6 de julio de 2016

HUMILDÍSIMO SAN JOSÉ II



         San José sabe por experiencia que Dios derriba a los poderosos de sus  tronos y exalta a los humildes (Lc 1,52), que resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes (1Ped 5,5), sabe que Dios es muy amigo de la humildad , como dice santa Teresa en la conclusión de Las Moradas y que el fundamento del edificio espiritual es la humildad (7M 4,6) y que, mientras estamos en esta tierra lo que más nos importa es la humildad (1M 1,4) y que es la principal de las virtudes y las abraza a todas (C 4,4) porque siempre va unidad a la caridad, al amor.

            Por eso no pierde ocasión de ejercitarla y crecer en ella. Uno de los momentos en que brilla más extraordinariamente la humildad de José es cuando descubre que su esposa espera un hijo, sin saber él nada. Es una prueba durísima, Le vienen a la mente y a la imaginación mil reflexiones. Una homilía del siglo VI, que adquirió una enorme difusión en la edad media al entrar a formar parte de los textos litúrgicos, comentando los versos 19-20 de primer capítulo de san Mateo la describe con estas palabras: “María fue hallada en cinta después de por los ángeles por el bienaventurado José, santo y justo, justo en las palabras, justo en hacer, justo en la consumación de la ley, justo en el inicio de la gracia. Y por ser justo quiso dejarla en secreto como piadoso, como manso, como misericordioso. Siendo tal José, pensaba en dejarla en secreto ¿Qué pensaba? ¿si sospechaba de ella en qué sentido era justo? Si no sospechaba ni pensaba algo semejante ¿por qué quería dejarla en secreto? Quiso dejarla como inmaculada y santa. José era justo y ella virgen inmaculada. Y por eso quería dejarla en secreto, porque conocía en ella el pudor del misterio y cierto sacramento magnífico al que se consideraba indigno de acercarse. Por tanto, humillándose ante realidad tan grande e inefable, buscaba alejarse. José humillándose y temiéndose a si mismo unirse a tan gran realidad, quería abandonarla en secreto. La dejaré, la alejaré de mí y de mi pensamiento, Su santidad es la mayor, sobresale en santidad y no se compadece con mi indignidad.

            Pensando estas cosas, se le aparece el ángel y le dice: ¿Por qué dudas, José? ¿Por qué piensas imprudentemente’ ¿por qué meditas irracionalmente? Es Dios quien es engendrado y de esta generación eres ministro, no dador, siervo y no señor, servidor y no creador. Por eso sirve, conserva, guarda, cuida, atiende al que nace y a la que lo engendra; Pues si es nombrada esposa tuya, si se afirma que está desposada contigo, no solo es tu mujer, sino que es elegida madre del Dios unigénito”

            En esa situación se desborda la humildad de José y le hace andar en la verdad de su indignidad y en la verdad de la altísima santidad y pureza de María, su esposa. Es un gesto interior de su profundísima humildad que le hace acudir en su angustia al Señor, el humilde se acoge siempre a la oración a Dios Padre de quien ha leído en los salmos que “a los que confían en el Señor la misericordia los envuelva” (Sal 34,12) “Yo consulté al Señor y me respondió y me libró de todas mis ansias. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y le salva de sus angustias. El Señor está cerca de los atribuladas y salva a los abatidos y ved qué bueno es el Señor” (Sal 33) Y el Señor le libro de sus ansias y angustias, mandándole un ángel que le dijo de su parte: No temas tomar a María, tu mujer, en tu casa, porque lo que hay en ella es del Espíritu Santo, y así lo hizo, con gran alegría de su corazón y, como el que se humilla será exaltado, fue altamente exaltado por Dios.

            Demuestra su humildad, obedeciendo a las órdenes del Emperador romano de empadronarse cada uno en su ciudad de origen. Se pone en amino desde Nazaret a Belén con su esposa María que estaba para dar a luz a su hijo. En Belén busca entre parientes y conocidos un lugar para poder acoger a su esposa, dada la situación en que se halla. No encuentra ni uno que los acoja y tiene que buscar una cueva en los alrededores de Belén. De su boca no sale el menor reproche. Ve en todo el amor y la providencia de Dios que todo lo ordena y permite para bien de los suyos y lo mira todo como gracia de Dios ¡Qué humildad más profunda la de san José!

            Y cuando nace el hijo de Dios, que el sabe que el Salvador del mundo del seno de sus esposa no lo pregona a los cuatro vientos, como hubiese hecho cualquiera que no hubiese sido san José y recibe con gozo y alegría con su esposa y el niño recién nacido a los pastores que vienen a adorar al Niño, y que no eran valorados en aquella sociedad y departen con ellos y se alegran de lo que le cuentan; en cambio,  cuando llegan los Magos d Oriente con sus dones y boato, según el evangelista , san José no está presente, como si rehuyera  el trato con los grandes del mundo.

            San José para nada hizo valer su condición, su dignidad de esposo de María y padre de Jesús que para los hombres de su tiempo no significaba nasa de grandeza, antes bien era signo de deshonra y villanía. ¿No es este el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María?... Y se escandalizaban a causa de él. (Mt 13.55.57). San José vivía como un simple ciudadano, ejerciendo el humilde oficio de carpintero. La sabiduría y las palabras de gracia que salían de su boca, sin duda, las interpretaban sus paisanos como cosa de magia y hechicería.

Y en su misma condición y oficio de carpintero san José recibiría humillaciones en más de una ocasión. Santa Teresita, hablando de la Sagrada Familia, dice que le hacía mucho bien imaginársela llevando una vida totalmente ordinaria, y de san José afirma: ¡Ay cuánto lo quiero! ¡Cuántos sufrimientos y cuántas decepciones! ¡Cuántas veces no habrán criticado al bueno de san José! ¡Cuántas veces se habrán negado a pagarle su trabajo! ¡Qué sorprendidos quedaríamos si supiésemos todo lo que sufrieron! (Cuad, amar. 20.8.14).

El hecho mismo de vivir en contacto continuo con Jesús y con María, cuya humildad él conoce, palpa y ve, le hace vivir en una profundísima humildad. Él sabe que el niño, el joven José es el Salvados del mundo, porque se lo ha revelado el ángel del Señor, y le ve viviendo una vida en todo semejante a la nuestra menos en el pecado y conoce la humildad de su esposa María que, siendo la madre del Salvador del mundo, se tiene por la esclava del Señor, la última a los ojos de Dios. Jesús, el que vive en la eternidad de Dios y es artífice del mundo creado está sujeto a él y a María, una pobre tejedora. ¡La toda santa, la Inmaculada bajo sus órdenes! ¡Que humildad tan profunda y sincera se necesita para vivir en esta situación de mandarles y ordenarles porque así se lo ha encomendado el Señor al constituirle Dueño y Señor de su casa, de sus dos mejores y más preciosos tesoros! ¡Oh humildísimo José enséñanos a andar en la verdad de nosotros que de nosotros no tenemos nada bueno sino pura miseria y a andar n la verdad de Dios de quien graciosamente hemos recibido y recibimos todo lo bueno que tenemos natural y sobrenatural, que somos polvo y ceniza para que no nos ensoberbezcamos por nada (Ecli 10,9)!
San Juan XXIII, que tenía un sentido del humor extraordinario, en una ocasión hablando a un grupo de sacerdotes les dice: Ved, qué humilde fue san José que ni siquiera le hicieron monseñor.  


                                             P. Román Llamas, ocd.

                                            Centro Josefino español