Durante el período comprendido entre Adviento, Navidad y a
Epifanía, parece que no tenemos otra imagen que ocupe nuestras mentes que el
pesebre de Belén. El mismo carácter gozoso de las fiestas navideñas ha influido
enormemente en nuestra mentalidad de tal manera que reduce el misterio de Dios
concretamente a esta temporada del año, para olvidarnos el resto del año de los
misterios de la infancia de Jesús.
No obstante nuestra incoherencia, la imagen de la cueva de
Belén debiera seguir anclada en nuestras mentes a lo largo del año, incluso
durante la Semana Santa, cuando la imagen que prevalece es la de la cruz y el
Calvario de Jerusalén.
Las dos imágenes coinciden en
las mismas lecciones sobre la vida de Cristo: Una vida vivida con humildad,
pobreza, sacrificio y renuncia. La cueva de Belén nos lo ilustra con sonrisas,
mientras que la cruz, nos repite la totalidad de esta lección con lágrimas.
Para conocer mejor a Cristo y
unirnos a El, hay que vivir una espiritualidad en donde acudamos
espiritualmente tanto al pesebre como a la cruz en todas las épocas del año. No
importa que ya no seamos niños. La vida cristiana no se vive apegada a la
cronología; más bien debemos vivir la Palabra de Dios en todas las etapas. Las
alegrías, tristezas y los diversos acontecimientos de la vida se pueden
manifestar en cualquier momento y las lecciones de la vida de Cristo pueden
hacerse presentes, siempre y cuando vivamos unidos al mismísimo Cristo que
encarnó, murió crucificado y resucitó.
La espiritualidad del pesebre va
mucho más allá del pesebre decorado en los nacimientos navideños. El pesebre es
ininteligible. Reflexionemos sobre las circunstancias en que nació Jesús, sobre
las cuales es imposible fantasear porque rebasan cualquier imaginación, por más
creativa que sea. La humanidad de Jesús desconcierta tanto como su divinidad a
los sabios.
Hay interrogantes, cuya
respuesta debemos interiorizar para poder apropiar estas lecciones en nuestras
vidas:
1.
¿Qué tendrá la humildad para que el Hijo de Dios se
abrace a ella?
2.
¿Qué tendrá la pobreza, para que el Hijo de Dios haya
preferido vivirla?
3.
¿Qué tendrá el sacrificio para que el Hijo de Dios
haya renunciado a los privilegios?
El testimonio de vida de Cristo nos hace callar y pensar,
para quedarnos con una respuesta que no comprendemos. Lo que es incomprensible
para nosotros, algo debe esconder que va más allá de nuestro mundano entorno,
ya que Dios ha preferido lo que el mundo desprecia. No podemos comprender
porqué María ha dado a luz en una cueva de Belén, como si se tratara de un
refugio exclusivo. El evangelista San Lucas se limita a expresar con su
característica fineza que se refugiaron en una gruta porque no había lugar para
ellos en el mesón público. María quería reservarse para sí en esos benditos
momentos.
Dios quiso reservar para su Hijo el pudor: una Madre con
delicadeza y pureza, cuyo testimonio llegaría a ser el sermón lleno de
elocuencia que el mismo Jesús Niño expresaría sin abrir sus labios. El mundo
necesita del pudor para vivir ciertos mandamientos de la Ley y el niño
recostado en el pesebre lo estaba predicando en un tono al que no estamos
acostumbrados. Esta predicación tan exquisita y silenciosa es necesaria en
todas las etapas de nuestras vidas.
¿Qué lecciones nos imparte el bendito pesebre? Al niño
Jesús le falta todo, menos el Amor. En
el pesebre se conjugan el Amor y la felicidad que alcanzan su máxima expresión.
María ha dado a luz virginalmente, envuelve a su bebé en pañales y lo recuesta,
según nos relata el evangelio. Es difícil medir el amor que desborda del
corazón de tan tierna Madre y la feliz sonrisa de San José. Es incomprensible
también la felicidad de los humildes pastores que se regocijan con el
nacimiento de un niño amigo que viene a colmar sus esperanzas y agregan más
pobreza y más felicidad a este escenario. El Amor y la pobreza se encuentran
con mayor facilidad que el dinero y el amor.
El pesebre y la cruz son para todos los días. Las lecciones
para la vida Cristiana las imparten con la misma elocuencia y eficacia. Se puede elegir entre pesebre y cruz, aunque
esta última enseñe llorando con sangre mientras que el pesebre nos brinde
sonrisas y caricias. Hasta en eso nos desconcierta la aparición de Nuestro
Salvador. Es el hombre más grande que ha existido en la Historia, pero también
es Dios. Su grandeza es insuperable, sobretodo en el Amor. No nos quedemos sólo
con una dimensión en nuestra fe. Necesitamos una espiritualidad equilibrada y
al mismo tiempo madura. Si nos quedamos con la espiritualidad del pesebre, no
llegaremos a cumplir con la misión que Dios nos ha confiado. Debemos crecer en la fe.
Santa Edith Stein (Teresa Benedicta de la Cruz) nos habla
de la ‘Ciencia de la Cruz’. Estamos llamados a la perfecta unión con nuestro
Creador. Partiendo de Santa Teresa de la Cruz, nos explica que en este camino,
el alma parte de la periferia hacia el centro de sí misma, lugar de la unión
con Dios, como lo describe San Juan de la Cruz. En este crecimiento espiritual
actúan dos fuerzas: el amor de Dios al alma y el amor del alma a Dios. En su obra, que fue dedicada a San Juan de la
Cruz a los 400 años de su muerte, explora la “noche oscura”. Si bien muchos de nosotros no somos místicos,
sí debemos profundizar en esta ‘Ciencia de a Cruz’. Escribe Santa Edith Stein: “tenemos que aprender a ver y a oír,
etc., como si no viéramos ni oyéramos. La actitud fundamental ante el mundo que
cae bajo los sentidos tiene que ser otra. Con la instauración de la “noche
oscura” comienza algo completamente nuevo: toda la cómoda familiaridad con el
mundo, el sentirse colmado de los placeres que ofrece, el deseo de estos
placeres y la consecuente adhesión a este deseo…, todo esto es a los ojos de
Dios tiniebla e incompatible con la luz divina. Tienen que ser arrancados tosas
sus raíces, si se ha de dejar sitio en el alma para Dios”.
La noche no aniquila las potencias, sino que mortifica el apetito, ya que
cuando los apetitos dominan sobre el alma, ésta se halla en tinieblas y le es
arrebatado el espíritu de Dios. Con tantos apetitos y apegos, hay mucho camino
que recorrer para nosotros desde la periferia al centro del alma. Santa Edith Stein concluye su obra comentando
que “las percepciones sensibles son una
etapa necesaria en este camino de crecimiento espiritual, pero, para poder
seguir adelante en el mismo, el alma ha de adentrarse activamente en la noche
oscura y preparar así el terreno de su alma para la unión con Dios en fe, ya
que “la fe es el sólo y proporcionado medio para que el alma se una con Dios”.
¿Qué tanto anhelamos unirnos con Dios en la fe? ¿Estamos preparados para
emprender este camino? La espiritualidad del pesebre nos puede ayudar a lo
largo del camino a comprender la Ciencia de la Cruz, pero no nos quedemos sólo
con el pesebre. Este trabajo implica, según esta obra, que enumera algunos de
los consejos que Juan de la Cruz da a sus hijos espirituales: Lo principal es
mortificar y vaciar los sentidos de todo gusto que no sea para la pura honra y
gloria de Dios. Para mortificar las pasiones (gozo, esperanza, temor y dolor)
el santo recomienda “inclinarse siempre a lo más desabrido, a lo más
dificultoso, a lo más trabajoso; a no querer nada, sino a estar desnudos y
vacíos a todo lo que no es Cristo”.
La espiritualidad de la cruz no es un camino fácil,
por eso necesitamos ayuda de la espiritualidad del pesebre. Ambas implican
renuncias y conducen al gozo del Amor de Dios. Cristo resucitó y nos brindó la
Pascua. Como bien lo explica San Bernardo de Clairvaux: “Todos nosotros
hemos sido llamados a estas bodas espirituales en que Jesucristo es el esposo y la esposa nuestra
misma alma.”
-Yvette Camou-
Bibliografía:
Houselander, Caryl. 'Wood of the Craddle, Wood of the Cross' -The Little Way of Infant Jesus- Sophia Institute. 2008. Pages 38, 152, 171.
Stein, Edith. 'The Science of the Cross'. Collected Works of Edith Stein. Vol. 6. ICS Publications. Pages 2o2, 205-207