Cuando abrimos la Biblia nos encontramos que el origen del pueblo elegido está en un desarraigo: “Sal de tu tierra y ponte en camino”. Con el tiempo cuando el israelita quiere recordar de donde procede no se le ocurre otra cosa que acordarse de que “mi padre era un arameo errante”. Todo comenzó con Abraham, el arameo errante, cuando un día, partiendo de Ur, su ciudad de origen, abandona su tierra, deja su mundo cultural para irse a lo desconocido. No sé si llegaremos un día a descubrir lo que realmente impulsó a Abraham a marcharse de su medio social, cultural y religioso. Fue la llamada de Dios que le promete una buena tierra, que por otra parte nunca llegará a poseer, o fue la necesidad de encontrar mejores pastos para sus ganados o sencillamente huir de la presión demográfica que afectaba a su tierra de origen buscando un nuevo lugar donde vivir y encontrar mejores oportunidades para él y los suyos.
El hecho es que, como nos cuenta la Biblia, de campamento en campamento, se pasó la vida errante, buscando la tierra en la que mana leche y miel, como siempre la búsqueda del país de Jauja, que si existe es ahí en el mundo de nuestros deseos y como proyección de nuestras carencias. Y después de una vida errante, ni tierra ni una gran descendencia, humanamente, se diría que su peregrinar fue un fracasado. La Biblia nos dice que Dios le dio un sueño en que le hizo ver que con el tiempo, con el paso de los siglos esa tierra la poseería su descendencia, que ante habría de sufrir la opresión y la vida errante por el desierto. Al fin la única tierra que llegó a poseer fue el campo de Efrén que tuvo que comprar, para dar sepultura a su mujer Sara y donde, a fin, poder descansar.
La misma historia de la humanidad no nos la explicaríamos sin la imagen del camino, sin esas grandes migraciones de pueblos buscando no sólo un lugar donde asentarse y echar raíces, sino donde encontrar mejores condiciones de vida material. No podemos tampoco olvidar esa imagen de pueblos deportados de su tierra a los que se les hace vivir errantes cuando no se les conduce a la muerte y a la desaparición. Y es que el camino es así, unas veces tiene meta segura donde llegar y otras es un laberinto donde uno se extravía y termina por desaparecer.
En nuestros días, cuando creíamos que las colectividades habían encontrado una tierra donde echar raíces, nos encontramos con masas que huyen, como siempre, huyendo del ciclo infernal del hambre, de la esclavitud, de la muerte, buscando el paraíso, que siendo un poco prosaico no es otra cosa que una tierra donde poder comer, ser libre y asegurar la existencia. El camino, lleno de dificultades, es la huida, muchas veces a la desesperandaza a un mundo mejor, aunque a veces no se encuentre casi nada de aquello con lo que se soñaba.
Podíamos hablar del turismo, aunque no tiene nada que ver con la vieja idea del camino. El turista no va a lo imprevisto, sale de su casa en viaje de placer y sale ya con billete de vuelta, pues para él está bien unos días fuera de casa, pero como en su propia casa no se siente en ninguna parte.
Al peregrino, el hombre del camino, unas veces de forma voluntaria, otras por necesidad o imposición, a que nos los encontramos en toda las épocas, en todas las partes y culturas, le mueve una sola cosa la fascinación por conocer esos lugares de una gran significación religiosa donde piensa que puede experimentar la cercanía de lo sobrenatural. Se pone en camino buscando, unas veces, el perdón de sus pecados, por los que vive abrumados y por los que siente puede perder el paraíso; en otra ocasiones aguardando la curación de sus enfermedades o, sencillamente, intentando palpar y atrapar entre sus manos el misterio de lo sobrenatural. Tierra Santa, Roma, Mont Saint Michel, la tumba de Santo Tomás en Canterbury, Santiago de Compostela, Loreto, Lourdes, Fátima, son algunos de los lugares que nos revelan que la gente, por más que a Dios no se le dé culto en Jerusalén ni en Garizí, tiene, ha tenido y tendrá necesidad de conocer, tocar y ver todos esos lugares donde parece que el cielo se hace cercano a la tierra, y donde lo sobrenatural deja percibir su rumor. El ser human, por más que vivamos en tiempos de secularización y de perdida u ocultamiento del sentido de lo religioso, necesitamos mantener viva “la parte del alma, infantil, a veces irracional y amiga de los mitos”.
Todas las religiones tienen y han explotado la peregrinación a sus lugares santos concretos; los judíos a Jerusalén, al Tibet los budista, a la Meca los Mahometanos. Incluso entre los no tan o nada religiosos, y desde comienzos del siglo XX, se puso de moda la imagen de la peregrinación, del camino, marchar a lugares lejano donde poder percibir la sensación de lo primitivo, con lo cual encontrar motivos o razones que dirán sentido a una vida monótona y a veces aburrida. Ciertas corrientes culturales, a lo largo de las de las décadas centrales del siglo XX, pusieron de moda el desarraigo, el camino, como alternativa a una sociedad sedentaria de la que se sentían casados. El desencanto, la desilusión frente al mundo y la cultura dominante, se tradujo en la expatriación voluntaria manifestada en la atracción sobre el mundo no europeo, lo poco que iba quedando en el mundo de exótico y casi desconocido. Frente a los valores del momento proponen la exaltación del instinto frente a la razón, la pasión vital frente al intelectualismo, la espontaneidad frente al convencionalismo y la sumisión Y cuando no es posible el camino a lejanas tierras o a exóticos países el camino se convierte en un símbolo del viaje al interior a la búsqueda de uno mismo para poder, si es que esto es posible, comprenderse mejor
Una serie de la imagen bíblica de Israel que nace como pueblo de la experiencia de una peregrinación, de Egipto, tierra de la esclavitud, a la tierra de libertad, sirven para que el cristianismo convierta el camino en un símbolo de la vida. La vida cristiana se define como un camino, es seguimiento de Cristo, que es el Camino, y a imagen de las viejas peregrinaciones, el cristiano, desde los orígenes mismos del cristianismo, considerando el presente como algo provisional, se siente peregrino en tierra extraña en busca de la ciudad futura, la Jerusalén celeste, donde habita Dios y donde al fin no habrá llanto ni dolor. Un libro tan significativo en la estructuración de la peregrinación jacobea, como es el Liber Sancti Jacobi, Codex Calixtinus, justificar la peregrinación en la larga tradición bíblica. “El camino se deriva de la peregrinación de los Padres antiguo. Toma el principio de Adán; continua por Abraham, Jacob y los hijos de Israel hasta Cristo, y se completa en Cristo y en los apóstoles”
Javier de la Cruz