Cuando las prioridades se ponen en las personas todo se transforma para el bien de todos y la vida sonríe a la vida. Luce la libertad, el respeto, la justicia y los derechos. Las cosas quedan para el buen uso del hombre y siempre estarán en función del bien del hombre. Se hace entonces Navidad, nace el Redentor y el Salvador del hombre en su propio corazón. La vida se eterniza porque ha Nacido una luz en Belén para bendecirla y eternizarla.
Si el mundo fuera así todo sería más sencillo y fácil de entender. No habría injusticias, ni explotaciones, ni abusos o enfrentamientos. No haría falta ni protestar ni tertulias para protestar o denunciar injusticias, robos, violaciones o cualquier otro tipo de situaciones...
No habría muertes ni condenas, y lo mejor, no habría niños indefensos condenados a morir en el vientre de sus madres. La familia sería un remanso de paz, de justicia, de bondad, de preocuparse el uno por el otro, de bondad y de amor. Los pueblos serían lugares de descanso, de trabajo, de ejemplos, de una educación para el bien y la justicia, la solidaridad y el amor.
Todo estaría mejor, casi perfecto. Y simplemente habría que dejarse llevar por la propuesta de Jesús: "Amarnos unos a los otros como Él nos amó". No cabe duda, todo sería como, en el fondo de nuestros corazones, todos deseamos. Pero sin Él nada se puede conseguir. Lo necesitamos.
Salvador Pérez Alayón