Cada miércoles, día dedicado a
la memoria y al amor al gloriosísimo y santísimo San José, un recuerdo especial
suyo como homenaje al Papa Francisco por el amor y devoción que tiene al
glorioso Patriarca, como lo demuestra especialmente, amén de otras muchas
manifestaciones, por la homilía pronunciada en el día de su toma de posesión
del ministerio Petrino el 19 de marzo, fiesta de San José. Y últimamente
haciendo que su nombre sea pronunciado inmediatamente después de la Virgen
María en las plegarias eucarísticas II, III, IV de la Misa. Esto supone una
inmensa glorificación para San José y, pienso, un buen medio para propagar la
devoción al glorioso Patriarca.
El martirio es la
expresión suprema del amor: No hay mayor amor que dar la vida por el que se
ama. A la Virgen María, aunque no padeció el martirio corporal la llamamos no
sólo mártir sino la Reina de los mártires, porque dio la vida por aquel a quien
amaba más excelentemente que todos los mártires. Proporcionalmente a San José
podemos llamarle también mártir y rey de los mártires. Está en este aspecto del
martirio por encima de todos los mártires, pues aunque no sufrió un martirio
corporal, en el sentido técnico de la palabra, sufrió un martirio espiritual en
el que amó al que amaba más que todos ellos.
Ya
San Jerónimo dice de la Virgen María que es mártir y virgen aunque acabó su
vida en paz y aduce como razón las palabras que le dirigió el anciano Simeón el
día de la presentación del Niño Jesús en el templo: Y una espada atravesará tu
alma (Lc 2,35).
Pues bien, lo trabajos
y sufrimientos de San José están historiados en el Evangelio. Sufrió
horriblemente , un martirio espiritual en la noche oscura que envolvió su
corazón cuando encontró a su esposa
esperando un hijo sin él saber nada; sufrió duramente en la huida a Egipto y
vida en la nación pagana; sufrió atrozmente en la presentación del Niño Jesús
en el templo al oír las palabras que dirigió el anciano Simeón a su esposa,
palabras que no pudieron por menos de transverberar duramente el corazón del
divino José; sufrió increíblemente en la pérdida del Niño Jesús en el templo:
angustiadísimos te buscábamos, le dice su madre (Lc 2,48); sufrió, sin duda y
mucho en su trabajo.
Ya Isidoro de Isolanis
en el siglo XVI da a San José la aureola del martirio por los innumerables
trabajos que sufrió por librar al Hijo de Dios de la cruel persecución y por el
ofrecimiento que hizo de su vida al Señor y así merece de justicia la palma del
martirio. Por la misma razón que la Santísima Virgen María, porque amó más que
nadie después de ella, el santísimo José debe considerarse mártir.
Y es que, como dice
san Juan de la cruz a propósito de las hablas del Señor: “Esta un alma con gran
deseo de ser mártir. Acaecerá que Dios le responda diciendo: “Tú serás mártir y
le dé interiormente gran consuelo y confianza de que ha de ser.. Y, con todo,
acaecerá que no muera mártir. Y será la promesa verdadera. ¿Pues cómo no se
cumplió así? Porque se cumplirá y podrá cumplir según lo principal y esencial de
ella, que será dándole el amor y premio de mártir esencialmente; y así le da verdaderamente al alma lo que
ella y lo que él la prometió. Porque el deseo formal del alma era, no
aquella manera de muerte, sino hacer a Dios aquel servicio de mártir y ejercitar
el amor por él como mártir” (2S 19,13).
¿No era el deseo de
San José ejercitar el amor como, mártir por su Hijo y por el bien de todos?
“Porque aquella manera de morir, añade san Juan de la Cruz, por sí no vale nada sin este amor, el cual
amor y ejercicio y premio de mártir le da por otros medios muy perfectamente;
de manera que, aunque no muera como mártir, queda el alma muy satisfecha en que
le dio lo que ella deseaba” (Ibidem).
Este es el martirio de
San José y disfrutará de él por toda la eternidad, coronado con la aureola del
martirio y celebrado por todos los mártires como rey de ellos.