Mírame de nuevo Señor, a los ojos, porque muchas veces vuelvo a confundirme, y creo saber quién soy y qué tengo que hacer con mi vida.
Pero escapo de tu proyecto y vuelvo a mi propio camino. Escapo de mi realidad, la que tú conoces, y me destruyo.
A veces presento a los demás una imagen, y me preocupo inútilmente por ser bien visto, por ser aprobado, por agradar.
Y al final ni yo mismo sé quién soy en realidad, se me olvida mi propia verdad.
Mírame Señor, y dime quién soy. Tú que conoces mis fibras más íntimas y percibes hasta el fondo de mi ser.
Tú que sabes por qué y para qué tengo este temperamento, este rostro, esta forma de pensar y de actuar. Sólo tú conoces “lo que hay en el corazón humano” porque “los demás miran las apariencias, pero tú miras el corazón” (1 Sam16,7).
Mírame Jesús, como a Pedro en aquel primer encuentro. Enséñame a descubrirme a mí mismo como tú me miras.
Dame tu gracia, para llegar a ser lo que tú sabes que debo ser.
AMÉN.