Si todos los hombres tienen esperanza de salvación, hasta tal punto que dependerá de la respuesta libre que cada uno decida, es debido a la respuesta que María, la Madre de Dios, dio a la petición del Ángel Gabriel en su visita enviado por Dios. Ese Sí clamoroso y decidido a entregar su vida para dar Vida de Gracia y de salvación es el nacimiento de la redención de todos los hombres.
María entregó su vida para dar Vida, Vida de Gracia por obra y Gracia de Dios. Vida que da Vida y salva la vida de todos los hombres. ¿Qué ocurre hoy con las madres que siembran la muerte de sus propios hijos? Hijos de sus propias entrañas e hijos creados por Dios dentro de sus senos. Porque la vida es un don de Dios y nadie puede arrogarse el derecho a decidir interrumpirla.
Cada hijo trae una misión y es una oportunidad de salvación para sus propios padres.Una salvación que se concreta en una llamada a cumplir esa misión de dar vida, de acompañar en la vida, proteger, cuidar y educar para ser salvo según la Voluntad de Dios. No son simples palabras sino propia vida que se plasma en experiencias concretas como la ocurrida al seleccionador de la selección española Vicente del Bosque, ver aquí, con su hijo Alvaro.
Nadie es dueño de su propio cuerpo. Le ha sido entregado para cuidarlo, protegerlo hasta su desenlace final. Y eso entendemos y hacemos todos los hombres. Pero, menos aún, las madres de sus hijos vivos en sus vientres. Son, eso sí, el lugar donde nacen y crecen sus hijos hasta salir al mundo está dentro de su cuerpo, pero la vida de sus hijos no les pertenece. No admite ninguna discusión, y los que lo hacen mienten, porque científicamente probado está que el embrión es un ser humano desde su concepción y ya en las primeras semanas, tamaño de un dedo, su morfología (cabeza, ojos, manos...) está a la vista y formada.
Y ese nacimiento va a cambiar tu vida. Quizás no sea como tú has pensado y quieres, pero, eso es seguro, será para tu bien y tu salvación. Gracias a María y a su "Si" libre, la verdadera Vida eterna ha nacido en nosotros, sólo tienes que decir Sí tú también.
Salvador Pérez Alayón