San
José sabe por experiencia que Dios derriba a los poderosos de sus tronos y exalta a los humildes (Lc 1,52), que
resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes (1Ped 5,5), sabe que Dios
es muy amigo de la humildad , como dice santa Teresa en la conclusión de Las
Moradas y que el fundamento del edificio espiritual es la humildad (7M 4,6) y
que, mientras estamos en esta tierra lo que más nos importa es la humildad (1M
1,4) y que es la principal de las virtudes y las abraza a todas (C 4,4) porque
siempre va unidad a la caridad, al amor.
Por
eso no pierde ocasión de ejercitarla y crecer en ella. Uno de los momentos en
que brilla más extraordinariamente la humildad de José es cuando descubre que
su esposa espera un hijo, sin saber él nada. Es una prueba durísima, Le vienen
a la mente y a la imaginación mil reflexiones. Una homilía del siglo VI, que
adquirió una enorme difusión en la edad media al entrar a formar parte de los
textos litúrgicos, comentando los versos 19-20 de primer capítulo de san Mateo
la describe con estas palabras: “María fue hallada en cinta después de por los
ángeles por el bienaventurado José, santo y justo, justo en las palabras, justo
en hacer, justo en la consumación de la ley, justo en el inicio de la gracia. Y
por ser justo quiso dejarla en secreto como piadoso, como manso, como
misericordioso. Siendo tal José, pensaba en dejarla en secreto ¿Qué pensaba?
¿si sospechaba de ella en qué sentido era justo? Si no sospechaba ni pensaba
algo semejante ¿por qué quería dejarla en secreto? Quiso dejarla como
inmaculada y santa. José era justo y ella virgen inmaculada. Y por eso quería
dejarla en secreto, porque conocía en ella el pudor del misterio y cierto
sacramento magnífico al que se consideraba indigno de acercarse. Por tanto,
humillándose ante realidad tan grande e inefable, buscaba alejarse. José
humillándose y temiéndose a si mismo unirse a tan gran realidad, quería
abandonarla en secreto. La dejaré, la alejaré de mí y de mi pensamiento, Su
santidad es la mayor, sobresale en santidad y no se compadece con mi
indignidad.
Pensando
estas cosas, se le aparece el ángel y le dice: ¿Por qué dudas, José? ¿Por qué
piensas imprudentemente’ ¿por qué meditas irracionalmente? Es Dios quien es
engendrado y de esta generación eres ministro, no dador, siervo y no señor,
servidor y no creador. Por eso sirve, conserva, guarda, cuida, atiende al que
nace y a la que lo engendra; Pues si es nombrada esposa tuya, si se afirma que
está desposada contigo, no solo es tu mujer, sino que es elegida madre del Dios
unigénito”
En
esa situación se desborda la humildad de José y le hace andar en la verdad de su
indignidad y en la verdad de la altísima santidad y pureza de María, su esposa.
Es un gesto interior de su profundísima humildad que le hace acudir en su
angustia al Señor, el humilde se acoge siempre a la oración a Dios Padre de quien
ha leído en los salmos que “a los que confían en el Señor la misericordia los
envuelva” (Sal 34,12) “Yo consulté al Señor y me respondió y me libró de todas
mis ansias. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y le salva de sus
angustias. El Señor está cerca de los atribuladas y salva a los abatidos y ved
qué bueno es el Señor” (Sal 33) Y el Señor le libro de sus ansias y angustias,
mandándole un ángel que le dijo de su parte: No temas tomar a María, tu mujer,
en tu casa, porque lo que hay en ella es del Espíritu Santo, y así lo hizo, con
gran alegría de su corazón y, como el que se humilla será exaltado, fue altamente
exaltado por Dios.
Demuestra su humildad, obedeciendo a
las órdenes del Emperador romano de empadronarse cada uno en su ciudad de
origen. Se pone en amino desde Nazaret a Belén con su esposa María que estaba
para dar a luz a su hijo. En Belén busca entre parientes y conocidos un lugar
para poder acoger a su esposa, dada la situación en que se halla. No encuentra ni
uno que los acoja y tiene que buscar una cueva en los alrededores de Belén. De
su boca no sale el menor reproche. Ve en todo el amor y la providencia de Dios
que todo lo ordena y permite para bien de los suyos y lo mira todo como gracia
de Dios ¡Qué humildad más profunda la de san José!
Y
cuando nace el hijo de Dios, que el sabe que el Salvador del mundo del seno de
sus esposa no lo pregona a los cuatro vientos, como hubiese hecho cualquiera
que no hubiese sido san José y recibe con gozo y alegría con su esposa y el
niño recién nacido a los pastores que vienen a adorar al Niño, y que no eran
valorados en aquella sociedad y departen con ellos y se alegran de lo que le
cuentan; en cambio, cuando llegan los
Magos d Oriente con sus dones y boato, según el evangelista , san José no está
presente, como si rehuyera el trato con
los grandes del mundo.
San
José para nada hizo valer su condición, su dignidad de esposo de María y padre
de Jesús que para los hombres de su tiempo no significaba nasa de grandeza,
antes bien era signo de deshonra y villanía. ¿No es este el hijo del
carpintero? ¿No se llama su madre María?... Y se escandalizaban a causa de él.
(Mt 13.55.57). San José vivía como un simple ciudadano, ejerciendo el humilde
oficio de carpintero. La sabiduría y las palabras de gracia que salían de su
boca, sin duda, las interpretaban sus paisanos como cosa de magia y hechicería.
Y en su misma
condición y oficio de carpintero san José recibiría humillaciones en más de una
ocasión. Santa Teresita, hablando de la Sagrada Familia, dice que le hacía
mucho bien imaginársela llevando una vida totalmente ordinaria, y de san José
afirma: ¡Ay cuánto lo quiero! ¡Cuántos sufrimientos y cuántas decepciones!
¡Cuántas veces no habrán criticado al bueno de san José! ¡Cuántas veces se
habrán negado a pagarle su trabajo! ¡Qué sorprendidos quedaríamos si supiésemos
todo lo que sufrieron! (Cuad, amar. 20.8.14).
El hecho mismo de
vivir en contacto continuo con Jesús y con María, cuya humildad él conoce,
palpa y ve, le hace vivir en una profundísima humildad. Él sabe que el niño, el
joven José es el Salvados del mundo, porque se lo ha revelado el ángel del
Señor, y le ve viviendo una vida en todo semejante a la nuestra menos en el
pecado y conoce la humildad de su esposa María que, siendo la madre del
Salvador del mundo, se tiene por la esclava del Señor, la última a los ojos de
Dios. Jesús, el que vive en la eternidad de Dios y es artífice del mundo creado
está sujeto a él y a María, una pobre tejedora. ¡La toda santa, la Inmaculada
bajo sus órdenes! ¡Que humildad tan profunda y sincera se necesita para vivir
en esta situación de mandarles y ordenarles porque así se lo ha encomendado el
Señor al constituirle Dueño y Señor de su casa, de sus dos mejores y más
preciosos tesoros! ¡Oh humildísimo José enséñanos a andar en la verdad de
nosotros que de nosotros no tenemos nada bueno sino pura miseria y a andar n la
verdad de Dios de quien graciosamente hemos recibido y recibimos todo lo bueno
que tenemos natural y sobrenatural, que somos polvo y ceniza para que no nos
ensoberbezcamos por nada (Ecli 10,9)!
San Juan XXIII, que
tenía un sentido del humor extraordinario, en una ocasión hablando a un grupo
de sacerdotes les dice: Ved, qué humilde fue san José que ni siquiera le
hicieron monseñor.
P. Román Llamas, ocd.
Centro Josefino
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