Me viene a la memoria el hermoso pasaje del buen ladrón: En el último momento de su vida, cuando todo estaba perdido, por la Gracia de DIOS, supo abrir los ojos y ver el tesoro infinito que tenía a su lado, también todos lo tenemos a nuestro lado, y mirándolo levantarse y caminar hacia ÉL. Realmente escribió toda esa hermosa parábola en un instante.
¿Y qué decir del hermano mayor? ¿No representa también, en cierto
sentido, a todos los hombres y todas las mujeres, y quizá sobre todo a
los que lamentablemente se alejan de la Iglesia? La racionalización de
su actitud y de sus acciones despierta cierta simpatía, pero en
definitiva refleja su incapacidad de comprender el amor
incondicional. Incapaz de pensar más allá de los límites de la justicia
natural, queda atrapado en la envidia y en el orgullo, alejado de Dios,
aislado de los demás y molesto consigo mismo. (Benedicto XVI. Discurso
al cuarto grupo de obispos de Canadá en visita "ad limina" lunes 9 de
octubre de 2006
El
amor desinteresado del Padre no puede dejarnos indiferentes.
Esforcémonos por amar como el Padre amó, sin importar que nuestro
orgullo se sienta herido, y que la justicia humana no se cumpla. Porque
en esto consiste el verdadero amor, en amar a los que no corresponden,
aún más, a los que nos hacen injusticias. Llevemos este mensaje gozoso a
los demás, y empecemos a instaurar la civilización del amor a partir de
hoy en nuestro día ordinario.