Cada miércoles, día dedicado a la memoria y al amor al
gloriosísimo y santísimo San José, un recuerdo especial suyo como homenaje al
Papa Francisco por el amor y devoción que tiene al glorioso Patriarca, como lo
demuestra especialmente, amén de otras muchas manifestaciones, por la homilía
pronunciada en el día de su toma de posesión del ministerio Petrino el 19 de
marzo, fiesta de San José. Y últimamente haciendo que su nombre sea pronunciado
inmediatamente después de la Virgen María en las plegarias eucarísticas II,
III, IV de la Misa. Esto supone una inmensa glorificación para San José y,
pienso, un buen medio para propagar la devoción al glorioso Patriarca.
A la Virgen María la saludó el ángel
llena de gracia, cuando le anunció que iba a ser la Madre de Dios. Lleno de
gracia saludamos a San José, que tiene un alma semejantísima a la de la Virgen
María y a quien Dios unió en matrimonio con ella, matrimonio predestinado por
el Señor desde la eternidad para acoger en él a su Hijo Encarnado, y que
llevó a cabo el Espíritu Santo, por el
que se lo dio no “solo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor
de la honestidad sino también para que participase
por medio del pacto conyugal de la excelsa grandeza de ella” (RC 20). Y ¿cuál
es la grandeza de María sino su plenitud de gracia?.
Sí, San José está lleno de la gracia de Dios
por el Espíritu Santo desde el seno de su madre: fue santificado en su seno y
esa santificación fue debida a su condición de esposo de María y padre virginal
de Jesús. El Espíritu Santo le llenó de su caridad, de sí mismo de una manera
perfectísima. Hasta tal punto que no podía pecar voluntariamente, porque la llenez de gracia y caridad y amor le
impedían pecar. El que ha nacido de Dios no comete pecado…, y no puede pecar
porque ha nacido de Dios, dice san Juan (Jn 3,9). San José fue afirmado en el bien de
tal modo que durante todo el curso de su vida terrena no cometió ningún pecado
actual voluntario. Por la ardentísima caridad se da el conocimiento de la
verdad que excluye todo error.
Además, esta plenitud de gracia y de
caridad ataron la concupiscencia del pecado –el fomes peccati- de modo
que no pudiese caer en ella. Lo exigía la alteza de su ministerio, una vida de
la más grande, amistosa y familiar intimidad con la Virgen María y con el Verbo
encarnado. Y esta intimidad con la más pura que los ángeles y el más blanco que
los lirios del valle exigía en José la mayor semejanza con su Esposa y con su
Hijo Jesús en todas las virtudes pero especialmente en el candor de una
integridad y pureza angelical. Y lo obró el Espíritu Santo llenándolo
plenamente de su gracia y de su caridad.
La confirmación en gracia de la santísima
Virgen María fue por divina providencia,
impidiendo a su sensibilidad todo movimiento desordenado. Del mismo modo
podemos decir que San José fue confirmado en gracia por Dios que no permitió
que apareciese en él ningún movimiento desordenado de la concupiscencia. Así se
explica que no haya cometido durante su toda vida pecado alguno voluntario
inmortal ni venial. Todo santo.
A lo largo de la historia de la
historia de la Iglesia ha habido santos que han sido confirmados en gracia en
un momento concreto de su vida. El caso de Santa Teresa que ella describe en
las séptimas moradas y lo llama matrimonio espiritual en el cual Jesús le ha
dado un signo sensible de esta gracia: la entrega de un anillo o una palabra como esta: ya eres toda mía y yo todo
tuyo.
San Juan de la Cruz dice que la
Virgen María desde el principio fue levantada a este alto estado (del
matrimonio espiritual) y que siempre su moción fue por el Espíritu Santo, del
que estaba llena (3S 2,10) Proporcionalmente San José estuvo también desde el
principio lleno del Espíritu Santo y solo se movió por él; vivía una vida de
santidad ajena a todo pecado. Su único motor érale espíritu Santo, que es amor
y caridad esencial. En San José vivía en Espíritu Santo.