En muchos momentos, Padre, soy como el hijo mayor de la parábola: cumplidor, sí, pero también orgulloso y envidioso. Me creo mejor que los demás y mejor que Tú. No soy capaz de darme cuenta de que Tú eres generoso conmigo: todo lo tuyo es mío.
Soy hijo, pero me siento esclavo. Vivo el trabajo y la oración como una penitencia, no como un regalo. Pierdo la capacidad de alegrarme con el éxito de mis hermanos y hermanas. Padre, gracias, porque me buscas siempre, porque me ayudas a sentirme hijo tuyo y hermano de cuantos me rodean. Que se ablande mi corazón y pueda participar de tu alegría. Amen.
Desde mi parroquia, por el párroco
D. Juan Carlos Medina Medina.