¿Está mi vida corrompida? Porque soy corrupto cada instante de mi vida que la verdad, que habita en mi corazón es traicionada, falseada o adulterada. Y eso se produce dentro de mí cuando me experimento mejor que otros. Son esos momentos, nos dice el Papa Francisco, cuando rezo a Dios, pero soy yo mismo mi propio dios, porque me rezo a mí mismo.
Incluso, quizás, sin darme cuenta, me incómoda inclinarme y doblar mis rodillas ante el Señor. Mi corazón ensoberbecido respira soberbia, suficiencia, prepotencia, como si pretendiera que el mismo Dios me rindiera agradecimiento y aplausos por mi actuar. No se trata de rezar, sino de cómo hago mi oración. ¿Con soberbia o con humildad? Gracias, santo Padre, porque sus palabras iluminadas en el Espíritu, nos ayudan a recoger nuestro corazón y en silencio reflexionar sobra la actitud de mi relación con Dios. ¡Señor!, ten Misericordia de nosotros.
Salvador Pérez Alayón.
PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 1 de junio de 2016
Queridos hermanos y hermanas:
En la parábola del fariseo y el publicano, que suben al templo para orar, Jesús nos enseña la actitud correcta para invocar la misericordia del Padre.
El fariseo hace una oración de agradecimiento en la que se complace de sí mismo por el cumplimiento de la ley, se siente irreprensible y desprecia a los demás. Su soberbia compromete toda obra buena, vacía la oración, y lo aleja de Dios y del prójimo.
Nosotros hoy, más que preguntarnos cuánto rezamos, podemos preguntarnos cómo lo hacemos, o mejor cómo es nuestro corazón para valorar los pensamientos y sentimientos, y eliminar toda arrogancia.
El publicano ora con humildad, arrepentido de sus pecados, mendiga la misericordia de Dios. Nos recuerda la condición necesaria para recibir el perdón del Señor y se convierte en imagen del verdadero creyente.
La oración del soberbio no alcanza el corazón de Dios, la oración humilde obtiene su misericordia.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Que la Virgen María, nuestra Madre, que proclama en el Magnificat la misericordia del Señor, nos ayude a orar siempre con un corazón semejante al suyo. Gracias.