ha sido sobre todo un acto de reconocimiento, reconocimiento a Dios y a su santo pueblo fiel que está en Malta y en Gozo.
Sin embargo, también allí sopla el viento del secularismo y de la pseudocultura globalizada a base de consumismo, neocapitalismo y relativismo. También allí, por eso, es tiempo de nueva evangelización. La visita que, como mis predecesores, realicé a la Gruta de San Pablo ha sido como ir a la fuente, para que el Evangelio pueda brotar en Malta con la frescura de sus orígenes y reavivar su gran patrimonio de religiosidad popular que está simbolizada en el Santuario mariano nacional de Ta’ Pinu, en la isla de Gozo, donde celebramos un intenso encuentro de oración. Allí sentí latir el corazón del pueblo maltés, que confía tanto en su Santa Madre. María nos lleva siempre a lo esencial, a Cristo crucificado y resucitado, y esto por nosotros, a su amor misericordioso. María nos ayuda a reavivar la llama de la fe tomando del fuego del Espíritu Santo, que anima de generación en generación el alegre anuncio del Evangelio, ¡porque la alegría de la Iglesia es evangelizar! No olvidemos esa frase de san Pablo VI: la vocación de la Iglesia es evangelizar; la alegría de la Iglesia es evangelizar. No la olvidemos porque es la definición más bonita de la Iglesia.
Aprovecho esta ocasión para renovar mi agradecimiento al señor presidente de la República de Malta, tan cortés y hermano: gracias a él y a su familia; al señor primer ministro y a las otras autoridades civiles, que me han acogido con tanta gentileza; como también a los obispos y a todos los miembros de la comunidad eclesial, a los voluntarios y a los que me han acompañado con la oración. No quisiera dejar de mencionar al Centro de acogida para migrantes Juan XXIII: allí el monje franciscano que lo lleva adelante, el padre Dionisio Mintoff, tiene 91 años y sigue trabajando así, con la ayuda de los colaboradores de la diócesis. Es un ejemplo de celo apostólico y de amor a los migrantes, que hoy hace tanta falta. Nosotros, con esta visita, sembramos, pero es el Señor quien hace crecer. ¡Qué su bondad infinita conceda frutos abundantes de paz y de todo bien al querido pueblo maltés! Gracias a este pueblo maltés por su acogida tan humana, tan cristiana. Muchas gracias.
Saludos:
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Agradezco al Señor haberme permitido realizar este Viaje apostólico a Malta y también por todos los misioneros que desde esa nación han llevado al mundo el testimonio del Evangelio. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
LLAMAMIENTOS
Y ayer, precisamente de Bucha, me trajeron esta bandera. Esta bandera viene de la guerra, precisamente de esa ciudad martirizada, Bucha. Y también, están aquí algunos niños ucranianos que nos acompañan. Saludémoslos y recemos junto a ellos.
Estos niños han tenido que huir y llegar a una tierra extranjera: este es uno de los frutos de la guerra. No les olvidemos, y no olvidemos al pueblo ucraniano.
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Se celebra hoy la Jornada Mundial del Deporte por la Paz y el Desarrollo, convocada por las Naciones Unidas. Me dirijo a los hombres y mujeres del deporte, para que a través de su actividad puedan ser testigos constructores de fraternidad y de paz. El deporte, con sus valores, puede desarrollar un papel importante en el mundo, abriendo caminos de concordia entre los pueblos, siempre y cuando no pierda su capacidad de gratuidad: el deporte por el deporte, y no se vuelva comercial. Esa condición amateur propia del verdadero deporte.
Resumen leído por el Santo Padre en español
Qeridos hermanos y hermanas:
El sábado y domingo pasados finalmente pude realizar el Viaje apostólico a Malta, país que, como nos lo recuerda el libro de los Hechos de los Apóstoles, recibió el primer anuncio del Evangelio del mismo san Pablo. Él, habiendo naufragado cerca de esa isla, encontró, junto con sus compañeros de viaje, acogida y refugio de parte de los malteses y dice así el texto, que les «mostraron una cordialidad fuera de lo común», una “rara humanidad” (28,2). Estas palabras las escogí como lema de mi viaje porque indican la vía a seguir para afrontar el fenómeno de los migrantes, pero también para que nuestro mundo sea más fraterno, más vivible y pueda salvarse de un “naufragio” que nos amenaza a todos, el de la guerra, recordando que “estamos en la misma barca”.
Malta representa un lugar clave, primero, porque situada en el Mediterráneo, entre Europa y África, es zona de encuentro de pueblos y culturas. Una nación pequeña, llena de historia y civilización, que debe animar a las naciones poderosas a seguir la lógica del respeto de la libertad y la convivialidad de las diferencias. Además, es fundamental para el fenómeno de las migraciones, pues Malta es un laboratorio de paz, donde se acoge a los migrantes con un espíritu de fraternidad, compasión y solidaridad. Y no siempre siente el apoyo de los otros países de Europa para recibir y ayudar a los migrantes a instalarse definitivamente. Por eso, como Obispo de Roma quise ir para confirmar a los malteses en la fe y en la comunión, e invitarlos a emprender una nueva evangelización, esencial para reavivar su fe y alegría en Jesús.