Señor, desde nuestra debilidad gritamos a ti, caído, para ser fuertes en nuestra debilidad, amigo nuestro de todas nuestras horas bajas
Tú, que eres amor, te entregas amando y caes por amor, haciéndote debilidad y pobreza.
Tú caíste, Señor, en Belén, en nuestra tierra pobre, y caes siempre identificado con el que no puede más.
Gracias, Señor por tu primera caída el hombre que ama hasta el final y se entrega pequeño y frágil como la eucaristía de cada día.
Tan pocas fuerzas tienes, Señor, es tanto el peso que te abruma, pues no eres capaz de soportar el peso desgarrado de la cruz.
Y caes una y mil veces por la vida en todos los que lloran en la noche, en todos los que buscan un consuelo y no encuentran más que mil reproches.
Tú eres el Señor de nuestra historia tejida de debilidades, hambrienta de un amor que nunca llega. Y tú sigues cayendo cada tarde. Tú eres la esperanza que tenemos los que caemos con facilidad, a veces no podemos más que decirte: perdona, Señor, nuestra iniquidad. Caer en la segunda y levantarse es querer amar hasta el final. Amén.