“Tú eres mi hijo amado”, estas son las palabras que más me gusta escuchar de tus labios, Señor. “Tú eres mi hijo”, hace falta fe para pronunciarla ante mi propia miseria, pero yo sé que son verdad, y son la raíz de mi vida y la esencia de mi ser. Te llamo “Padre” todos los días porque Tú me has llamado hijo.
Señor, este es el secreto más entrañable de mi vida, mi alegría más íntima y mi derecho más firme a ser feliz: ser tu hijo amado. La iniciativa de tu amor, el milagro de la creación, la intimidad de la familia, el cariñoso acento con que te oigo decir esas palabras en un tiempo sagrado y delicado. “Tú eres mi Hijo”, quiero sentirme hijo tuyo hoy, quiero caer en la cuenta de que me estás dando vida en cada instante, de que comienzo a vivir de nuevo cada vez que vuelvo a pensar en Tí, y en ese momento Tú vuelves a ser mi Padre”. Amén.