Señor, caído por tercera vez me recuerdas a tu esposa -mi madre- la Iglesia. A lo largo de los siglos, ha sentido todas las estaciones, ha caído muchas veces y, sin embargo, siempre se ha levantado.
Su amor resurgía en las caídas, se levantaba una y otra vez para ser limpiada por ti y aparecer ante el mundo como una novia embellecida. Señor, perdona a tu pueblo, perdona nuestras caídas numerosas. Nosotros hemos afeado a nuestra Iglesia con nuestros pecados y caídas y ella siempre nos recoge como madre buena, capaz de albergar en su seno a santos y pecadores, como madre que acoge entre sus brazos a los caídos. Te sientes más débil que la misma debilidad, más pobre que la pobreza. Y caes por tercera vez en el camino de la vida. Tú, Señor, elegiste el último lugar, más bajo que nadie, para enseñar que a ti se te encuentra cuando se te llama y acoge, en cualquier situación concreta. Nada es ajeno a tu amor, tú estás en todas mis caídas, en todas mis debilidades, para hacerme de verdad una persona transformada en tu amor.
Gracias por tu vida, gracias por tu tercera caída; me ayuda hasta pisando el barro, tragando el polvo en la arena y llegando hasta el final, sin quedarme en la cuneta. Amén.