Se ha consumado la separación de la Fraternidad X |
Hace tiempo escribí una versión libre de la parábola del hijo pródigo. La denominé: parábola del hermano cenizo. Después del comunicado de las máximas autoridades de la Fraternidad de san Pío X, ahora la transcribo de nuevo a continuación, para después comentarla.
"Hermano cenizo
del pródigo hermano.
Sí: hermano que hizo
que huyera su hermano.
Todos estamos necesitados de conversión. Vivir en la Casa del Padre es exigente. Nadie puede conformarse con el hecho de estar en ella mientras haya hermanos "pródigos", a los que el Padre quiere con amor infinito y misericordioso.
El hermano del pródigo hermano habría debido de ir en su busca para traerlo de nuevo a Casa.
No lo hizo.
Tampoco se alegró cuando el pródigo regresó y se enfadó al ver que el Padre había organizado una fiesta para celebrarlo.
El hermano cenizo estaba enfadado.
Habitaba en la casa de su Padre, pero su corazón estaba triste, permanentemente triste. Y su tristeza llegó al culmen cuando la alegría del Padre estaba colmada.
El hermano menor había abandonado la casa paterna, pidiendo la parte de herencia que le correspondía. Sin embargo, ¿qué parte de culpa tuvo el hermano mayor, para que él hubiese abandonado el hogar familiar?"
Todos saben que la parábola del Hijo pródigo está dirigida a los judíos que no querían abandonar su posición privilegiada en la historia de la salvación y sentían los dones de Dios -la Alianza, la Ley, el Templo, las Promesas- como un don recibido en exclusiva.
Hoy es la Fiesta de san Pedro y san Pablo, ambos "confesores" de Jesucristo y rocas sobre la que se construye la Iglesia. Tanto ellos como Jesús fueron considerados unos traidores porque predicaban un Evangelio universal de salvación. La Alianza de Dios con Moisés era sólo un tipo o figura de la verdadera Alianza en Cristo
"Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne la Ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad." (Ef 2, 14-16).Los tradicionalistas de nuestra época experimentan también las mismas tentaciones que sufrieron los judíos. También ellos consideran que lo más importante es esa "doctrina" que confunden con el Evangelio. También ellos volverían a crucificar a Cristo, por duras que resulten estas palabras, siempre que la certeza de su posición en el mundo, sus prerrogativas, sus tradiciones se vean conculcadas.
Al igual que el hermano cenizo, perdón, el hermano mayor de la parábola pueden soportarlo todo menos que Dios haga fiesta con el pérfido y juerguista hijo pródigo. El hermano mayor siempre había estado en la casa del Padre. Estaba más con el cuerpo que con el espíritu. Pero ahora, cuando oyen la música y la fiesta, se niega a entrar o más bien, son ellos que se van del banquete y de la casa.
La fraternidad de san Pío X ha roto ya definitivamente con la Iglesia. Acusan al Concilio Vaticano II de "haber destruido y demolido a la Iglesia". Esto ha sucedido ahora, pasados los famosos cien días de pontificado. Ya no han aguantado más: la predicación del Papa en santa Marta y sus gestos "escandalosos" han sido la gota que ha rebasado el vaso.
Es una noticia triste. Dios estará hoy triste: porque ese hijo suyo no quiere entrar en casa.
Hace unos días el Papa Francisco habló de la oveja que queda en el redil y de las noventa y nueve que andan perdidas por el campo. Tan cuidada, tan acicalada, peinada y mimada, esa oveja ya no soporta la idea de compartir el redil con sus hermanas. Pero es necesario que el pastor salga a buscarlas. Ésta es una enseñanza para todos. Todos necesitamos conversión, porque ninguno podrá entrar en la casa del Padre sino se convierte de sus pecados. No estamos hablando de santos y de pecadores, sino de un Santo y de una muchedumbre de pecadores necesitados todos de conversión. Cada uno tiene su pecado. Que cada uno sea capaz de reconocerlo.
Joan Carreras del Rincón