‘Lumen Fidei’ (Luz de la Fe) es la encíclica que está
destinada a coronar el Año de la Fe, que fue convocado por el Papa Benedicto
XVI mediante un motu propio llamado ‘Porta Fidei’ (Año de la Fe). El documento constituye una celebración de la
fe, como la luz que guía hacia una vida fructífera, que inspira la devoción a
Dios, la acción social e ilumina cada aspecto de la existencia humana,
incluyendo la filosofía y las ciencias naturales.
Con
este documento, se completa la trilogía de las tres virtudes teologales: fe,
esperanza y caridad, dando seguimiento a las encíclicas que ha publicado
anteriormente el Papa Benedicto XVI: Deus Caritas Est (2005) y Caritas in
Veritate (2009) sobre la Caridad; y Spe Salvi (2007), sobre la esperanza. La
publicación de esta encíclica es uno de los eventos más anticipados del Año de
la Fe, que inició en Octubre del 2012. Es por eso que el Papa Francisco escribe:
“Estas consideraciones sobre la fe, en
línea con todo lo que el Magisterio de la Iglesia ha declarado sobre esta
virtud teologal, pretenden sumarse a lo que el Papa Benedicto XVI ha escrito en
las Cartas encíclicas sobre la caridad y la esperanza. Él ya había completado
prácticamente una primera redacción de esta Carta encíclica sobre la fe. Se lo
agradezco de corazón y, en la fraternidad de Cristo, asumo su precioso trabajo,
añadiendo al texto algunas aportaciones. El Sucesor de Pedro, ayer, hoy y
siempre, está llamado a « confirmar a sus hermanos » en el inconmensurable
tesoro de la fe, que Dios da como luz sobre el camino de todo hombre”…
La
Encíclica contiene algunas características comunes en los escritos del Papa
Benedicto XVI, especialmente las referencias históricas, incluyendo al
Cristianismo de los primeros siglos, historia judía y pagana. Contiene
referencias a los Padres de La Iglesia, tales como San Justino Mártir, San
Irineo, San Agustín y otros escritores Católicos, como Romano Guardini, de
quien el Papa Benedicto XVI obtuvo inspiración para escribir ‘El Espíritu de la
Liturgia’; también menciona al filósofo judío Martin Buber, al agnóstico Ludwig
Wittgenstein y al ateo Friedrich Nietzsche.
Es difícil juzgar qué características contiene que puedan
identificar el pensamiento del Papa Francisco.
Si bien el Papa Francisco ya es conocido por los fieles Católicos por su
estilo de hablar y de pronunciar sus homilías, aún no conocemos su ‘voz’ en
documentos de esta naturaleza. El Papa Benedicto XVI ya había publicado más de
20 libros antes de llegar a ser Papa, además de que había colaborado
estrechamente en varios proyectos durante el Pontificado de Juan Pablo II,
incluyendo el Catecismo de la Iglesia Católica, por lo tanto, su ‘voz’ en este
tipo de escritos, ya era conocida. Lo que sí es digno de observarse en esta
encíclica es que el Papa Francisco firma la Encíclica, como ‘Franciscus’,
sin la acostumbrada abreviación ‘PP’, que acostumbran los papas, seguida por su
número. El Papa Francisco prefiere el título ‘Obispo de Roma’; mientras que el
Papa Benedicto XVI firmaba sus encíclicas ‘Benedictus
PP XVI”. En ese mismo orden lo
hacía Juan Pablo II. A partir de la próxima encíclica, vamos a ir conociendo su
‘voz’ en los documentos.
Contiene
85 páginas y su estructura comprende 5 secciones, que incluyen una introducción
(1-7):
1. Hemos creído en el Amor
(8-22)
2. Si no creéis, no
comprenderéis (23-36)
3. Transmito lo que he recibido
(37-49)
4. Dios prepara una ciudad para
ellos. (50-60).
Introducción. Nos explica la idea de ‘la luz de la fe’ y qué
papel tiene en nuestras vidas. Explica cómo el abandono de la fe en la vida
contemporánea no es algo nuevo bajo el sol, sino que existe precedente en las
culturas paganas y pre-Cristianas. Nos exhorta a redescubrir la luz de la Fe
Cristiana en nuestras vidas y en la sociedad. Podemos citar un interesante
pasaje de la Introducción: “En el mundo pagano, hambriento de luz, se había
desarrollado el culto al Sol, al Sol Invictus, invocado a su salida. Pero,
aunque renacía cada día, resultaba claro que no podía irradiar su luz sobre toda
la existencia del hombre. Pues el sol no ilumina toda la realidad; sus rayos no
pueden llegar hasta las sombras de la muerte, allí donde los ojos humanos se
cierran a su luz. « No se ve que nadie estuviera dispuesto a morir por su fe en
el sol »,1 decía san Justino mártir. Conscientes del vasto horizonte que la fe
les abría, los cristianos llamaron a Cristo el verdadero sol, « cuyos rayos dan
la vida ». (LF 7).
Abraham a punto de sacrificar a Isaac
1. En la primera parte revisa la
Historia de la Salvación, es decir, la historia del pueblo de Dios, empezando
con Abraham, a quien San Pablo cita y usa como ejemplo en el Nuevo Testamento.
Nos hace observar que Dios actúa y se manifiesta a Abraham en una relación, que
no es un Dios distante. Nuestra fe nos hace dar un paso hacia adelante, a acompañarle
en el camino, como lo hizo Abraham. En
este camino, no sólo se manifiesta nuestra fe en Dios, sino la fe que Dios ha
depositado en nosotros. Paradójicamente, el primer paso, lo tenemos que dar aún
en la oscuridad. Nosotros hemos ido destruyendo esa fe con la idolatría, como
en la historia del pueblo de Israel, que siempre apunta hacia la tentación de
la idolatría, para adorar dioses hechos
por nuestras propias manos. Finalmente, la historia de la fe encuentra su
culmen en Cristo, que ha venido a dar cumplimiento a todas las profecías y
promesas, al mismo tiempo que nos enseña porqué debemos confiar y creer en El,
que murió por nosotros y vino a hacerse uno de nosotros, viviendo nuestra
realidad. Ahora nosotros podemos ver esa realidad. Dios no es algo que está más
allá de nosotros, sino alguien que actúa aquí, entre nosotros y ahora mismo. También
incluye la forma eclesial de la fe. Una cita digna de destacar de esta sección:
“La fe tiene una
configuración necesariamente eclesial, se confiesa dentro del cuerpo de Cristo,
como comunión real de los creyentes. Desde este ámbito eclesial, abre al
cristiano individual a todos los hombres. La palabra de Cristo, una vez
escuchada y por su propio dinamismo, en el cristiano se transforma en
respuesta, y se convierte en palabra pronunciada, en confesión de fe. Como dice
san Pablo: « Con el corazón se cree […], y con los labios se profesa » (Rm
10,10). La fe no es algo privado, una concepción individualista, una opinión
subjetiva, sino que nace de la escucha y está destinada a pronunciarse y a
convertirse en anuncio. En efecto, « ¿cómo creerán en aquel de quien no han
oído hablar? ¿Cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie? » (Rm 10,14). La
fe se hace entonces operante en el cristiano a partir del don recibido, del
Amor que atrae hacia Cristo (cf. Ga 5,6), y le hace partícipe del camino de la
Iglesia, peregrina en la historia hasta su cumplimiento. Quien ha sido
transformado de este modo adquiere una nueva forma de ver, la fe se convierte
en luz para sus ojos”. (LF 22).
2. Es una discusión de la
relación de la fe con otros aspectos: el amor, la razón, la verdad y la
Teología. Lumen Fidei demuestra que
la verdad es necesaria para que la fe esté bien fundamentada. Sólo cuando la fe
tiene fundamento en la realidad, se puede decir que está basada en la verdad.
De forma similar, nuestro amor por Dios debe estar fundamentado en la verdad,
ya que de lo contrario sería sólo una serie de conjeturas o emociones. El Amor
es necesario en la Fe para que la verdad no sea algo frío e impersonal. Nuestra
cultura, con frecuencia nos hace creer que la verdad es para todos, por su
misma naturaleza, como un dictador. Pero la verdad para todos y cada uno puede
revelarse como un bien común cuando se hace con amor y puede ser personalizada
a cada individuo. Mientras más nos dejemos poseer por la verdad, creceremos en
humildad y en el conocimiento de la fe. Al lograr el conocimiento y la
humildad, nos hacemos más capaces de compartir la verdad con quienes la buscan;
una verdad que nos llenará plenamente y colmará la búsqueda que hemos
emprendido. Al fin, la verdad en la Fe Católica nos posee; nosotros no poseemos
la verdad. En pasaje brillante pasaje que nos plantea un reto en esta sección
es este: “En la
cultura contemporánea se tiende a menudo a aceptar como verdad sólo la verdad
tecnológica: es verdad aquello que el hombre consigue construir y medir con su
ciencia; es verdad porque funciona y así hace más cómoda y fácil la vida. Hoy
parece que ésta es la única verdad cierta, la única que se puede compartir con
otros, la única sobre la que es posible debatir y comprometerse juntos. Por
otra parte, estarían después las verdades del individuo, que consisten en la
autenticidad con lo que cada uno siente dentro de sí, válidas sólo para uno
mismo, y que no se pueden proponer a los demás con la pretensión de contribuir
al bien común. La verdad grande, la verdad que explica la vida personal y
social en su conjunto, es vista con sospecha. ¿No ha sido esa verdad —se
preguntan— la que han pretendido los grandes totalitarismos del siglo pasado,
una verdad que imponía su propia concepción global para aplastar la historia
concreta del individuo? (LF 25).
3. La fe y la verdad sólo pueden
recibirse en comunidad. La misma naturaleza de nuestras vidas nos obliga a
tener fe en la verdad que otros nos comparten, desde nuestros nombres, hasta
nuestros lenguajes e historia. Nuestra fe también es transmitida de generación
en generación. La aceptamos en comunidad y en la comunión de la Iglesia. Con
los sacramentos, experimentamos nuestra fe. Desde el bautismo, cuando somos
recibidos en comunidad hasta el encuentro con Jesús en la Eucaristía.
Percibimos el don y a la vez el futuro en la eternidad, en la Casa del Padre.
Los sacramentos también nos brindan una nueva visión y una nueva ruta, mientras
permanecemos unidos en comunión. La comunidad permanece unida a través de la
tradición apostólica y su sucesión, que nos permite salvaguardar la verdad que
transmitiremos a los fieles. Cuando los fieles dejan de creer en las enseñanzas
de la Iglesia, ponen en peligro la unidad. En pasaje que puede iluminar nuestro
horizonte: “La
luz de Cristo brilla como en un espejo en el rostro de los cristianos, y así se
difunde y llega hasta nosotros, de modo que también nosotros podamos participar
en esta visión y reflejar a otros su luz, igual que en la liturgia pascual la
luz del cirio enciende otras muchas velas. La fe se transmite, por así decirlo,
por contacto, de persona a persona, como una llama enciende otra llama. Los
cristianos, en su pobreza, plantan una semilla tan fecunda, que se convierte en
un gran árbol que es capaz de llenar el mundo de frutos”. (LF 37).
4. En esta sección, nos explica
cómo la fe debe ser el fundamento de nuestra sociedad. La fe es necesaria como
fundamento en la familia, en el matrimonio y en las instituciones de la
sociedad. En el matrimonio, el hombre y la mujer manifiestan su fe en el bien
común y en la esperanza que los rebasa a ellos mismos. En base a la fe y al
amor, el matrimonio asienta la base de un modelo donde la fe crece, al
depositar los hijos su fe en los padres. Esta relación también fortalece otras
relaciones. No puede haber fraternidad si no creemos en un padre común. Es
precisamente nuestra fe en Dios, la que nos brinda esta fe común, de tal manera
que nuestra sociedad pueda subsistir. También es fuente de la dignidad de la
persona humana. La fe también nos provee de fortaleza en el sufrimiento, aunque
no sea la repuesta a cada interrogante que enfrentamos, pero es la lámpara que
nos ayuda a navegar a través de la oscuridad, además de la presencia de Dios,
que nos acompaña personalmente en nuestro sufrimiento. La fe siempre termina
por colmarnos de alegría, tal como María aceptó a Jesús. También nosotros
debemos seguir ese ejemplo. El signo de que hay fe en nuestras vidas debe
manifestarse con una profunda alegría en Jesús. Esta sección y la Encíclica
concluyen con la hermosa oración a María, en donde seguramente se unieron las
cuatro manos de nuestros dos pontífices, Francisco y Benedicto XVI para
elevarla por todos nosotros: “¡Madre, ayuda nuestra fe! Abre nuestro oído a la Palabra,
para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada. Aviva en nosotros el deseo
de seguir sus pasos, saliendo de nuestra tierra y confiando en su promesa.
Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor, para que podamos tocarlo en la fe.
Ayúdanos a fiarnos plenamente de él, a creer en su amor, sobre todo en los
momentos de tribulación y de cruz, cuando nuestra fe es llamada a crecer y a
madurar. Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado. Recuérdanos que quien
cree no está nunca solo. Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para que él
sea luz en nuestro camino. Y que esta luz de la fe crezca continuamente en
nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo, tu Hijo,
nuestro Señor”.(LF 60). Hasta los ángeles desde el cielo se unieron
a esta bella oración.
Lumen
Fidei, puede ser una novedad para los medios que lo
han difundido como un documento escrito en su mayor parte por un Papa, para ser
publicado y promulgado por otro. No es la primera vez en la historia que ocurre
esto. Juan Pablo II también dejó un documento iniciado. Es un triunfo de la fe,
que nos enseña el valor de la Tradición, de las Escrituras y de la misma
Iglesia. Lumen Fidei
viene a enriquecer todo un acervo que se ha consolidado a través de la
Historia de la Salvación. Si partimos del Concilio Vaticano I, podemos ver que
el espíritu de esta Encíclica no contradice las enseñanzas del Concilio ni el
significado de la fe: “La fe es la virtud sobrenatural por la cual, mediante la
inspiración y ayuda de la gracia de Dios, creemos lo que El nos ha revelado como
verdadero, no por la verdad intrínseca que nos enseña por la luz natural de la
razón, sino por la autoridad de Dios mismo que se revela, que no puede engañar
ni ser engañado”. El Papa Benedicto XVI y el Papa Francisco no nos presentan
algo mecánico o un procedimiento. Lo que nos presentan es la luz de la fe en
sus diferentes ‘refracciones’ espirituales:
(1) la luz por la que murieron los mártires, que es el camino del
Antiguo Testamento al Nuevo. (2) la luz por la que el profeta Isaías predicaba
y la luz que brilla en la Iglesia. (3) Quizás Lumen Fidei es demasiado
‘poética’ al tratar la luz de la fe, pero Dante también coincide en llamar la
luz de la fe “una chispa, que se convierte en una flama ardiente como una
estrella del cielo que está dentro de mí y resplandece”. Lumen Fidei está llena de poesía extraída de
la misma luz que procede de las Sagradas Escrituras y de los Padres de la
Iglesia.
-Yvette Camou-
Bibliografía:
Akin, Jimmy. “14
Things you need to know about Pope Francis’ New Encyclical”. National Catholic
Register. July 5th, 2013.
Cotter, Kevin. ‘Lumen
Fidei: A Summary on Pope Francis’ First Encyclical’. Catholic Herald. July 6th, 2013.
Franciscus. ‘Lumen Fidei’. Documentos de la Santa Sede.
Vatican.va