Aquí estoy, Señor. Sin grandes palabras que decir. Sin grandes obras que ofrecer. Sin grandes gestos que hacer. Solo aquí. Solo. Contigo. Recibiré aquello que quieras darme: luz o sombra. Canto o silencio.
Esperanza o frío. Suerte o adversidad. Alegría o zozobra. Calma o tormenta. Y lo recibiré sereno, con un corazón sosegado, porque sé que tú, mi Dios, también eres un Dios pobre.
Un Dios a veces solo. Un Dios que no exige,sino que invita. Que no fuerza, sino que espera. Que no obliga, sino que ama. Y lo mismo haré en mi mundo, con mis gentes, con mi vida: aceptar lo que venga como un regalo.
Eliminar de mi diccionario la exigencia. Subrayar el verbo “dar”. Preguntar a menudo: “¿Qué necesitas?” “¿Qué puedo hacer por ti?”, y decir pocas veces “quiero” o “dame”.
Y así sigo, Dios: Aquí, sin más, en soledad. En silencio. Contigo, mi Dios pobre. Amén.